El sol se alzaba en toda su gloria en el cielo, dejando su brillo por toda la tierra. El sonido de los pasos despertó a Aldric, y se dio cuenta de que ya era mediodía. Habiendo usado su aura de manera no intencional el día anterior, su cuerpo se sentía más fuerte y resistente, casi como si hubiera adoptado permanentemente las capacidades que su aura le permitió usar por instinto. Sin embargo, sus pensamientos fueron desviados al sonido de un rugido proveniente de un grifo montado por un hombre que llevaba un pergamino.
Aldric no pudo evitar pensar en todas las posibilidades mientras su cerebro maquinaba todo lo ocurrido el día anterior, casi como si su memoria recordara a la perfección. Pero sus desvaríos se detuvieron al llegar al salón donde se celebraba una reunión del consejo militar de Edrana. Aldric entró, olvidando sus pensamientos, casi por destino, en el momento que un mensajero entraba gritando las peores noticias posibles: el rey había invadido el castillo-refugio donde se encontraban las crías de dragones con un ejército de medio centenar de hombres.
Edrana salió al instante a prepararse, y Aldric salió de la sala dirigiéndose al lugar esperado. Reflexionó sobre la estrategia del rey, audaz y bien pensada. Si Edrana y su dragón se quedaban protegiendo el castillo, el rey se llevaría los dragones, aumentando masivamente el poder de su ejército. Si iban por los dragones, el castillo quedaría expuesto y podría ser reconquistado rápidamente, dejando a Edrana sin fuerza militar.
Al llegar, justo a tiempo para detenerla antes de que se subiera a su dragón, Aldric explicó su plan. Edrana estaba furiosa, no necesitaba que le dijeran que cualquiera de sus decisiones llevaría al fracaso. Aldric le propuso encargarse de traer a los dragones, mientras ella se quedaba protegiendo el castillo.
—No se puede permitir que mueras —dijo Aldric—. Serás más útil aquí. Además, si salgo ahora, podré llegar antes que ellos.
Edrana, furiosa, exclamó:
—¿Y cómo sé que no me vas a traicionar y te irás con ellos?
Aldric solo respondió:
—Ya te lo dije una vez, si la princesa lo pide, yo le daré el mundo.
—Por lo menos llévate a Mirox —dijo Edrana.
Aldric rio.
—¿De qué servirías aquí si yo tengo al dragón?
Edrana, quitándose el casco, respondió:
—Sé luchar mejor de lo que piensas. No solo dependo de un dragón y de mis caballeros.
Aldric solo se volteó y dijo:
—"See to believe". Tomaré un grifo.
Dijo tomando su espada y saliendo disparado. A los metros, el demonio dijo:
—No vas a llegar volando a esa velocidad.
Aldric respondió:
—Ya sé.
Aterizó y dijo:
—Correré con el aura.
El demonio al instante replicó:
—¿Qué? No puedes.
Aldric explicó:
—Solo pondré aura en mis piernas. ¿Qué tan difícil puede ser?
El demonio respondió:
—Para colocar una cantidad específica de aura, debes tener un control milimétrico, y digamos que tu control de aura es una basura. Además, tu cantidad de aura es tanta que, si fuera agua, sumergiría el mundo ochenta kilómetros bajo el agua. En resumen, te partirías las piernas.