Capítulo 8

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La conversación con Santiago resonó en mi mente durante toda la noche. A la mañana siguiente, las palabras «éxito» y «familia» dieron vueltas en mi cabeza mientras estaba sentada en el escritorio, con el uniforme del colegio puesto y escuchaba a mamá andar de un lado para el otro en el pasillo.

La casa era un caos de lunes a viernes a las seis de la mañana, pero nunca le había prestado atención a lo que sucedía del otro lado de mi puerta entreabierta.

Mamá se detuvo en la puerta de al lado, donde estaba la habitación de Matías. La escuché decirle que se apurara y, mientras Matías seguramente terminaba de guardar los útiles que había dejado tirados la noche anterior, le preguntaba si tenía que entregar algún trabajo.

Luego, se detuvo en la puerta frente a la mía, en el cuarto de Alana, quien ya estaba levantada y escuchaba el último álbum de Destiny's Child. El cine abría a las diez, ella debía estar a las nueve en punto. Tenía tiempo de sobra, pero sospechaba que le agradaba un poco demasiado pasearse por la casa con el uniforme de trabajo.

Por último, asomó la cabeza en mi cuarto. Al verme, sonrió.

—Ya estás lista. Te espero abajo.

Ni siquiera me había dado tiempo de sonreírle de vuelta.

Tomé la mochila, con el estómago cerrado y salí de mi cuarto. Delante de mí, bajaba Matías las escaleras.

—¿Ya terminaste con tu trabajo? —preguntó cuando llegamos a la cocina.

—¿Lo terminaste? —preguntó mamá con la taza de café en su mano.

Hacía varios días que no pasaba tanto tiempo fuera de casa.

Tomé una galletita del paquete de surtidas, me tocó una Sonrisa. La miré, regocijándose mientras me guiñaba el ojo. La dejé de vuelta en el paquete.

—No tengo hambre —dije al notar las miradas extrañadas de mamá y Matías.

Incluso antes de que el profesor de Filosofía nos llamara para tomar el espacio en frente de los bancos, noté a Josefina apagada

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Incluso antes de que el profesor de Filosofía nos llamara para tomar el espacio en frente de los bancos, noté a Josefina apagada. Caminaba arrastrando los pies, su piel más pálida de lo normal y sus ojeras resaltaban. Parecía que no había dormido nada en toda la noche.

Con las hojas de sus apuntes en mano, se relamió y se aclaró la garganta. Miró el pizarrón, luego sus hojas nuevamente.

Me daba lástima.

—Nuestro tema es Vidas Pasadas y Karma —dije, escribiendo el tema en el pizarrón. El grupo anterior no lo había hecho, pero supuse que así le daría tiempo a Josefina para recomponerse.

Cuando volví a mirarla, me di cuenta que no era así.

El profesor estaba sentado en el fondo con una lista en sus piernas cruzadas, observándonos sobre sus anteojos.

Me aclaré la garganta y comencé a hablar sobre mi parte del trabajo, tratando de abarcar incluso parte de lo que Josefina debía haber hecho. Para cuando terminé de orar, había quedado claro para todos en el salón que Josefina quedaría en silencio, por lo que aplaudieron de la misma manera que lo habían hecho con el grupo anterior y el profesor nos invitó a sentarnos en nuestros lugares.

Josefina no me miró en ningún momento. Desconocía si estaba ofendida o avergonzada. La respuesta llegaría cuando, al sonar el timbre del recreo, el profesor de Filosofía nos pidió que nos quedáramos unos minutos.

El profesor esperó a que el salón quedara vacío excepto por nosotros tres antes de cerrar la puerta.

—Me parece que no tengo que explicarles por qué les pedí que se quedaran. Si son un grupo, deben exponer las dos.

Era la primera vez que oía un tono tan severo en él. Tenía los brazos cruzados y nos miraba con las cejas elevadas.

Josefina, a mí lado, tenía sus manos unidas delante de ella y estaba cabizbaja.

—¿Tienen alguna excusa? —insistió el profesor.

La verdad, ni Josefina ni yo teníamos una excusa válida. Josefina no podía decirle que pasaba gran parte de las clases de Filosofía practicando para las Olimpiadas y yo, como me tomó desprevenida, fui bastante lenta en inventar una mentira para protegerla.

—Que no se vuelva a repetir.

Se fue del salón con su valija y dejó la puerta abierta.

Ninguna de las dos se movió. Josefina lucía completamente derrotada.

—Si querés hacer el trabajo por tu cuenta, no pasa nada —dijo en voz baja—. No te culparía. —Levantó la cabeza. Pensé que estaría llorando, pero no fue así. Se acomodó el cabello detrás de sus orejas.

—Por más tentador que suene, me gusta que seas mi compañera de clase.

Josefina sonrió.

—Pero quiero que trabajemos juntas.

Esperé. Me había arriesgado y esperaba que hubiera valido la pena. La respuesta de Josefina, sin importar cuál fuera, marcaría el destino de mi vida.

—Podemos juntarnos después de clase.

—Podemos juntarnos después de clase

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Josefina cumplió con sus palabras. Después de clases, apenas me acordé de decirle a Matías que volviera solo a casa, de la felicidad que sentía. Hacía mucho tiempo que no sentía una victoria. Mi corazón podía dejar de funcionar en cualquier momento.

Sin embargo, la felicidad se desvaneció cuando, sentadas en mi mesa de la biblioteca, noté que Josefina estaba anotando las tareas en dos hojas diferentes. Al parecer, no tenía intención de volver a juntarse.

Me incliné hacia delante para poder susurrar.

—Podemos juntarnos en mi casa un día.

—No —dijo de inmediato. Me miró por un segundo—. Tengo que estudiar.

—¿Estudiás todo el tiempo? —pregunté, apoyando el brazo sobre la mesa y la cabeza sobre mi mano.

—Es importante.

No respondí de inmediato. Temía que volviera a cerrarse. Era difícil saber qué sucedía en su cabeza cuando ni siquiera me miraba a los ojos.

La biblioteca estaba vacía. A veces pensaba que la única persona que hacía uso de aquel establecimiento era yo, y la municipalidad no lo había cerrado solamente porque Moira Anastasio llevaba a sus amigos de vez en cuando.

—Dentro de poco es mi cumpleaños —solté, volviendo a ella. Josefina detuvo su escritura—. Podemos festejarlo juntas.

—Ni siquiera somos amigas —dijo, retomando su escritura.

—Tenés razón, pero podemos serlo. —Tomé la hoja que me entregó, pero no la miré, aproveché el momento en que logré que me prestara atención para decir—: Si venís a mi cumpleaños, sería como sellar el pacto de amistad.

Su risa sonó extraña en el silencio bibliotecario.

—Está bien.

Mi corazón volvió a festejar otra victoria.

Mi propósito en esta vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora