Charles Leclerc

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La Tempestad en Mónaco

Charles

El rugido del público en las gradas de Monte Carlo resonaba a través de mis cascos, el bullicio de la multitud mezclándose con el sonido ensordecedor de los motores. Cada curva, cada aceleración, me acercaba más a la victoria que tanto anhelaba. Mónaco no era solo otra carrera; era mi hogar, el lugar donde crecí soñando con este momento. Sentía el peso de la historia, de mi familia y de todos los que me apoyaban sobre mis hombros.

Diez vueltas para el final. El sol se reflejaba en las aguas del puerto, y las banderas ondeaban al viento. Llevaba la delantera, el corazón latiéndome con fuerza, casi sintiendo ya la victoria en mis manos, casi sintiendo que lo lograría. Pero entonces, en una fracción de segundo, lo vi. El McLaren de Agustín, mi Agustín, acercándose peligrosamente por el retrovisor. ¿Cómo había acortado tanto la distancia?

"Charles, no te distraigas", me dije a mí mismo, pero fue en vano.

En la siguiente curva, la Rascasse, cometí un pequeño error, me cerré demasiado y él lo aprovechó. Agustín me superó con un movimiento limpio, perfecto. Demasiado perfecto. Lo vi alejarse mientras la rabia y la frustración se acumulaban en mi pecho. No podía creerlo. No en Mónaco, no en mi casa.

Cuando la bandera a cuadros cayó, no era yo quien la cruzaba primero. Era él. La alegría en la voz del equipo McLaren resonaba en mis oídos, mientras que el silencio en mi radio me decía todo lo que necesitaba saber. Había perdido.

No fue una pérdida cualquiera. Fue una derrota que dolió como una puñalada. Me bajé del coche, tratando de mantener la compostura, pero sentía que el mundo se desmoronaba a mi alrededor. Mis mecánicos intentaron consolarme, pero no había palabras que pudieran aliviar el dolor que sentía.

Sabía que tenía que felicitarlo, que tenía que sonreír para las cámaras, pero todo lo que quería hacer era gritar. Tuve que aguantar el cold down room y luego el podio, fingir que no estaba destrozado, fingir que estaba todo bien, fingir felicidad cuando no la había. ¿Cómo había podido hacerme eso? ¿Sabía lo importante que era para mí?

No pude aguantarlo más. Caminé a paso firme hacia el motorhome de McLaren luego del podio, ignorando las miradas de curiosidad y preocupación a mi alrededor. Cada paso que daba, el resentimiento crecía más dentro de mí, hasta que finalmente lo encontré, estaba en una habitación todavía quitándose el casco, su rostro radiante por la victoria.

Charles: -¿Qué demonios fue eso, Agustín? -le espeté sin preámbulos, la voz llena de rabia contenida.

Agustín: -¿Qué? ¿El adelantamiento? Vamos, Charles, era una carrera. Sabes cómo es esto -respondió él, como si no entendiera el peso de sus acciones.

Charles: -¡Era Mónaco! ¡Mi hogar! ¡Sabes lo que significa para mí! -grité, sintiendo cómo el control que había mantenido hasta ese momento empezaba a desvanecerse-. ¿No podías dejarme ganar esta vez?

Agustín: -No se trata de dejar ganar a alguien, Charles. Era mi oportunidad también. McLaren necesita esos puntos -se defendió, pero su voz comenzaba a mostrar signos de cansancio, como si esta conversación fuera inevitable.

Charles: -¿Más que yo? -pregunté, mi voz ahora un susurro cargado de amargura-. ¿Más que lo que significa para mí?

Agustín: -Charles, no es una cuestión de más o menos. Es mi trabajo, al igual que el tuyo. Ambos estamos aquí para ganar, ambos debemos demostrar lo mejor ante nuestros equipos sin que nuestros sentimientos por el otro interfieran-intentó razonar, pero la lógica no podía calmar el torbellino de emociones dentro de mí.

F1 One-shots |Male Reader|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora