17. Agua carmesí

327 44 37
                                    



Semi dormido, apenas en el umbral de la conciencia Nanami escucha la voz de Mahito. Por la distancia y el sonido del agua parece que canta desde el baño. Nanami sonríe mientras pesca algunas de las palabras que, sin rima alguna, conforman una canción improvisada. Todavía siente el cuerpo pesado debido al sueño profundo. Hacía mucho tiempo que no dormía tanto. Respira hondo un par de veces para despertarse y finalmente sale de la cama. Abre y cierra los cajones en busca de ropa interior, una remera y un pantalón liviano.

—Nanami ¿ya te despertaste?

La voz de Mahito lo llama desde el baño.

—Sí, con tu canto de sireno qué otra cosa esperabas, maldición molesta.

Nanami sonríe al escuchar la risa y el chapoteo del agua mientras se viste.

—Se me acabaron las burbujas, Nami.

—¿Ya tan pronto?

Nanami se sube el pantalón. Camina descalzo hacia el baño mientras se viste la remera y sigue hablando:

—Después te compro más, no te preocupes...

En cuanto su cabeza vuelve a asomar por el cuello de la remera, Nanami se detiene y deja de hablar, estupefacto.

—¡Hola Nami! ¡Buen día!

Mahito lo recibe con una sonrisa radiante desde la tina con patas de león. Una montaña de espuma corona su cabeza. Para Nanami ese recibimiento cálido y alegre desentona estrepitosamente con la imagen de carnicería que presenta su baño, habitualmente blanco e inmaculado. El hechicero se queda congelado justo debajo del dintel de la puerta.

—¿Qué. Es. Esto?

La pausa entre cada palabra acentúa el inicio de la siguiente; un ritmo especial producto del estupor y enojo con que Nanami observa las manchas de sangre. Huellas de pies; huellas de manos en el lavabo, en el espejo del botiquín, en las paredes; la tina que rebalsó y dejó charcos de bermellón aguado junto a la ropa ensangrentada tirada en el piso. Mahito apoya su mentón en sus brazos cruzados sobre el borde de la tina mientras lo mira con expresión ingenua.

—¿Esto? Es mi corona de espuma. Ay, ya se desarmó...

Mahito trata de enderezar el cono de espuma sobre su cabeza cuando los gritos de Nanami lo sobresaltan.

—Dije ¿¡Qué es ESTO?! ¡Maldición!

—¡Es SANGRE, obviamente, tonto...!

Su burla es interrumpida cuando Nanami lo jala del brazo con fuerza y lo levanta de un tirón. El agua agitada se rebalsa y moja los pies descalzos y el pantalón del hechicero.

—Ya lo sé, pero ¿Por qué? ¿Estás herido?

Nanami levanta el brazo de Mahito mientras lo gira hacia un lado y hacia el otro con brusquedad. El agua corre por el cuerpo intacto de la maldición.

—Era obvio que no es tuya...

—¡Nami! ¿Preferías que estuviera herido?

—¡Claro que no! ¿De quién es entonces? ¡Respóndeme!

Nanami sujeta a Mahito por ambos brazos. La maldición, lejos de tomarse en serio el enojo de Nanami, se ríe.

—No lo sé, Nami, ya estaban muertos...

DomesticameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora