Capítulo 6 | ¡Él es mi favorito de la banda, Dios!

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Sara

El cielo se encuentra extrañamente cubierto de estrellas.

Recuerdo ser una niña y preguntarle a mamá sobre la falta de ellas por las noches, como en las películas, a lo que simplemente respondía que el Valle era diferente, que estaban escondidas porque sabían que aquí no las dejarían brillar.

Jamás lo entendí hasta que fui lo bastante grande. No hablaba de las estrellas, sino de sí misma. Siempre me pregunté qué tan diferente hubiera sido su vida de no haber conocido a mi padre.

Deben ser cerca de las tres de la mañana, empiezo a divagar, y los mensajes de Natalia dejaron de llegar hace mucho. Imagino que encontró alguna distracción más placentera que el tener que llevarme a casa.

Es cierto que no la necesito para volver, es decir, puedo simplemente caminar descalza el millón de calles hasta llegar a la mía, aunque tenga que perder ambos pies en el proceso. Sí, es sarcasmo, claro que la necesito.

Podría colarme en su auto y conducir, pero la sola idea de romper uno de los cristales, de arruinar el único recuerdo que le queda de sus abuelos, es suficiente para descartar esa posibilidad.

Además, claro, una vez dentro que se supone que haga sin llaves, esto no es una estúpida película de acción, así que no sé nada sobre unir cables al azar y arrancar un vehículo de la nada. Y no, tampoco sé manejar.

Llevo bastante rato en el jardín, sentada sobre una de las muchas bancas que se encuentran en el exterior de la vivienda. Desde aquí ni siquiera puedo ver la ventana de la habitación donde se supone que están todos. Así que, a pesar de mi voz interior repitiéndome una y otra vez que me quede, decido que tengo que ir a buscarla yo misma.

Apenas trato de ponerme de pie, recuerdo porque los tacones solo deben usarse en ocasiones especiales. Me los quito y el alivio es inmediato. Sin retrasarlo más, emprendo el camino hacia la mansión.

La mayoría de invitados se retiraron hace menos de una hora, por lo que todo está vacío y el silencio que debería ser relajante, se siente extraño, como si algo no andara bien.

Vuelvo a estar en medio del salón, las mesas continúan en su lugar, aún hay rastros de comida y unas cuantas manchas de vino sobre los manteles, como si solo las personas hubieran desaparecido. Casi parece un pueblo fantasma.

No suelo asustarme con facilidad, así que todavía no estoy impresionada, no hasta que lo veo.

Quiero dar la vuelta y alejarme lo máximo posible, pero ya es tarde. Su mirada se encuentra con la mía y parece que piensa lo mismo que yo, pero en lugar de hacerse caso, decide caminar hacia mí y no sé dónde meterme. Mi corazón late con fuerza con cada paso que da y cuando lo tengo frente a mí, me quedo inmóvil, incapaz de huir, incapaz de pronunciar una sola palabra.

—Todavía estás aquí —No puedo evitar el leve temblor que me recorre y por supuesto, lo nota, por lo que se apresura en agregar —: No quería asustarte —Es la primera vez que habla conmigo en toda la noche, la primera vez que escucho su voz después de todos estos años.

La luz de la luna se filtra a través de las puertas y ventanas de cristal que dan al jardín, donde ya todo está preparado para la ceremonia de mañana y es lo único que me permite observar cada pequeño detalle de su rostro. El rastro de barba, la cicatriz en su mejilla derecha, sus ojos color avellana tratando de ver más allá, como si pudieran leerme.

—No lo hiciste —miento y me dispongo a marcharme, pero sostiene mi mano impidiéndome hacer absolutamente nada, como si su toque bastara para desarmarme —. Suéltame, por favor —Cede ante mi petición.

Yo no lo hiceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora