Capítulo II

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Pareció que la súplica de Jorge fue escuchada, sin embargo, no de la forma en la él hubiese querido. La puerta sonó muy fuerte, alguien la estaba tocando apresuradamente.

Jorge reaccionó y corrió hasta ella, al abrir, se encontró con la señora Florencia, su vecina, quien tenía una expresión de susto y preocupación.

―¿Sucede algo, señora Florencia? ―preguntó Jorge, algo extrañado por la repentina aparición de su vecina, pero más que nada preocupado por su princesa.

―¡Oh, Jorge! Martina ha tenido un accidente ―la mujer se echó a llorar.

Martina había sido como una hija para ella. Pero el golpe más duro lo recibió Jorge, quien había quedado pálido por la noticia. ¿Cómo era posible? Su amada, su princesa. No podía ser.

―¿QUÉ? No puede ser ―lágrimas caían desconsoladamente por sus ya rojas mejillas―. Mi Tini, no ―ambos salieron apresurados de la casa de la familia Blanco-Stoessel.

―¡Jorge! No puedo seguir más, mi edad no me lo permite ―la mujer de avanzada edad paró de correr, agitada.

―Descuide, pero ¿dónde está ella? ―preguntó Jorge en un tono más suave, refiriéndose a su esposa. Claramente estaba desesperado, pero no podía faltarle al respeto a su amable vecina gritándole.

―En la siguiente calle, a la derecha ―dio un respiro.― Los policías y paramédicos ya deben estar ahí.

Jorge asintió. No podía hablar. Su princesa se encontraba mal seguramente. Mientras corría hacia el lugar del desastre, miles de pensamientos invadieron su mente. ¿Y si la perdía? No, eso no lo aguantaría. Ella era su todo. La amaba, más que a nada en este mundo. ¿Qué haría sin su "hermosa Martina", como él solía decirle.

La multitud de gente que se encontraba ahí rápidamente posó su mirada en Jorge. Quién se acercaba desesperado hacia el auto de Martina, o lo que quedaba de él. Un oficial lo detuvo antes de llegar.

―Alto, no puede pasar.

―¡Soy su esposo! ―gritó, soltando toda la angustia y frustración que sentía―. ¿Cómo está ella? ―no podía con su desesperación, el oficial entendió y trató de tranquilizarlo, pero fue en vano.

―Señor, su esposa está grave y la están subiendo a la ambulancia ―Jorge divisó la camilla donde se encontraba Martina y a dos paramédicos subiéndola a la ambulancia. No lo pensó, y corrió tras ella, a lo que el oficial no se opuso.

―¡Mi amor! Tini, mi vida ―las lágrimas comenzaron a brotar nuevamente. El corazón se le estrujó al ver a su princesa en tan mal estado. La tomó de la mano.― Oh, Dios. Mira cómo estás, mi vida ―depositó un dulce beso en el dorso de la mano de Martina.

―Disculpe, señor ―un paramédico lo interrumpió.― Necesitamos que se haga un lado para acomodar la camilla. Luego se puede venir con nosotros.

―Lo siento ―sus ojos estaban rojos. Ver a su esposa en tal situación le partía el alma de tal forma que él no podía evitarlo. La impotencia de tenerla cerca de él y no poder hacer nada lo estaba matando. No quería perderla.

El mismo paramédico le hizo una señal, comunicándole que ya se podía subir a la ambulancia. Jorge subió rápidamente y la ambulancia se puso en camino hacia el hospital.Durante el camino, él solo se dedicó a decirle a Martina que se recuperaría, que todo saldría bien. En ningún momento le soltó la mano. Ella estaba inconsciente, su rostro estaba lleno de arañazos y moretones. Estaba pálida. Jorge no soportaba verla así.

―Mi amor, te amo. No me dejes por favor ―le susurró, con lágrimas en los ojos.

Pero lo que él no sabía era que su súplica no había sido escuchada...


[20/07/2015]

Amor míoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora