Aldric despertó al día siguiente con un peso nuevo en sus hombros y una determinación férrea en su corazón. La máscara de lobo, símbolo de su nuevo rango como General de la Orden del Colmillo de Sangre, descansaba junto a su cama. Con movimientos lentos y ceremoniales, Aldric se colocó la máscara y recogió a Asesina de Dioses, su fiel espada. Al salir de su habitación, fue recibido por todos sus nuevos subordinados con un grito unísono: "¡General!"
La sala resonaba con el eco de sus voces, llenando a Aldric de una mezcla de orgullo y responsabilidad. No tuvo mucho tiempo para disfrutar del momento, pues una de las sombras se adelantó y le entregó una carta lacrada con el sello del rey.
Aldric rompió el sello y desplegó la carta. Contenía una orden simple pero imperativa: "Sube a la sala del trono."
Aldric llegó a la sala del trono con pasos decididos, su nueva máscara de lobo brillando a la luz de las antorchas. Al entrar, fue recibido por el rey, quien le sonrió con una expresión que mezclaba orgullo y crueldad.
"¡Felicidades, hijo! Primero que todo, bienvenido," dijo el rey, su voz resonando en la gran sala. "Segundo..." El rey chasqueó los dedos.
De las sombras, un hombre cayó al suelo frente a Aldric. Llevaba una máscara de demonio con cuernos y colmillos, y en sus manos sostenía una espada bastarda. Su postura era firme, y sus ojos, ocultos tras la máscara, irradiaban una determinación feroz. Sin previo aviso, el hombre atacó con rapidez y fuerza, pero Aldric esquivó sin problemas, anticipando cada movimiento.
El combate era un baile mortal. Aldric se movía con gracia, esquivando estocadas y ataques con facilidad. En un momento, aprovechó una apertura, tomó la hoja de la espada de su oponente y, con una patada poderosa, lo lanzó al suelo. Aldric se giró hacia el rey, sus ojos brillando con curiosidad.
"¿Por qué he sido llamado aquí?" preguntó, su voz firme.
El rey sonrió de manera escalofriante. "¿Sabes? Es una pelea a muerte."
La declaración del rey cayó como una sentencia. Aldric sabía que no podía desobedecer. Miró a su oponente, quien ya se preparaba para otro ataque. La sala del trono se volvió un campo de batalla silencioso, las antorchas lanzando sombras largas sobre los muros de piedra.
El hombre con la máscara de demonio atacó nuevamente, su espada silbando en el aire. Aldric esquivó con agilidad, moviéndose como una sombra. Sus movimientos eran precisos y calculados, cada paso una táctica para encontrar la abertura perfecta.
Finalmente, Aldric vio su oportunidad. Con un movimiento fluido, desarmó a su oponente, la espada bastarda volando por los aires. El hombre cayó al suelo, su máscara de demonio mirando hacia Aldric con una mezcla de desafío y resignación.
"Es una orden," murmuró Aldric para sí mismo, antes de clavar a Asesina de Dioses en el pecho de su oponente.
Aldric suspiró, su mirada volviendo a su oponente que se levantaba del suelo. "Preferiría no matar ni ensuciar este día, a menos que sea una orden, claro." Dijo esto mientras esquivaba otra estocada con facilidad.
"Es una orden," respondió el rey, su sonrisa ampliándose aún más.
Aldric se arrodilló junto al cuerpo, la curiosidad brillando en sus ojos. Con manos temblorosas, quitó la máscara del hombre caído y sus ojos se abrieron de par en par al ver el rostro de su hermano Harland. Un grito de sorpresa y dolor escapó de sus labios.
"Harland..." susurró, sosteniendo el cuerpo de su hermano en sus brazos. Aldric se quitó su propia máscara, dejando que las lágrimas corrieran por su rostro. "Harland, ¿por qué?"