El Rescate

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La oscuridad lo envolvía por completo. No sabía cuánto tiempo había pasado desde que había caído desmayado. Sentía el frío de la superficie dura bajo su cuerpo y la humedad en el aire. Su mente vagaba entre el sueño y la realidad, atrapado en una nebulosa de recuerdos y terrores.

Un grito desgarrador lo sacó de su letargo. Los ojos de Daniel se abrieron de golpe, aunque su visión seguía siendo borrosa. Intentó levantarse, pero su cuerpo no respondía con la rapidez que deseaba. Sus músculos estaban adoloridos, y cada movimiento le costaba un esfuerzo monumental.

-¡Levántate, Daniel! -gritó una voz que reconoció de inmediato.

Era Seraphiel, su guía y protector celestial, cuyo poder había invocado tantas veces para enfrentarse a las fuerzas oscuras. La luz cálida y tranquilizadora de Seraphiel comenzó a envolverlo, dándole fuerzas para moverse. Daniel se incorporó lentamente, sus ojos ajustándose a la penumbra.

Los cinco poseídos que lo habían rodeado anteriormente seguían allí, mirándolo con ojos vacíos y llenos de malevolencia. Se acercaban lentamente, sus movimientos torpes y descoordinados, como si la humanidad que una vez tuvieron luchara por emerger de las profundidades de sus cuerpos poseídos.

-Seraphiel, ayúdame... -murmuró Daniel, sintiendo la desesperación apoderarse de él.

-Estoy contigo, Daniel, pero mi poder aún no se ha recuperado por completo. Debes confiar en tus propias fuerzas esta vez -respondió la voz celestial en su mente.

Con renovada determinación, Daniel se levantó por completo, su mente clara y enfocada a pesar del dolor y el agotamiento. Sabía que no podría enfrentarse a todos ellos a la vez en su estado actual, así que necesitaba una estrategia.

Mientras los poseídos avanzaban, Daniel recordó un truco que Seraphiel le había enseñado: distraer y dividir. Agarró una piedra del suelo y la lanzó con todas sus fuerzas hacia una ventana cercana. El vidrio se rompió con un estruendo ensordecedor, desviando la atención de los poseídos.

Aprovechando la distracción, Daniel corrió hacia un callejón estrecho. Su respiración era pesada y entrecortada, pero no podía permitirse detenerse. Necesitaba tiempo para pensar, para planear su siguiente movimiento.

Al llegar al final del callejón, se encontró con una pared de ladrillos. Sin salida. Escuchó los gruñidos y pasos torpes de los poseídos acercándose. Sin opciones, cerró los ojos y se concentró en su interior, buscando esa chispa de luz que siempre había estado allí, su conexión con Seraphiel.

-Por favor, necesito tu luz... -susurró con desesperación.

Un calor suave comenzó a irradiar desde su pecho, extendiéndose por su cuerpo. Abrió los ojos y vio sus manos brillando con una luz dorada tenue. No era mucho, pero era suficiente para defenderse.

Los poseídos doblaron la esquina del callejón, sus rostros desfigurados por el odio y el hambre. Daniel levantó las manos, y una ráfaga de luz salió disparada, impactando al primero de ellos. El poseído cayó al suelo, gritando de dolor mientras el demonio dentro de él era expulsado.

Pero aún quedaban cuatro. Daniel respiró hondo, preparándose para el próximo ataque. Cada movimiento dolía, cada segundo era una lucha contra la fatiga, pero no podía rendirse.

De repente, una figura apareció en el techo del edificio adyacente. Una silueta delgada y ágil saltó al suelo con gracia felina, aterrizando entre Daniel y los poseídos. La figura se levantó, revelando a una joven de cabello oscuro y ojos brillantes de determinación.

-¡Aléjate de él! -gritó la joven, extendiendo una mano hacia los poseídos. Una explosión de energía luminosa los golpeó, haciendo que retrocedieran y gritaran de dolor.

Daniel la reconoció de inmediato. Era Ana, una compañera del colegio donde asistía. Juntos habían compartido varios momentos cuando su vida era aún era normal, su presencia era un alivio inmenso.

-¿Ana? ¿Qué haces aquí? -preguntó Daniel, aún recuperándose del impacto.

-Te estaba buscando. Sabía que vendrías al centro de la ciudad. No podía dejarte solo en esto -respondió ella, sin apartar la vista de los poseídos — Además no eres el único con el poder de la luz.

Juntos, se enfrentaron a los demonios restantes. La luz de Daniel y la energía de Ana se combinaron en una danza letal de destellos y golpes. Uno a uno, los poseídos cayeron, sus cuerpos liberados de la oscuridad que los controlaba.

Cuando el último de los poseídos cayó, Daniel se dejó caer al suelo, exhausto pero aliviado. Ana se arrodilló a su lado, colocándole una mano en el hombro.

-Lo hiciste bien, Daniel. Pero no podemos quedarnos aquí. Hay más de ellos, y Azrael sigue suelto -dijo Ana, su voz firme pero compasiva.

Daniel asintió, sabiendo que tenía razón. Aún quedaba mucho por hacer, y no podían perder tiempo. Con la ayuda de Ana, se puso de pie y juntos comenzaron a caminar por las calles desoladas, buscando un lugar seguro donde planear su próximo movimiento.

Mientras caminaban, Daniel se dio cuenta de lo mucho que necesitaba aliados como Ana. No podía enfrentar esta batalla solo. La luz en su interior era poderosa, pero también lo era la camaradería y el apoyo de aquellos que compartían su misión.

-Gracias, Ana. No sé qué habría hecho sin ti -dijo Daniel, rompiendo el silencio.

-No tienes que agradecerme. Somos un equipo, y siempre lo seremos -respondió ella con una sonrisa.

La ciudad seguía sumida en el caos, pero con cada paso que daban, Daniel sentía que había esperanza. Juntos, podían enfrentar cualquier desafío.

La lucha estaba lejos de terminar, pero mientras tuvieran su luz y su determinación, sabían que podían vencer.

La lucha estaba lejos de terminar, pero mientras tuvieran su luz y su determinación, sabían que podían vencer

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La luz de Seraphiel (Libro II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora