Capítulo cinco

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Gus se movía de un lado a otro en su cama, o más bien, en la cama de su padre. En un momento, había dejado de llorar, y su padre ya estaba dormido para entonces, así que cambió de lugar las almohadas para que la seca quedará arriba. A pesar de eso, seguía sin poder dormir, y cuando se dió cuenta, ya estaba saliendo el sol.

Cuando pasó lo que pasó... la policia llegó enseguida; su padre casi les gana en cuanto a puntualidad. Mientras las personas estaban abandonando el lugar, su padre había estacionado el coche frente a él y corrió a abrazarlo en cuanto lo vió.

Su padre estaba actuando parecido a Odalia: aterrado, llorando, gritando y demás, pero la diferencia era que Perry Potter no lo castigó; su preocupación era completamente verdadera. Se podría decir que se castigó a si mismo por haberlo dejado ahí solo.

—¡Augustus!—dijo llorando—. Gracias a Dios que estás bien, gracias a Dios. Lo lamento hijo, lo lamento.

Cuánto más lo abrazaba, más se oprimía el pecho de Gus y más necesitaba su inhalador. Pero su inhalador no estaba consigo.

La escena se repitió de nuevo en su cabeza: escuchó el grito proveniente del baño de mujeres y entró, alarmado. Vió la sangre enseguida, pero siguió caminando hasta quedar frente al cubículo abierto. Ahí estaba Willow, desfigurada, cubierta de sangre y con una hacha clavada en la cara. Sus manos comenzaron a temblar y busco desesperadamente su inhalador en el bolsillo de su traje; lo necesitaba tanto como necesitaba a Willow de nuevo. Lo sostuvo en la mano y resbaló. Cayó al suelo y rodó hasta golpear el pie de Willow. Ahora su inhalador se camuflaba en el río de sangre. Entonces notó que, en el tobillo de Willow, escrito con un cuchillo o con cualquier otra arma, podía leer P.W.

No recuerda mucho de lo que pasó después ni como salió del baño; estaba aterrorizado por lo que acababa de presenciar. Su mejor amiga. Su mejor amiga estaba muerta. No solo eso: había sido asesinada. Él habló con ella tan solo un minuto antes... ¿cómo pudo pasar tan rápido?

Volvió a sollozar. Busco a tientas su inhalador de repuesto en la mesita y se lo llevo a la boca, pero por más que lo utilizará, sentía que seguia sin aire. Lo odiaba. Odiaba sentirse sin aire.

—¿Augustus? ¿Estás despierto?—murmuró su padre, adormilado.

—Papá.... me siento mal.

—¿Tienes fiebre? ¿Te duele la cabeza? ¿Necesitas que...?

—No, papá. No...

La preocupación desapareció poco a poco del rostro de Perry y abrazó a su hijo.

—Papá...

—August, tranquilo. Está bien, está bien—dijo dando caricias en su espalda, mientras Gus soltaba las lágrimas que tenía acumuladas.

—No, no e-está bien.

—Lo estará hijo, de verdad.

Pero Augustus no le creyó ¿Cómo las cosas podían mejorar después de eso? ¿Después de ver a su amiga muerta? ¿Debía tratar de aparentar que todo estaba bien? Aunque lo hiciera, su padre siempre se daba cuenta de que cuando estaba mal, incluso cuando no lo estaba.

Perry siempre fue muy sobreprotector con él. Eso fatigaba a Gus, pero se había acostumbrado y había llegado a comprender la actitud de su padre. Su madre había muerto cuando él tenía cuatro años, en un viaje en Brasil. En medio del viaje, se había enfermado; Gus jamás se enteró de que o cómo, pero realmente no quería saber. Después, murió. Su padre se lamentaba todos los días por no haberla salvado y vigilaba constantemente a Gus, tratando de que JAMÁS estuviera en peligro, ni en los más pequeños.

The Gravesfield's MurdersDonde viven las historias. Descúbrelo ahora