15. Calidez

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Desde la canilla de bronce las gotas caen, plic... ploc, sobre el agua caliente de la tina. Su sonido reverbera en el ambiente cálido y húmedo del baño antiguo y de techos altos. Es lo único que se oye a la una y media de la madrugada hasta que Mahito introduce el dedo gordo del pie en la canilla y el silencio es total. Con una risita festeja su travesura mientras se hunde un poco más en el agua, acomodándose de espaldas contra el pecho de Nanami.

—No hagas eso. Te vas a atascar.

La voz grave del hechicero suena como una caricia sobre su cabeza mojada y con aroma a manzana.

—No, ¿cómo podría? Es imposible, Nami.

—Tienes razón. A veces me olvido.

La frase flota en el aire, suavizada por los brazos cálidos que envuelven el torso de Mahito y lo estrechan contra el cuerpo fuerte del humano. Mahito retira el pie. Las gotas retenidas caen en un chorrito caliente para luego retomar su solitaria caída rítmica. Las rodillas pálidas asoman por sobre la superficie del agua, apoyadas contra las del humano. Mahito se acomoda un poco más contra el cuerpo blando y calentito, mientras los brazos acompañan su movimiento estrechando aún más el abrazo.

—¿Tanto te gusta ese olor, humano?

Mahito pregunta con una sonrisa en los labios, al sentir la nariz de Nanami frotarse contra su cabello mojado. Nanami sonríe con una risita culpable.

—Me encanta, ¿a ti no?

—Me es igual, pero si a ti te gusta está bien.

Con la vista fija en las gotas que caen en el agua frente a él, Mahito repasa en su mente una pregunta para, finalmente, decidirse a expresarla.

—Nanami, ¿te molesta que yo sea una maldición?

El hechicero no contesta de inmediato y esa es una de las cualidades por las que Mahito se siente atraído hacia este humano en especial. Habla poco, pero cuando lo hace sus palabras suenan llenas de su presencia. Tienen la calidad de ser ofrecidas teniendo a la otra persona en toda consideración y no como palabras vacías. O, por lo menos, la mayor parte del tiempo es así. Por eso, Mahito tampoco se sorprende cuando Nanami contesta con otra pregunta.

—¿Molestarme? ¿En qué sentido lo dices?

Mahito sonríe sin mirarlo mientras él mismo toma los brazos del hechicero y se cubre aún más con ellos, como si fueran un chal abrigado y suave. Siente que se quedaría por siempre envuelto en esa calidez.

—En el sentido que quieras.

—Bueno, que seas una maldición es un problema porque vivimos en bandos opuestos. Totalmente diferentes y, además, enemigos.

—¿Somos tan diferentes? Yo mato humanos, tú matas maldiciones.

—¿Estás loco? No es lo mismo.

Mahito se aparta al notar el tono con que habló Nanami.

—¿Por qué no? ¿Unas vidas son más importantes que otras? —pregunta, mirándolo a la cara.

—¡Claro que sí! Las maldiciones ni siquiera pueden hablar, sólo son... manifestaciones.

Por la cara de asco que puso Nanami, Mahito supo que se corrigió a último momento. De seguro iba a decir "cosas".

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