18. Pensamientos

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Nota:  En este capítulo aparecen personajes que no son del manga. Son OCs inventados por mí para darle más dimensión a la historia previa de Nanami (también inventada por mí, jaja)

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En el gimnasio, Nanami setea la máquina en modo caminata para entrar en calor. En un principio pensó en dar unas vueltas alrededor del parque, pero una feria de alimentos y productos artesanales ocupa la mitad de las veredas. Lo malo es que tuvo que ir al gimnasio que se encuentra justo enfrente; lo bueno es que pudo comer unos bocadillos antes de entrar. Por suerte, las máquinas caminadoras con vista al parque están libres. Al primer piso llegan los gritos y risas de los niños que juegan en la plaza. Nanami siente la brisa fresca que entra por las ventanas entreabiertas y deja que su vista se relaje con los distintos tonos de verde de los árboles.

Pulsa el botón en carrera suave. Su cuerpo se mueve con agradable agilidad. Escucha a sus espaldas los ruidos de las pesas, las máquinas, las voces de los demás asistentes, en general más hombres que mujeres. Suena entonces la música alegre del sector de aeróbicos. Nanami resopla al reconocer la voz gritona del profesor de Zumba que da inicio a la clase. Es por eso que había dejado de venir los sábados. Los toldos blancos de la feria orgánica parecen reírse de su desgracia. No importa, le queda el consuelo de que al regreso aprovechará para comprar algunos quesos, mermeladas y conservas caseras para llevar a casa.

Se pregunta si a Mahito le gustaría probar esos sabores. Por supuesto que no, algo así es improbable. «Aunque no imposible» le recuerda su mente. Es verdad. ¿Acaso Mahito no desarrolla sentidos a voluntad? Si eligió oler el champú quizás querría probar también su comida...

Nanami descarta esa idea con un movimiento de cabeza y de inmediato vuelve a pensar en lo sucedido en su baño. Las imágenes no lo han abandonado desde que salió del departamento. Ni bien llegó a la calle comenzó a arrepentirse de su efusiva declaración de amor. Intentó justificar su arrebato como una defensa psicológica tras ser sorprendido con semejante escenario. Más allá de los flashbacks de la muerte de Haibara, el encontrarse cara a cara con la verdadera naturaleza de Mahito debió alterarlo profundamente. La repentina ternura que sintió entonces debió ser un bálsamo para curar esa herida.

Un triste suspiro se cuela en su respiración. ¿A quién engaña? Por más que lo piense no puede negar que ama a Mahito. Ahora mismo esta idea no le trae alegría. No sabría decir qué le duele más: si la desilusión al ver que Mahito no ha cambiado o su orgullo herido al creer que lograría cambiarlo. El bienestar que debería producirle el trote no alcanza para detener los pensamientos invalidantes ya conocidos. Esta vez tampoco supo leer a la gente (aunque Mahito no sea gente). El mundo es más básico de lo que quisiera: las personas son crueles y egoístas (él incluido); las maldiciones lo son aún más. ¿En serio pensó que con un poco de besos y sexo cambiaría una ley inmutable como esa? El amor no alcanza para alterar la realidad. La envidia, la codicia, el odio y el engaño siguen presentes y nunca desaparecerán. La misma existencia de las maldiciones es prueba de ello. Los humanos seguirán creando nuevos dioses como Mahito. Y si este dios desaparece vendrá otro en su lugar. Así ha sido desde los albores de la humanidad.

Nanami suspira con una mueca triste. Pecó de orgullo al sentirse "el elegido". ¿Creyó que porque el espíritu maldito de la humanidad se encaprichó con él bastaría para poder cambiar su naturaleza malvada? ¿Alterar el rumbo de las cosas? Esa idea que encendió su corazón minutos atrás ahora se le aparece como ingenua y pretenciosa. Una fantasía inútil. No hay dioses ni elegidos. Sólo una maldición tan inteligente como infantil que lo seguirá usando como juguete hasta que se canse. ¿Y qué pasará en ese momento? «Nada, Nanami, no pasará nada. Morirás y todos tus intentos habrán sido en vano».

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