—Tenés que ir.
—¿A dónde? —dije, como si no hubiera sido parte de la reunión desde que comenzó. Hacía cuarenta y cinco minutos que estábamos buscando una solución; y si no la encontrábamos pronto, llegaríamos tarde. Y si llegábamos tarde, era probable que nos perdiéramos de la oportunidad de nuestras vidas en el rubro de diarios independientes—. No es mi área.
Mauro se pellizcó el puente de la nariz. Era uno de los fundadores del diario. Siempre hablaba con gran afán del sueño que tuvo durante muchos años junto a su amigo, actual socio, de crear este lugar.
—¿Tenés otra solución?
No, claro que no la tenía.
Tomé mi cartera.
—¿Sofía dejó algún apunte?
La cara de Mauro me respondió. Tomé aire. ¿Cómo se suponía que llevaría a cabo esta entrevista? Sería un infierno.
—Ya te las vas a arreglar. Confío en vos. —Sonrió y se la devolví de la manera más actuada posible.
—Confío en vos —repetí en tono burlón.
Mauro rió.
Estacioné el auto frente al Hotel. Me bajé cuando se acercó el botones y le facilité la llave del auto para que fuera a estacionarlo. Miré el edificio ante mis ojos. Le habían cambiado la fachada por completo, pero en mi mente aún estaba grabado las fotos en el diario de aquel diciembre de 1992 cuando la noticia explotó de la corrupción en este lugar, encabezada por Rafael Villanueva, padre de la persona que entrevistaría hoy, Santiago Villanueva, y quien había sido compañero mío en el colegio. ¿Sabría quién era, a pesar de nunca haber hablado?
Agarré mi Nokia y chequeé la hora. Eran las 11:56 de la mañana. Debía apurarme si quería llegar al salón.
Entré pidiendo permiso a los tropezones; quienes aún estaban ahí debían ser periodistas que no obtuvieron el pase. En la puerta, un seguridad me lo pidió y tardé un minuto en encontrarlo. Se lo mostré y me permitió la entrada.
Colgué el pase en mi cuello y hurgué en la cartera en busca de la lapicera y el anotador. Al mismo tiempo, presioné el botón del ascensor para subir.
Las puertas se abrieron un minuto después. Debía llegar en menos de dos minutos si no quería que me cerraran la puerta en la cara, ¿cómo iba a hacer...?
Entré al ascensor y respiré. Podía lograrlo.
—Perdón.
Una mano impidió que las puertas se cerraran. Aquella persona acababa de quitarme otro minuto valioso.
—Perdón —repitió cuando la puerta se abrió.
Esperaba ver un pase colgado, su nombre y así poder echarle en cara que podía estar arruinando mi trabajo, pero el muchacho vestía un conjunto deportivo blanco y, cuando levantó la cabeza al ingresar, mi corazón se detuvo.
Era Santiago.
—¿Te conozco? —preguntó, tan atónito como yo por dentro.
La puerta del ascensor se cerró y ninguno de los dos se movió. No podía dejar de mirarlo; lucía igual que en las fotos donde sostenía la medalla del primer puesto. Había visto toda su vida en fotos. ¿Podía ser por eso que mi corazón latía con tanta fuerza?
Aclaré mi garganta y desvié la mirada. Tomé mi libreta con fuerza; era momento de recordar la razón por la que estaba aquí.
—No creo. Pero me presento. Moira Anastasio.
—Ibas a la Academia Santa Ana.
Sus palabras encendieron un recuerdo que había dejado en el pasado. Sentí mi cuerpo chocar contra otro. Oí su voz pedirme disculpas antes de que lo ignorara para sentarme junto a Jose, a quien debía llamar esta misma tarde para ponernos al día con nuestra semana. ¿Nuestra historia había terminado ahí? ¿O apenas había comenzado...?
—¿Te conozco? —repitió, esta vez con una sonrisa que hizo saber que estaba ubicando las mismas escenas que yo.
Claro que nos conocíamos. Nos habíamos querido de más en el pasado. Un lazo así no se destruye fácilmente, por más que el destino lo ponga en pausa.
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Mi propósito en esta vida
Teen FictionEn el agitado Mar del Plata de 1992, Moira enfrenta su último año de secundaria con una carga única: un propósito en la vida que aún no comprende. En su nuevo colegio, descubre que Josefina, una compañera reservada y brillante que se prepara para la...