Capítulo V

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Fue lo último que escuchó antes de sumirse en ese profundo sueño, y esa fue la frase que retumbó en su mente hasta que despertó por un rayo de sol que se colaba entre las cortinas. Se sentó en la orilla de la cama, se talló los ojos y suspiró.

―¿Qué me está pasando? ―se preguntó―. ¿Por qué te escucho a cada rato, princesa? Si tú eres la que se ha ido, no yo, ¿qué significan esos mensajes? ―no lo entendía.

Pensó que estaba quedando loco y que debía pedir ayuda, pero no lo hizo. No, Jorge Blanco no pedía ayuda a nadie, él podía con todo, según él. Pensó en llamar a Ruggero, pero vio la hora, las nueve de la mañana, seguro ya estaría en el trabajo.

―Es lo bueno de estar de vacaciones, me levanto tarde ―se dijo, tratando de hacerse un buen humos y tratar de no pensar tanto en la pérdida de su Martina y esos mensajes extraños.

La mañana transcurrió como las demás transcurrieron desde el accidente. Desayunó y medio arregló la casa. Ni siquiera él mismo se arregló, prefería andar en pijama, pues no tenía pensado salir.

Después de barrer la cocina, se dirigió a la sala a ver un poco de televisión. Pasaba y pasaba los canales, pero ninguno le llamaba la atención.

―¿Qué voy a hacer con mi vida? ―suspiró mientras recargaba su cabeza en el respaldo del sofá.

En eso, sintió un leve apretón en su mano derecha.

―¿Qué mierda? ―gritó asustado, al mismo tiempo que quitaba rápidamente su mano de ahí―. Dios, me va a dar algo ―se alejó rápido de la sala y se fue a su habitación.

Buscó rápido una foto de Martina, tomó la primera que vio, pues la casa estaba llena de ellas. La puso frente a él y dijo:

―Martina, princesa de mi vida, si eres tú quien ha estado dándome esos mensajes, por favor, para. Sé que no me harías daño, pero estoy muy asustado, mi amor ―su corazón estaba acelerado, no soportaría otra cosa así―. No entiendo, si tú eres la que se ha ido, ¿qué recibo mensajes pidiendo que despierte, o diciendo que me extrañas? ―miró fijamente a la Martina sonriente de la foto.

Hubo un silencio, solo se escuchaba la respiración agitada de Jorge, que iba retornado a su normalidad. Él no creía en cosas paranormales, pero en verdad estaba asustado y confundido. No le preocupaba que hubiese un "ser del más allá" en su casa, sino que lo que lo confundía era el tipo de mensajes que recibía. ¿Por qué debía "despertarse"? Si él estaba despierto, o eso creía. ¿Por qué Martina lo extrañaba?, si ella era la que se había ido, ¿no?

Decidió salir a tomar aire fresco. Lo necesitaba. No había salido de su casa desde que ocurrió todo, tal vez era ese el motivo de sus alucinaciones. Sí, tal vez...

Se encontraba sentado en la banca del parque. Le pareció raro que no hubiese niños jugando un sábado. Tampoco había mucha gente, solo unas dos o tres y a lo lejos, lo que le pareció aún más extraño.

La señora Florencia pasaba por ahí y vio a Jorge sentado con una cara de preocupación. Se acercó a él y lo saludó:

―Jorge, qué alegría verte fuera ―su vecina le sonrió amable, a lo que él también respondió.

―Buen día, señora Florencia. Sí, necesitaba aire fresco ―suspiró.

―¿Qué pasa, Jorge? ―la señora se preocupó por él y se sentó en la misma banca, mirándolo con algo de confusión. Jorge suspiró nuevamente.

―Han pasado muchas cosas extrañas en casa ―miró a ver a la mujer y ella asintió, como diciendo que continúe―. Hace dos días, estaba viendo una foto de Martina, y claramente escuché su voz diciendo "Jorge, aquí estoy contigo" ―doña Florencia abrió los ojos como platos, pero no dijo nada, así que Jorge siguió hablando―. Obviamente me asusté, y como pensé que era el estrés, me fui por una cerveza a la cocina, pero encontré una nota, que no estaba ahí antes, con la letra de Martina que decía que me extrañaba.

―Oh, Jorge ―la mujer se llevó ambas manos a la boca, en señal de asombro. Jorge prosiguió.

―Ese mismo día, antes de dormirme, esa misma voz dijo que yo tenía que "despertar" ―hizo comillas en la última palabra y frunció el ceño ―la señora seguía sin hablar, pero estaba muy atenta a todo lo que Jorge decía ―. Y hoy en la mañana, estaba sentado en el sofá y sentí que alguien me apretara suavemente la mano. Y eso solo lo hacía Martina cuando quería que yo reaccionara o algo por el estilo ―Jorge miró a su vecina, quien parecía estar pensando en algo para decir. Le atinó.

―Jorge, todo esto que me dices me pone la piel de gallina ―miró a Jorge―. No estés asustado, haz caso a los mensajes. Despierta, abre los ojos, que esta no es tu realidad.

Eso lo dejó aún más confundido. ¿A qué se refería la señora Florencia con eso? ¿Por qué tenía que despertar?

―¿Cómo que ésta no es mi realidad? ―preguntó extrañado.

―Lo siento, Jorge, me tengo que ir, tengo que hacer la comida ―la señora hizo caso omiso a su pregunta, se levantó apresurada y se empezó a ir.

―Espere, explíqueme eso, ¿cómo que esta no es mi realidad? ―Jorge intentó detenerla, pero ella ya había avanzado lo suficiente para que él no pudiera hacerlo.

Y ahí se quedó, viendo como ella desaparecía mientras doblaba en la siguiente calle. Así que esta no era su realidad. ¿Sería una metáfora?

-¡¿Por qué debo despertar?! ―gritó, pues estaba solo no había alguien que lo pudiera escuchar. Al menos eso creía él.

[20/10/2015]

Amor míoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora