Cap-3

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Nuestra amistad floreció rápidamente después de aquella barbacoa. Pedro y yo comenzamos a pasar más tiempo juntos, y nuestra conexión se hizo más fuerte con cada encuentro. Había algo en su manera de ser que me hacía sentir segura, comprendida y feliz.

Una tarde de otoño, nos encontramos en nuestro café favorito, un pequeño lugar escondido en una calle tranquila. La camarera ya nos conocía y siempre nos servía con una sonrisa.

—"Entonces, Holly, ¿qué planes tienes para este fin de semana?"—, me preguntó Pedro mientras removía su café.

—"No muchos, la verdad. Pensaba ir a ver a mis padres el domingo. ¿Y tú?"—, respondí, disfrutando del aroma a café recién hecho.

—"Tengo una cena con los suegros de Ana el sábado. Deséame suerte."—, dijo, poniendo los ojos en blanco de manera exagerada.

—"Buena suerte. Estoy segura de que les caerás bien. Tienes ese don, Pedro."—

—"Gracias, pero siempre es un poco incómodo. Me encantaría ir contigo a una de tus reuniones familiares, a ver cómo te manejas."—

—"Mis padres te adorarían. Siempre hablan de lo mucho que les caíste bien cuando te conocieron en el cumpleaños de Javier."—

Pasábamos horas hablando de nuestras familias, nuestros sueños y nuestras preocupaciones. Aunque Pedro tenía novia, nunca me sentí una amenaza para su relación. Nuestra amistad era algo especial, algo que ambos necesitábamos.

Una noche, después de una larga caminata por el parque, Pedro se detuvo y me miró con seriedad.

—"Holly, necesito que me prometas algo."—

—"¿Qué pasa?"—, le pregunté, preocupada.

—"Que no importa lo que pase en el futuro, siempre seremos amigos. No quiero perder esto que tenemos."—

—"Lo prometo, Pedro. Siempre seremos amigos."—

Esa promesa significaba mucho para mí. En los meses siguientes, me apoyó en momentos difíciles y yo hice lo mismo por él. Cuando mi abuela enfermó, Pedro fue quien me acompañó al hospital y me sostuvo cuando sentí que no podía más.

—"Estoy aquí para ti, Holly. Siempre."—, me dijo, abrazándome fuerte.

—"No sé qué haría sin ti."—, le respondí, sintiendo una mezcla de gratitud y algo más profundo que no quería admitir.

La vida seguía su curso y nuestras vidas estaban entrelazadas de una manera que parecía destinada. Recuerdo una tarde de invierno, cuando la ciudad estaba cubierta de nieve y Pedro apareció en mi puerta con dos tazas de chocolate caliente.

—"¿Cómo sabías que necesitaba esto?"—, le pregunté, riendo.

—"Lo intuí. Además, cualquier excusa es buena para verte."—

—"Eres el mejor amigo del mundo."—

—"Y tú la mejor amiga."—

Era en esos pequeños gestos donde nuestra amistad se hacía más fuerte. Compartíamos risas, lágrimas y momentos de silencio, cómodos en la compañía del otro. Sabía que Pedro era alguien especial, alguien que siempre estaría en mi vida, sin importar las circunstancias.

Sin embargo, a pesar de la cercanía, nunca cruzamos la línea. Había un respeto mutuo y un entendimiento tácito de los límites. Pedro tenía a Ana, y yo no quería complicar su vida. Pero en mi corazón, había una chispa, un sentimiento que no podía ignorar.

—"Holly, si alguna vez necesitas hablar, sabes que estoy aquí, ¿verdad?"—, me dijo una noche, mientras caminábamos por las calles iluminadas por las luces navideñas.

—"Lo sé, Pedro. Y tú también cuentas conmigo para lo que necesites."—

Esos primeros tiempos de amistad fueron una mezcla de alegría y añoranza. La conexión que compartíamos era profunda y auténtica, pero siempre había una sombra de lo que podría ser. Sin embargo, en ese momento, no importaba. Lo que teníamos era suficiente, y ambos estábamos dispuestos a disfrutarlo mientras durara.

Hoy, mirando hacia atrás, esos recuerdos me llenan de una cálida nostalgia. Fueron tiempos felices, momentos en los que aprendimos a confiar y a querernos de una manera única. Eran los primeros capítulos de una historia que, aunque complicada, siempre guardaría en mi corazón como los días en que descubrí lo que era tener un verdadero amigo.

Rekindling love (Pedro Pascal)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora