Prólogo

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30/07/2024 - Bosques de Westmore, hemisferio norte. 

12:23 A.M


Corría el último día laborable de la semana, pero los jefes le habían "convencido" para asegurar su presencia como supervisor de las tareas de mantenimiento en la planta purificadora. En pos de lograrlo, se valieron primero del convincente (y autoritario) discurso del superior de turno, el cual no fue suficiente para convencerlo de salir de viaje hacia los inhóspitos límites de la ciudad. Luego, le ofrecieron una compensación económica que, como no podía ser de otra forma, resultó insuficiente en comparación al rigor propio de la tarea y, en especial, a lo molesto del viaje hacia los bosques de Westmore. Más tarde arreglaron la oferta monetaria y la volvieron tentadora, pero no fue hasta la amenaza final que lograron convencerlo.

El ingeniero, Michael Ford, había negociado con los supervisores de la empresa para salir de vacaciones por un mes y también tomar su permiso de excedencia con el fin de ausentarse por otro largo período. Dicho acuerdo fue acordado en pos de garantizar su presencia en las reformas de la planta purificadora, dado que era necesaria la firma de un experto para que volviera a funcionar.

«Y, cuando termine con esta mierda, me iré lejos. Sí, con toda mi familia»

¿Cuánto valía realmente su tiempo en familia? El ingeniero se lo planteaba de vez en cuando, pero gustaba de engañarse a sí mismo con el añorado regreso a casa, aquel que repararía su cansada mente y su desgastado cuerpo. ¿Por qué, entonces, había aceptado la propuesta? ¿Fue por el dinero? ¿O acaso fue alguna razón lejana a su propia voluntad? La respuesta acudió a él sin demora, en forma de una imagen mental que le llevó a relamer sus labios: un cuarto desordenado, abandonado, con el suelo sucio y las ventanas cerradas. Su casa vivía en la penumbra, con sus hijos demasiado ocupados como para darle mantenimiento y con su esposa haciendo quién sabe qué. Aunque, a decir verdad, él tampoco contribuía en lo absoluto.

Michael Ford estaba acompañado por Rita Summers, una pasante que se había sumado a la empresa con el fin de ganar experiencia laboral entre tanto finalizaba sus estudios superiores en la prestigiosa universidad de Westmore. Era una muchacha de pocas palabras, elegante, siempre bien vestida y con guantes negros de algodón a causa de una insipiente alergia al contacto con sustancias aceitosas, prenda que le costó las insensibles burlas de sus compañeros en el rubro.

Rita Summers, de hecho, era una muchacha muy inquieta, de mente ágil y veloz. Esta imposibilidad para sobrevivir en la quietud la llevó a pasar el tiempo leyendo los reportes de la planta. Michael, quien ya se hacía una idea de la razón detrás del desperfecto, no tardó en percatarse de las muecas indignadas que la muchacha esbozó cuando llegó a los anexos finales, los mismos que correspondían a los informes de bacteriología, parasitología, bioquímica y metales pesados del equipo que auditó las actividades de la planta. No le sorprendía, pero tampoco podía sermonearle por todo, ni enseñarle a "vivir". Ella debía aprender, por las buenas o las malas, que el trabajo es trabajo, y los valores van por otro carril.

―Entonces―masculló Rita―, ¿cuál es la idea de nuestra visita? ¿Ratificar que las reformas dieron resultados?

―El plan―comenzó Michael―es terminar lo más rápido posible, leer lo justo y necesario, estar seguros de que nadie morirá y, por supuesto, ir a beber algo para celebrar que terminó la semana.

Rita, disconforme con su respuesta, se cruzó de brazos, pero Michael no le prestó atención.

«Bueno, parece que no habrá celebración», se lamentó él.

Ni celebración, ni distracción, ni oportunidad de llegar más lejos con la jovencita, quien se olía las intenciones del ingeniero. No obstante, Rita prefirió centrarse en su trabajo, pues lo consideró la mejor forma de ignorar a su molesto acompañante.

―En las aguas se detectaron metales pesados, heces de pollo, restos animales y el sobrecrecimiento de organismos no autóctonos a niveles inusitados―enumeró, con creciente indignación en su voz—, los valores rozan lo tolerable según el Estado.

―Sí, lo sé―respondió―, y por la misma razón insisto: nos aseguramos de que nadie morirá intoxicado y nos vamos.

Rita desvió su mirada hacia la profunda arboleda a su alrededor. Los bosques de Westmore eran la tapadera perfecta para las industrias de la ciudad, las cuales, dicho sea de paso, volcaban sus desechos en el acuífero; dicha tragedia era el resultado de un acuerdo del gobernador con los empresarios de la zona, uno bastante discreto, pues el pueblo de Westmore seguramente no hubiera estado de acuerdo con que unos señores con traje tiren todo tipo de basura en las plantas purificadoras. Eso quería pensar la muchacha que, indignada, no pudo mantener sus pensamientos en su cabeza.

―¿No es mejor pedirles a las empresas que tengan más cuidado con su basura? ―preguntó―Todo esto... Es demasiado para la planta. La función de las instalaciones no es el reciclaje.

―Niña, esos tipos son un mal necesario―respondió Michael―. Westmore es grande gracias a las industrias que aportan dinero a cambio de ciertos "daños colaterales"―mencionó, a modo de eufemismo―. Lo importante, es que al menos intenten dejar su basura en un lugar donde no hagan daño a nadie.

Rita regresó su mirada a los papeles, impotente por la indiferencia de su compañero. Ella nunca se consideró a sí misma una idealista, ni mucho menos una defensora de la causa ambientalista. Aquellos temas no le eran indiferentes, pero su pasividad hacia la búsqueda de soluciones le impidió, desde que tenía memoria, llevar a cabo cualquier tipo de acto de resistencia. Sin embargo, la contaminación del acuífero era, por mucho, una catástrofe que podría generar daños impredecibles en la población. Ante aquel peligro, cierto e inminente, ella decidió que no guardaría silencio.

―Pero esto puede ser peligroso, las instalaciones no están hechas para el reciclaje―insistió Rita―, ¿cuánto tiempo lleva así la planta? ¡¿Hubo personas expuestas a estos contaminantes?!

Michael Ford frenó el vehículo de golpe, y el cuerpo de su compañera se estremeció. Rita logró evitar el latigazo de aquel brusco movimiento y regresó su mirada al conductor que, con una sonrisa burlona en su rostro, parecía estar disfrutando de lo que pasaba.

Con su cuello tenso, suspiró adolorida mientras el conductor abría la puerta, complacido.

―Oh, perdón, ¿no te lastimaste, verdad? —preguntó, como una burla clara―Baja, hemos llegado.

Rita le observó marcharse y, mientras el sol se abría paso a través de la puerta de su acompañante, se lamentó por haber hablado y recordó la razón por la cual prefería no mediar palabra con los directivos de la institución.

―Ah... Odio mi trabajo―masculló.

 Odio mi trabajo―masculló

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NOTA DEL AUTOR

Hacer estos avisos en un libro de zombis es como decir que el cielo es azul, pero por las dudas...

Este libro contiene escenas de violencia y sangre

Código ZDonde viven las historias. Descúbrelo ahora