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09/09/2024 - Portal de la Ciudad Universitaria, Zona Oeste.

18:10 P.M

Los guardias privados de la universidad habían encadenado una pequeña puerta junto a la entrada principal. Sin embargo, y ante la negativa del personal para despejar la entrada principal, Arthur se vio obligado a convencerlos para que abrieran esa entrada.

Él se alejó de los guardias, quienes se hallaban demasiado ocupados buscando la llave del candado.

—Aquí unidad 923—dijo, acercando la radio que llevaba enganchada a su chaleco antibalas—, solicito una ambulancia y refuerzos.

—Recibido, informe de la situación.

—Unos universitarios se pelearon, el personal de seguridad cerró el acceso a la universidad, hay muchos heridos, el ataque no fue con armas.

«¿Cómo les digo que... en teoría, son caníbales?»

Arthur guardó silencio por un breve instante, pues continuaba dubitativo acerca de los hechos narrados por los testigos. Y, aunque ellos no eran los únicos que habían visto tan horrible acto, el oficial guardaba sus dudas. Decidió finalizar su reporte, los guardias habían abierto la puerta de la cabina.

Volteó y fue hasta donde el guardia le esperaba, frente a una computadora, la cual observaba con asco. El oficial alzó su vista hacia la grabación y contempló lo que había ocurrido antes de su llegada.

Un joven caminaba por la salida del departamento de salud, con paso errático y torpe, como borracho. Cayó de rodillas y golpeó al suelo con fuerza frenética, como poseído por una fuerza desconocida, sobrenatural.  Un alumno se le acercó, quizá, buscando ayudarlo. Arthur creía entender lo que había ocurrido, pero un detalle inusual le perturbó por un instante. El oficial creyó haber visto algo irreal: los ojos de aquel muchacho, hinchados, rojos como los de un demonio, desbordantes de sangre.

El estudiante se puso de pie, extendió sus brazos como queriendo abrazar a su interlocutor. La expresión deformada del atacante borró las dudas de su mente, aquello no podía ser fruto de una emoción normal, es más, aquel rostro no podía pertenecer a un ser humano, esas facciones deformes y furiosas no deberían poder ser esbozadas por una persona racional. El violento revoleó un puñetazo al aire y un arañazo con la otra. Poseído por una furia sobrehumana, el enloquecido corrió hacia su víctima y la sujetó del cuello. Una tercera persona se unió a la pelea, empujó lejos al agresor y trató de socorrer a su víctima. El enloquecido volteó hacia él. El muchacho intentó contener la embestida del violento y usar su fuerza en su contra, no obstante, fue abrazado por su atacante, quien lo inmobilizó con una toma similar a un abrazo. Luego, clavó sus dientes en su cuello, sentenciando su vida y desatando el pánico entre los presentes.

El forcejeo fue intenso al principio, sin embargo, la intensidad de su lucha se fue desvaneciendo hasta que las expresiones faciales del muchacho no fueron capaces de expresar más dolor. Un charco de sangre se había formado bajo su cuerpo y su cuerpo, sin vida, se estremecía espasmódico . 

El oficial decidió apartar la mirada, tomó su arma y rumbeó hacia el salvoconducto que, originalmente, fue pensado para funcionar como una salida de emergencia. Había un psicópata ahí adentro, uno que estaba desarmado.

—Buscaré sobrevivientes y heridos, los traeré de regreso para que los socorran—dijo él—, cuando me vaya, cierren la puerta, ¿entendido? Y no abran hasta que regrese.

Ellos asintieron con la cabeza.

Arthur retomó su camino por el salvoconducto, un pasillo recto que llevaba a las oficinas del consejo estudiantil.

—Aquí unidad 923, he constatado la actividad de un maníaco en las instalaciones de la universidad, al menos un muerto confirmado

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—Aquí unidad 923, he constatado la actividad de un maníaco en las instalaciones de la universidad, al menos un muerto confirmado. Necesito al escuadrón antidisturbios aquí.

—Entendido, unidad 923. Permanezca con los civiles que se han reunido frente a la universidad, despeje el área.

Arthur maldijo su suerte, pues había tomado una decisión temeraria. Sin embargo, ya no había vuelta atrás, al menos no para él.

«¿Y qué le diré a los de seguridad? ¿Que me arrepentí?

¿Debería decirle? Ah... Creo que no me queda otra»

—Rita, ¿puedo confesarte algo? —preguntó Arthur, destruyendo por completo la formalidad de la situación.

Un silencio incómodo precedió a sus palabras.

—No digas estupideces ahora, Artu, ni hagas alguna idiotez.

Él sonrió. Ella lo conocía lo suficiente como para saber cuando sospechar de sus intenciones.

—Estoy en el salvoconducto que lleva al edificio de bienestar estudiantil, donde está el consejo, la ruta de evacuación normal del edificio indica que se puede salir por ahí—supuso, basado en el diseño del pasadizo—, iré a buscar refugiados.

—¡¿Qué?! ¿Por qué? ¡¿Estás solo?! ¡¿Y si te encuentras con el maniático?! —preguntó la operadora—Ah, si serás...

—Es por los estudiantes, Rita—se excusó—, intentaré sacar a los que me cruce de camino, el resto queda en manos de las fuerzas especiales.

Ella guardó silencio. Luego, soltó un suspiro.

—Muy bien, pero no hagas ninguna estupidez. Una patrulla ha llegado al lugar, están dispersando a los civiles.

Arthur cerró la transmisión y silenció la radio, pues había llegado al final del salvoconducto.

—Es hora—masculló.


Diálogo eliminado:

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Diálogo eliminado:

—Aquí unidad 801, lamento interrumpir su charla—dijo una voz nueva, aguda, perteneciente a una mujer—. Díganle a 923 que aprenda a estacionar. Los civiles están dispersos, sin heridos.


Rita Ashcroft: 27 años. Se llama igual que el personaje del prólogo, pero es otra persona.

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