—¡Anastasio!
Salté. A la profesora de educación física no le hacía falta un silbato para llamar la atención. Con un movimiento de brazos y aún sin decirme nada, supe que hasta acá había llegado.
—Andate.
Me retiré de la cancha de voley cabizbaja. Lo último que quería era que mis compañeras pensaran que había jugado de esa manera a propósito... Fue así.
Josefina no estaba, ¿de qué me servía estar aquí, entonces?
Tomé la botellita de agua y bebí. El partido se reanudó, los rostros de mis compañeras más relajados, contentas por mi ausencia.
Josefina estaba en algún lado de este recinto. Yo la había visto llegar, ¿dónde se había metido?
La profesora se paró, deteniendo el partido una vez más. Por suerte, ya no era mi culpa. Eran muy competitivos en la Academia Santa Ana.
Giré sobre mis talones y di dos pasos. Esperé. Nadie me llamó. Comencé a caminar hasta alejarme de las canchas. El viento frío chiflaba más fuerte en el predio, y ahora que estaba quieta, me hacía temblar.
Me acerqué a la zona del edificio donde estaban las piletas de natación, pasé por la puerta, con la intención de ingresar por la zona de los vestuarios, pero me detuve al oír voces. Me llamó la atención, ya que todo el alumnado se encontraba en las canchas, ya fuera de voley o fútbol.
Me asomé por la puerta detrás de las gradas y entré hasta poder tener una visión clara del lugar. Había un grupo de profesores reunidos en la otra punta, hablando entre ellos y anotando en sus carpetas. A la altura donde me encontraba yo, alguien subía por la escalera de la pileta.
En cuanto reconocí a Santiago quise escabullirme, pero él me vio primero.
—¿Qué hacés acá? —preguntó, quitándose las antiparras. Me miraba con curiosidad. Tomó la toalla de las gradas y se secó el cabello chocolate, a pesar de llevarlo corto, varios mechones rebeldes le cayeron sobre la frente.
Me di cuenta que habían pasado varios segundos de su pregunta.
—Vine a buscar agua.
¿Eh?
—Ya deberías saber que el kiosco no está acá.
Algo en su mirada me hizo saber que sabía que estaba mintiendo. Me había acorralado.
—¿Sabés dónde está Josefina?
Santiago se colgó la toalla en un hombro. Apretó los labios en una fina línea mientras pensaba.
—Debe estar en algún salón, estudiando para las Olimpiadas. El colegio le permite faltar a educación física mientras estudie, apruebe y traiga honor al Instituto.
A pesar del tono ligero en las palabras de Santiago, sentía que no todo iba en broma y me parecía que el estudio y la presión la estaban consumiendo.
—El sábado es el intercolegial, ¿te acordás?
Asentí. Claro que lo recordaba. Tenía un almanaque en mi mente y el único día en resaltador fluorescente era el sábado.
—Voy a ver si llego —dije.
Estaba dispuesta a irme ya, cuando Santiago levantó la mano para que esperara. Se alejó unos metros, se agachó y volvió para tenderme una botella de agua. Lo miré confundida.
—Nos la dan gratis.
Había olvidado la mentira.
La tomé y agradecí.
—Espero verte el sábado —dijo, a medida que me alejaba.
Antes de volver a casa, pasé por la biblioteca y pedí una hora para usar el Internet. Me senté y abrí Internet Explorer.
Tal vez no era lo más ético lo que estaba haciendo, pero la imagen de Josefina sentada en el salón, aquella mañana, susurrando palabras inentendibles, me preocupaba.
Tipeé "Olimpiadas de Matemáticas", y le di enter. El primer resultado era la página oficial de las Olimpiadas en Argentina. Serían en la Ciudad de Buenos Aires en Julio.
Faltaba mucho tiempo, ¿cuánto más se consumiría hasta entonces?
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Mi propósito en esta vida
Novela JuvenilEn el agitado Mar del Plata de 1992, Moira enfrenta su último año de secundaria con una carga única: un propósito en la vida que aún no comprende. En su nuevo colegio, descubre que Josefina, una compañera reservada y brillante que se prepara para la...