Al día siguiente, Aldric despertó temprano, con cada músculo de su cuerpo gritando de dolor. Las heridas y moretones del día anterior eran un testimonio de la dureza del entrenamiento, pero él no podía permitirse flaquear. El caballero esperaba en el salón de entrenamiento, y Aldric no iba a retrasarse.
El salón estaba igual de frío y sombrío que el día anterior. El caballero lo recibió con una mirada impasible y una inclinación de cabeza, señalando que comenzaran sin demora. Aldric levantó su espada, sus manos temblorosas por el esfuerzo y el dolor acumulado.
El caballero atacó sin previo aviso, un golpe directo al torso que Aldric apenas logró bloquear. El impacto resonó en sus huesos, pero no hubo tiempo para recuperarse. El caballero continuó con una serie de movimientos rápidos y precisos, cada uno diseñado para exponer las debilidades de Aldric.
Aldric se esforzaba por seguir el ritmo, su respiración era rápida y superficial, cada bloqueo y parry venía con un costo. El sudor le corría por la frente, mezclándose con la suciedad y el polvo del suelo. Sus brazos se sentían como plomo, cada golpe resonaba en sus músculos adoloridos.
En un momento, el caballero lanzó un ataque que Aldric no pudo anticipar. La espada del caballero golpeó con fuerza el brazo de Aldric, haciéndolo soltar su espada. El dolor era intenso, pero Aldric no se dejó vencer. Cayó al suelo, rodando para evitar el siguiente golpe, y se levantó rápidamente, agarrando su espada nuevamente.
El caballero observó este gesto con un atisbo de respeto, pero no disminuyó la intensidad de su ataque. Aldric tenía que aprender a pelear bajo presión, a levantarse incluso cuando cada fibra de su ser le rogaba que se rindiera.
Horas después, el entrenamiento finalmente llegó a su fin. Aldric estaba cubierto de sudor, su ropa rasgada y su cuerpo lleno de moretones y cortes. El caballero se acercó y le dio una palmada en el hombro, un gesto que, aunque simple, significaba mucho en ese contexto.
"Has mejorado," dijo el caballero, su voz grave y sin rastro de elogio. "Pero aún te falta mucho."
Aldric asintió, consciente de sus limitaciones pero también de sus progresos. Sabía que esto era solo el comienzo. Cada día traería nuevos desafíos, cada entrenamiento sería una batalla contra su propio cuerpo y mente. Pero tenía algo que lo impulsaba, una necesidad de superar las expectativas de todos, incluso las suyas propias.
Alldric, agotado después de su arduo entrenamiento, se dejó caer en la cama, con Death acurrucándose a su lado. Cerró los ojos, tratando de encontrar algo de paz en medio del dolor y el cansancio. Pero justo cuando empezaba a quedarse dormido, una voz conocida lo despertó.
“¿Aldric? ¿Estás despierto?” Era la voz del primer príncipe, su hermano mayor.
Aldric se incorporó lentamente y miró hacia la puerta. “Sí, estoy despierto.”
El primer príncipe sonrió y entró en la habitación. “¿Te gustaría dar un paseo?”
Aldric asintió, aún sintiendo el dolor en sus músculos. Sin previo aviso, su hermano mayor lo cargó y saltó por la ventana. Aldric contuvo la respiración por un momento, hasta que fueron atrapados en el aire por el dragón del primer príncipe, un imponente Wyvern.
El Wyvern era una criatura majestuosa, con dos enormes alas en lugar de patas delanteras. Su tamaño, comparable al de dos casas, era imponente, y sus escamas brillaban con un tono oscuro bajo la luz de la luna. Aldric se aferró a su hermano mientras el dragón se estabilizaba en el aire.
“¡Primer príncipe!” exclamó Aldric, aún atónito por la maniobra.
“No, no, no,” lo corrigió su hermano con una sonrisa amable. “Llámame Harland. Somos hermanos, después de todo.”