Era una tarde tranquila en el pequeño pueblo de Aldrion. Los niños jugaban alegremente en el desván de la vieja casa de piedra de su abuelo, sin darse cuenta del polvo que levantaban con su entusiasmo. En medio de su juego, uno de ellos tropezó con un estante y un viejo libro cayó al suelo con un fuerte ruido seco.
El anciano, abuelo de los niños, se apresuró a subir las escaleras. Al llegar, encontró el libro en el suelo y a los niños intentando leerlo, pero sin éxito. Con una sonrisa, recogió el libro y dijo: "Este es un libro muy especial, uno que guarda la historia de nuestro linaje". Los niños, llenos de curiosidad, se sentaron alrededor del abuelo mientras él comenzaba a leer.
"Este libro se titula 'La Leyenda del Único Rey'. Es la historia de nuestro ancestro." Los niños abrieron los ojos con sorpresa al escuchar esto.
"En el pasado," comenzó el abuelo, "las grandes tribus de salvajes tenían una leyenda sobre un hombre que liberaría a los esclavos, lideraría a los hombres libres, y tendría el mundo bajo su mando. Este hombre conquistaría todo lo que la luz del sol tocara."
La historia se trasladó al majestuoso castillo de la familia Dragomir, un nombre poderoso y resonante que había sido temido y respetado durante generaciones. Allí, en una noche tempestuosa, nació el decimocuarto príncipe, Edrick Dragomir.
Aunque joven y el más pequeño de sus hermanos
Nadie pensaba que representaba algún peligro, por lo que no intentaron sabotearlo ni matarlo. Sin embargo, su destino estaba entrelazado con algo más grande, algo que incluso sus hermanos mayores no podían entender.Cuando cumplió cinco años, un suceso extraordinario ocurrió. Mientras escapaba de sus niñeras y guardias, decidido a explorar el mundo que se extendía más allá de los muros del castillo, se encontró con el nido de dragones.
Intrépido y lleno de curiosidad, ignoró los rugidos amenazantes y los intentos de los dragones por devorarlo. Parecía un milagro que siguiera con vida cuando finalmente llegó al final del volcán, el límite más lejano para un humano. Y allí, en el centro del nido, encontró lo que había estado buscando: un huevo de dragón.
Un pequeño dragón de colores negro y azul eclosionó en sus manos, como si estuviera esperando su llegada. Lo sostuvo con cuidado, admirando la criatura que sería su compañero para toda la vida.
El día de la fiesta, al llegar todos al lugar de celebración, el salón del trono, Aldric se sentía muy nervioso. Nunca había visto a sus hermanos y menos a su padre. Cuando llegaron sus hermanos, parecían no darle importancia e incluso lucían molestos y fastidiados con la fiesta. Pero la llegada de su padre cambió el ambiente.
El rey, con su cabello negro como la noche y sus ojos rojos como el fuego, parecía despreocupado, casi como si la fiesta no fuera de relevancia para él. Sin embargo, el último en llegar fue su hermano mayor, el primer príncipe. Este era un reflejo de su padre, pero tenía una sonrisa de cariño hacia Aldric. Traía consigo una caja, el único regalo presente en la fiesta. Se acercó a Aldric y le entregó el regalo, felicitándolo por su cumpleaños antes de dirigirse a saludar al rey, su padre.
En medio del salón, unos guardias trajeron una caja que se movía y emitía sonidos enojados. Todos se apartaron para dejar espacio, y uno de los guardias empujó la caja, haciendo que se abriera. Para sorpresa de todos, el mismo dragón de ayer estaba frente a Aldric. A diferencia de su comportamiento usual, el dragón se calmó al ver a Aldric y caminó tranquilamente hacia él.
Todos observaron con asombro, incluso el rey, quien levantó una ceja mostrando interés. Luego, alzó la voz y pronunció el nombre completo de Aldric, diciendo que el dragón lo había elegido como su amo y que debía otorgarle un nombre. En un susurro, Aldric dijo el nombre que el dragón le había sugerido: "Death"
Todos estaban sorprendidos y extrañados, pero pronto el salón se fue quedando vacío hasta que solo quedaron cuatro personas: los guardias que intentaban meter a Death en la caja, que se resistía y no quería despegarse de Aldric, y el primer príncipe. Este último se acercó a Aldric y le felicitó antes de poner una mano en su cabeza y luego irse.
Los guardias seguían intentando meter a Death en la caja cuando Aldric los detuvo y anunció que él llevaría al dragón al nido de dragones. Al comenzar a caminar, el pequeño Death batió sus alas y voló para posarse en el hombro de Aldric. Sin embargo, en lugar de dirigirse al nido, Aldric se encaminó hacia su recámara.
Al llegar a su habitación y acomodarse junto a Death, abrió el regalo de su hermano. Descubrió una espada corta, adecuada para su edad, plateada con una piedra roja en el mango. Aldric reflexionó sobre el significado de ese regalo. ¿Significaba que empezaría a aprender esgrima? Se preguntó mientras acariciaba la hoja reluciente.
El día siguiente comenzó el entrenamiento de Aldric con la espada, bajo la tutela de un caballero curtido por la batalla. El salón de entrenamiento estaba frío y húmedo, con el sonido metálico de las espadas chocando resonando en las paredes de piedra. Aldric agarró su espada con determinación, sintiendo el peso del arma en sus manos.
El caballero, un hombre de mirada dura y cicatrices de guerra en el rostro, observó a Aldric con un ceño fruncido. No había lugar para la compasión en su entrenamiento; solo el deseo de forjar a un guerrero capaz de enfrentarse a cualquier desafío.
Comenzaron con movimientos básicos, pero rápidamente el caballero aumentó la intensidad del entrenamiento. Aldric se esforzaba por mantener el ritmo, pero pronto se dio cuenta de que no era suficiente. El sudor perlaba en su frente mientras luchaba por seguir el ritmo implacable de su instructor.
Cada error era castigado con golpes y reprimendas, y Aldric sentía el dolor de cada impacto en su piel. Sus músculos se tensaban con el esfuerzo, su respiración se volvía pesada y sus brazos comenzaban a temblar bajo el peso de la espada.
El caballero no mostraba piedad, empujando a Aldric más allá de sus límites físicos y mentales. Cada movimiento era calculado y preciso, cada golpe dirigido con la intención de enseñar una lección. Aldric gritaba de frustración y dolor, pero se negaba a rendirse.
El entrenamiento continuó durante horas, cada momento más agotador que el anterior. Aldric sentía como si estuviera al borde del colapso, pero se obligaba a seguir adelante, sabiendo que solo a través del dolor y la adversidad podría convertirse en el guerrero que deseaba ser.
Finalmente, cuando el sol se ponía en el horizonte y el salón de entrenamiento quedaba sumido en la oscuridad, el caballero detuvo el entrenamiento. Aldric cayó de rodillas, exhausto y herido, pero también lleno de un nuevo sentido de determinación.
El caballero miró a Aldric con una mezcla de orgullo y satisfacción. Sabía que el joven príncipe tenía lo necesario para convertirse en un gran guerrero, pero también sabía que el camino hacia la grandeza estaría lleno de desafíos y sacrificios.
Aldric se puso de pie con dificultad, sintiendo el dolor agudo en cada fibra de su ser. Pero también sintió una chispa de esperanza ardiendo en su interior, una promesa de que, con suficiente dedicación y determinación, podría superar cualquier obstáculo que se interpusiera en su camino hacia la grandeza.