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09/09/2024 - Universidad central de Westmore, Zona Oeste.

7:25 A.M

La mañana se abrió paso por su ventana con suaves haces de luz que iluminaron su rostro, sacándola de un sueño hermoso que muy pronto desconoció. Ella bostezó, estiró sus brazos y maldijo, por milésima vez en el mes, al sistema educativo y a sus incontables deberes facultativos.

Desvió su mirada de regreso a sus sábanas y las acarició con cariño antes de reconsiderar su retorno a los brazos de Morfeo. No recordó el sueño que había tenido, pero una sensación cálida en su pecho le hizo saber que, sin duda alguna, se trató de algo hermoso.

 No recordó el sueño que había tenido, pero una sensación cálida en su pecho le hizo saber que, sin duda alguna, se trató de algo hermoso

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Ella se recostó una vez más, se redujo en posición fetal y cerró sus ojos mientras pensaba en la excusa que le daría al director. ¿Tareas? Muy trillado; ¿un compromiso inesperado? Ya había usado esa excusa la semana pasada; ¿una enfermedad? No quería lidiar con visitadores médicos, y mucho menos con en un momento como ese. Todos estaban infectados, todos, sin excepción. ¿Tenías tos? Peste gris; ¿Fatiga? Peste gris; ¿Te dolía el cuerpo? Peste gris; ¿Estabas indispuesta? Sin duda, peste gris; ¿Subían los precios? Peste gris; ¿El gobernador salía de fiesta a burdeles? Peste gris, por supuesto, ¿era posible dudarlo? A los ojos de los médicos, todo era síntoma de la peste gris, todo requería de aislamiento y nunca pasaba nada que no fuera la peste gris. A pesar de todo el revuelo, al día de la fecha, nadie había muerto por aquella enfermedad. Quizá, lo preocupante en la enfermedad era su largo período de convalecencia, acompañada por extraños "síntomas" anímicos, si es que se los podía considerar como tal. Pero Jane no entendía de medicina, ni de virus, bacterias, hongos u enfermedades, tampoco quería hacerlo, prefería no pensar en ello y avocarse, por completo, en sus propias preocupaciones.

La molesta vibración de su celular arrebató su atención desde el cercano velador junto a su lecho.

«Haz como si no hubieras escuchado nada―pensó―, ya dejará de sonar».

La llamada, en efecto, concluyó luego de unos segundos.

Jane sonrió y se volvió a sumergir en el oscuro y fantasioso mundo onírico que, desde lo más profundo de su ser, deseó no haber abandonado. Pero aquella llamada se repitió, una, dos y tres veces. Cuando el teléfono sonó por cuarta vez, ella lo tomó de un manotazo y miró, con sumo desprecio, al responsable de arruinar su día de ocio. Llevó el teléfono a su oído, furiosa por su intromisión.

―¿Vincent? ―inquirió, con cierta indignación en su voz―¡¿No tienes nadie más a quien molestar?!

Una carcajada fue su respuesta.

―¡¿Qué es tan gracioso?! —preguntó, malhumorada por mal despertar.

―Nada en especial, ¿te asusté? ―le preguntó con aire burlón.

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