14

16 5 2
                                    

El estruendo de unas hélices estremeció a Arthur, quien desvió su vista al cielo para encontrarse con un helicóptero. Uno de los operarios apuntó el proyector con dirección a él y un atisbo de esperanza invadió su pecho. ¿Había terminado el infierno? Él persiguió a la aeronave al trote por un breve instante, moviendo sus brazos de lado a lado y gritando a todo pulmón con intención de pedirles ayuda. Creyó que podía cambiar su destino, evadir la misión y escapar de aquel recinto nefasto. No sabía lo que pasaba, tampoco le interesaba averiguarlo.

Los estudiantes siguieron su ímpetu y gritaron al piloto para que descendiera. Tenía mucho lugar, pues se hallaban en el patio deportivo de la universidad. Creyeron, por un breve instante, que todo había terminado. Pero el helicóptero apagó el proyector y continuó con destino desconocido, saliendo de su campo visual tan pronto se ocultó detrás del edificio principal. Ellos miraron el cielo en silencio, los estudiantes incrédulos, el oficial resignado.

—¡Rita! ¡¿Puedes darme una explicación de por qué el helicóptero no ha venido a rescatarnos?! —gritó a la radio.

—Arthur, el helicóptero está transportando a un equipo de operaciones especiales, no pueden ir por ti. El comisario ha sido apartado de la operación, tu misión queda cancelada, eres libre de salir cuando lo veas necesario.

—¿Pueden enviar a alguien por nosotros? —preguntó, con su voz resquebrajada por el miedo—No sé cuanto nos dure esta tranquilidad.

—Arthur, tenemos a todas nuestras unidades ocupadas en este momento. Estamos por abrir la puerta principal para intervenir la ciudad universitaria, el ejército nos apoyará, están notificados de todo lo acontecido.

«Ah, los militares. Esto debe ser grande, como una casa», murmuró.

Una suave brisa acarició su rostro. ¿Estaba a salvo? Le invadió una sensación que, temió, fuera mentirosa. Sentía paz, tranquilidad. Podía escuchar el canto de las aves, la sirena de las patrullas, el lejano rumor de las hélices de los helicópteros y un murmullo continuo, mismo al que ya se había acostumbrado. De vez en cuando escuchaba gritos, pedidos desesperados de ayuda, pero no había nada que pudiera hacer. Arthur temía no ser capaz de proteger a esos dos estudiantes, y temía no dar la talla a más responsabilidad.

Desvió su mirada hacia el horizonte, el atardecer estaba próximo a caer; le costó distinguir la dirección de los murmullos, pues parecían envolverlo. Por instinto, volteó con dirección a la universidad, misma que se alzaba con elegancia hacia el cielo, luciendo numerosos ventanales por los que no podía verse nada, con excepción de uno. 

Había un estudiante en el segundo piso, un joven de cabello rapado, llevaba un cartel en sus manos. Gritaba, podía verlo, pero su voz se mezclaba con el millar de murmullos.

«AYUDA»

—Rita, ¿me puedes dar alguna información acerca de los civiles refugiados en el edificio principal? ¿Los han identificado?

—Se han identificado numerosos grupos, se encuentran refugiados en distintas alas del edificio. Hemos logrado concentrar la gran mayoría en la azotea, a la espera de ser evacuados, pero quedan algunos dispersos por las instalaciones. El grupo donde se hallaba el hijo del comisario estaba en el comedor del anexo, pero fueron acorralados por alborotadores y desde entonces no hemos recibido noticias.

Sonrió. "Alborotadores", ¿ahora los llamaban así?

—¿Puede decirme quienes estaban con el hijo del comisario? —dijo Arthur.

—Tenemos la confirmación de pocos estudiantes. Matt Longwood y Margueritte Fourneau estaban junto al hijo del comisario. Interceptamos una llamada de una estudiante llamada Jane Anand, quien se comunicó con sus padres poco después de refugiarse en el comedor. ¿Ha visto a alguno de ellos?

Arthur volteó hacia los estudiantes que, con suma atención, escuchaban la transmisión del oficial.

—¿Alguno de ustedes conoce a ese tal Matt? —preguntó.

—¡Yo! —exclamó Mihaela—Pero el chico de allí arriba no es Matt, pero creo conocerlo, es un amigo suyo... ¡Quizá sean del mismo grupo!

—Me sirve—dijo Arthur—. He avistado a un grupo de estudiantes pidiendo ayuda en el edificio central y uno de los estudiantes que me acompaña ha identificado a uno de ellos como Matt Longwood.

—¿De verdad? ¡Estas son buenas noticias! Escucha, si logras dar con ellos y llevarlos a la azotea con el resto del grupo, quizá pueda conseguir que los saquen de ahí.

Más responsabilidades, sin embargo, al final del camino estaba su escape. Una pista para correr se extendía frente a él, misma que lucía un mapa del edificio principal. Arthur vio que podía subir con facilidad, por ascensor o usando las escaleras del edificio. Subir por ellos no debería ser complicado.

—Entendido, cambio y corto.

El sol se ocultó por completo detrás del edificio central. Arthur levantó su dedo pulgar hacia el estudiante que, tras esbozar una sonrisa esperanzada, volteó con dirección a sus compañeros. Arthur suspiró, le quedaba mucho por hacer. Relamió sus labios, consciente de que su misión podía echarse a perder sin mucha dificultad. El grupo estaba refugiado en un tercer piso, ¿cómo habían llegado allí desde el comedor?

El oficial volteó hacia los estudiantes que había escoltado hasta ese momento, dubitativo acerca de lo que debía hacer con ellos.

—¡Alex, Alex!

El grupo volteó con dirección a la voz. Un muchacho se hallaba en la salida del departamento principal, misma que no tenía puerta alguna, pero por la cual ya no transitaba nadie más que él. Su cuello mostraba una lesión terrible, un mordisco sin dudas; su brazo yacía vendado, pero eso no era lo más llamativo de su semblante. El joven se hallaba doblado sobre su abdomen, presionando con su mano hábil una herida de la que brotaba abundante sangre.

—¡Luke! —gritó el otro estudiante.

Echó a correr hacia él y Alexander intentó hacer lo mismo. Sin embargo, Arthur lo sujetó del brazo, deteniéndolo en seco antes de que pudiera alcanzar al jovencito. El estudiante volteó enseguida hacia el oficial, con desconcierto en su mirada.

Un alarido desaforado resonó por el campo, similar a un grito de guerra, uno que se originó en el interior de las entrañas de una persona. No obstante, aquello no podía provenir de un humano en sus cabales. Luke volteó hacia el pasillo y una mueca deformada por el terror se apoderó de su rostro.

—¡Alex, ayúdame por favor!

Él intentó correr con mayor ahínco, sin embargo, su dolor limitó su capacidad para moverse. Cayó al suelo y dio la vuelta para observar a su perseguidor. Arthur desenfundó su pistola y se apresuró con dirección al muchacho, sin embargo, alguien se le adelantó. Con rapidez abrumadora, un hombre alcanzó al malherido. Llevaba uniforme, debía tratarse de otro alumno, quizá alguna vez lo fue. Alzó un cuchillo con dirección al cielo y, con desenfreno animal, comenzó a perforar el cuerpo de su víctima.

¡BAM! Un proyectil penetró su tórax de par en par, otro atravesó su abdomen, pero él no se inmutó ante heridas que, en un contexto distinto, le hubieran sido fatales. Arthur tiró del gatillo dos veces más y, luego, la corredera de su arma se trabó. No tenía más balas.

El muchacho los miró de reojo, con su rostro impertérrito, pálido y sus ojos hinchados, derramando lágrimas escarlata.

El muchacho los miró de reojo, con su rostro impertérrito, pálido y sus ojos hinchados, derramando lágrimas escarlata

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Código ZDonde viven las historias. Descúbrelo ahora