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Jane se apresuró hacia el ascensor. Quería regresar a su habitación lo antes posible y entregarse a un sueño reparador, uno que la llevara lejos de todos sus deberes.

«Es el momento perfecto para una siesta»

Pensó en la excusa que habría de presentar para librarse de su responsabilidad, pero ella era consciente de que casi todas sus excusas estaban agotadas. Recurrir a una enfermedad no haría más que traerle problemas, pero no le quedaba otra. Por si fuera poco, su creatividad tampoco le fue de gran ayuda; un gran vacío reinaba en sus pensamientos, uno que, de vez en cuando, se disipaba con pensamientos aislados y superfluos.

Tomó su celular y escribió un mensaje corto y conciso para el director. La luz de su pantalla le provocó un inesperado dolor de cabeza, intenso y pulsátil. Suspiró, su cervicalgia había regresado.

«Me encuentro enferma, hoy no podré ir», aseguró.

Era consciente de que los visitadores médicos no tardarían en hacer acto de presencia, pero necesitaba descansar, solo por esa vez. 

Se detuvo frente a la cabina del ascensor y observó, a través del gran ventanal junto al marco de la puerta, la hermosa vista de la avenida central de la ciudad universitaria. El barullo de los estudiantes llenaba el ambiente, mismo que era alimentado por chismes, rumores y algunos amores. El dulzón aroma del comedor delató el delicioso platillo que los cocineros estaban preparando, llevaba especias aromáticas y, sin duda, queso. Una tarde típica en la universidad de Westmore, una más que no podría disfrutar.

«Muy pronto, esto terminará. Patentaré mi programa, haré dinero y viviré tranquila, sin necesidades»

El elevador comenzó a subir, y Jane, impaciente por dormir, desvió su mirada mientras intentaba perderse en sus escasos pensamientos. El día ya terminaba para ella,recordarlo le brindó un gran alivio. Se cruzó de brazos y se recostó sobre el marco del portal, con su vista paseando en los alrededores del pasillo y su cabeza apoyada sobre la pared. Su dolor de cabeza se detuvo por un breve instante, y la cartelera de anuncios arrebató su atención. Se acercó a ella con lentos pasos, incrédula por lo que sus ojos veían.

«Debe ser nuevo―pensó Jane―, ¿por qué no lo vi antes?»

Recordó una realidad incómoda, una que se había tomado la libertad de ignorar.

―Al cabo que tampoco tengo tiempo para fijarme en estas cosas... ―murmuró.

Una lista de nombres yacía frente a ella y, con ellos, también se lucían fotos. Recordó que, por aquel entonces, la rectoría recomendó a los alumnos residentes que no salieran de la ciudad universitaria y, por supuesto, el motivo era la inexplicable ola de inseguridad. 

«Son demasiados―pensó―, aunque no conozco a ninguno»

El panel que indicaba la ubicación del ascensor se apagó y la iluminación del pasillo se activó a pesar de que estaban en pleno día. Jane regresó su vista, perpleja, hacia los focos más cercanos.

―¿Funciona mal?

Jane miró de reojo a su interlocutora y le sonrió al reconocerla. Era Olivia que, una vez más, había coincidido con ella. En esa ocasión, se la veía más animada y menos pálida.

«Quizá le sentó bien el desayuno»

―Parece que no es mi día―le respondió Jane―, ¿te vas?

―¡No, no! Acabo de llegar. Muero de hambre, espero que esto no me arruine el almuerzo―masculló Olivia―es lo último que le falta a este día.

Ambas dejaron escapar breves carcajadas, sin embargo, la atención de Jane no se despegó del ascensor. Solo podía pensar en irse, acostarse y dormir.

Código ZDonde viven las historias. Descúbrelo ahora