• CAPÍTULO 12. »No pierdas el eje«

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     —Despierta, bella durmiente —la voz ronca de Ethan deleitó mis adormilados oídos, y sus pequeños besos efusivos pero afables, estaban por todo mi rostro, logrando sacarme una amena sonrisa.

—¡Detente, ya desperté! —barbullé riendo, apoyando mis manos en su pecho.

—¡Demuéstralo! —me desafió, acariciando mi vientre por debajo de la blusa, tan parsimonioso que me ericé bajo su tacto.

Acuné su bonito rostro entre mis manos y esparcí besitos por sus mofes, nariz, mentón, frente y cuello. Sonriendo al regresar mi rostro frente al suyo que también sonreía con plenitud.

Nuestras miradas se entrelazaron, y la atracción se podía palpar en el aire, era muy intensa.

Si seguíamos actuando como pareja terminaría muy confundida, pero eso sería un problema para la Natasha del futuro…

—Creo que me estoy volviendo adicta a ti y no quiero rehabilitarme nunca —confesé acariciando su nuca, embelesada con cada detalle de su precioso rostro.

—Juro que me vuelves loco —murmuró, volviendo a atrapar mis labios entre la calidez y humedad de los suyos.

Una vez sus bocas se distanciaron, él se puso de pie y exhaló un profundo suspiro desganado.

—¿Sucede algo? —lo observé preocupada, se había vuelto muy cabizbajo de un momento a otro.

—Así es, Natasha —mi nombre siendo entonado por su maravillosa voz unos tonos más baja de lo normal, se volvía la palabra más sublime que haya escuchado estos últimos años. Y pueden pensar que exagero, ya que para la mayoría oír su nombre es algo cotidiano, no obstante, el mío fue reemplazado incontables veces por viles insultos, al punto de hacerme olvidar quien soy en realidad. Tanto así que ni siquiera había tenido la capacidad de enterarme y aceptar cuanto extrañaba que alguien lo pronunciara,  devolviéndome de forma simbólica la identidad que «La triple R» se encargó de enterrar en las profundidades del infierno con su irracional odio e injustificada difamación.

Al darme cuenta como mis pensamientos se habían dispersado conduciéndome a los sitios más oscuros de mi mente, sacudí mi cabeza sin moverla, centrándome otra vez en tiempo y espacio.

—No me gusta nada verte triste, bebé musculoso —él se rió tras oír el nuevo apodo que le acababa de inventar, aliviando un poco mi corazón—. Dime, ¿qué sucede? Por favor —tomé su mano, observando sus adorables ojitos decaídos.

—Es que ya debo irme y no quiero hacerlo, voy a extrañarte demasiado. Miraré la hora rogando que llegue pronto la mañana para poder verte de nuevo —elevó apenas una de sus comisuras, formando media sonrisa atribulada.

—Oye, puedes llamarme si me extrañas, y platicaremos hasta quedarnos dormidos —sugerí con una sonrisa, me hacía mucha ilusión que conversáramos hasta caer en los cómodos brazos de Morfeo.

—Aun así, no es lo mismo que tenerte de pie frente a mí —me acercó más a él, sosteniendo mi cintura, evaporando la distancia entre ambos para besarme con ávido, como si fuera la última vez que lo haría, multiplicando las burbujitas que cosquilleaban dentro de mi estómago.

Segundos después, caminamos de la mano hasta la puerta.

—Ve a casa con cuidado —pedí sonriendo desde el umbral de la puerta, recorriendo su imagen con detenimiento.

—Solo si me besas una vez más —sus dientes se arrastraron mordiendo el costado de su labio inferior, esbozando una ladina sonrisa pícara que solo dejaba ver la hilera superior de sus dientes.

~𝓕𝓪𝓵𝓵𝓲𝓷𝓰 𝓲𝓷 𝓵𝓸𝓿𝓮 ↓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora