Capítulo 21

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Las lágrimas me sirvieron para recargar mis baterías. Estaba lista para terminar lo que debía hacer en esta vida.

Cumplí con mi rol como hija, yendo directo al colegio con Matías. Cumplí con mi rol como estudiante, prestando atención a cada clase. Y cumplí con el rol que se me había asignado, al detener a Josefina al finalizar la jornada.

—Jose —dije, ella levantó la mirada. Estaba guardando sus cosas, ajena a todo lo que estaba pasando por mi mente—. Tenemos que denunciarlo.

Josefina se detuvo.

—¿No lo habíamos hablado?

Su tono de voz era frío como nunca lo había escuchado.

—Sí, pero...

—Ya te dije que no, Moira. —Me cortó, colgándose la mochila—. Si no lo vas a aceptar, cambiate de banco. No puedo ser amiga de alguien así.

Pasó por mi lado sin volver a mirarme. Había fallado una vez más.

Me apuré en tomar la mochila para seguirla, porque no podía dejar que se fuera así sin más. Sin embargo, cuando alcancé la puerta choqué contra algo que me hizo dar unos pasos hacia atrás.

—¿Estás bien?

Era Santiago.

Intenté rodearlo, pero me detuvo poniendo su brazo en mi camino. Dio unos pasos hacia atrás, tapándome la salida. Comprendía de dónde venía este comportamiento: lo había estado esquivando desde el momento en que llegué al colegio.

—¿Podemos hablar? —preguntó.

Era imposible ignorar el dolor que causaba en mi pecho su tono de voz.

—¿Estás enojada por lo que pasó? Ya hablé con mi papá. Ya está todo bien.

Presioné las manos contra mis ojos.

No era eso lo que me impedía acercarme a él, era el hecho de que cada vez que lo miraba, veía a su padre.

—A mi mamá no le gustó nada —dije—. Me parece que lo mejor es que estemos alejados por un tiempo.

Aquellas palabras fueron suficientes para que Santiago bajara la guardia y pudiera escabullirme.

Fuera, Matías me estaba esperando junto a las rejas.

—¿Por qué tardaste tanto? —preguntó ofendido por los minutos de espera.

—Andá a casa. Yo tengo que ir a la biblioteca.

Se detuvo sin cruzar la calle y me miró como si estuviera desquiciada. A veces, así me sentía.

—¿A qué tenés que ir a la biblioteca? Mamá dijo que...

—Ya sé lo que dijo mamá. Tengo que buscar un libro y voy a casa. Decile eso.

Resopló. No me creyó; tampoco lo haría mamá. Pero era la última oportunidad que tenía para averiguar lo que estaba sucediendo. Si volvía a casa sin haber tocado la computadora de la biblioteca, no dormiría en toda la noche. Ya suficiente había tenido con que el plan preparado por Josefina hubiera fallado.

—Está bien.

Dicho esto, doblé la esquina para seguir un camino diferente que Matías. Sería uno un poco más largo, pero era mejor que fuéramos por caminos distintos para que no tratara de convencerme que fuera a casa. Matías, a pesar de su edad, sabía cómo manipularme. Él me conocía, tal vez mejor que mi propia madre.

La biblioteca, como siempre, estaba vacía excepto por una persona ocupando otra de las computadoras. Era un muchacho mayor que yo, encorvado sobre la pantalla con lentes. Se lo veía frustrado; podía estar haciendo un trabajo de la universidad. De tan solo pensar en eso, se me hizo un nudo en el estómago. Después de que terminara con mi propósito, debía continuar en esta vida como si nada hubiera pasado. ¿Qué se supone que haría cuando terminara la secundaria?

Dejé la mochila en el suelo junto a mi silla, acallando la voz de mamá diciendo que la mochila del estudio no va nunca en el piso, y abrí Google. Tipeé "Hotel Marina del Sol." Allí, debajo del título azul, apareció el nombre que había ido a buscar, y el nombre que me persiguió hasta esta vida: Rafael Villanueva, la persona que debía estar presa.

Recordé mi vida anterior. Había sido abogada; tardé treinta y cinco años en encontrar mi propósito: lograr que Rafael Villanueva terminara tras las rejas por explotación laboral. Habían sido diecisiete personas, trabajando en un campo que pertenecía a Rafael... ¿Cómo es que no estaba preso?

Hundí mi cabeza entre mis manos.

Había estado trabajando en ese caso por meses, día y noche, guardando evidencia y buscando la manera de que Rafael obtuviera el castigo que merecía; aunque nada le devolvería los tres años de vida perdidos en ese lugar, en esas condiciones...

—¿Estás bien?

Giré la cabeza. Era el muchacho sentado en la máquina detrás de la mía, inclinado hacia delante con una expresión de susto. Supuse que me vería pésima.

—Sí —dije—. Gracias.

Cerré la pestaña y tomé mi mochila.

Llegué a casa de manera automática, entré tratando de hacer el menor ruido y moverme lo menos posible

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Llegué a casa de manera automática, entré tratando de hacer el menor ruido y moverme lo menos posible. Primero, porque no tenía las fuerzas suficientes para enfrentar a mamá y, segundo, si me movía más de la cuenta, vomitaría. A pesar de mi preparación, del otro lado me esperaba el caos en la forma de mi hermana, de pie en la escalera. No había manera de esquivarla.

—¿Dónde estabas?

—En la biblioteca —respondí. No tenía ganas de discutir. Mi cabeza era un embrollo de dos vidas vividas.

—Mamá te dijo que volvieras a casa.

—Ya sé.

—¿Y por qué no viniste? No tenías nada que hacer en la biblioteca. ¿Por qué querés hacerla enojar? ¿Pensás que podés hacer lo que quieras?

—¡Basta! —grité. Sus palabras eran agujas en mi cerebro—. ¿No puedo hacer lo que quiero? ¿Qué te parece que estuve haciendo todo este tiempo?

Alana no respondió, pero su mirada siguió firme sobre la mía. Sabía que mamá estaba arriba en su cuarto, escuchando con atención el griterío entre mi hermana y yo. Y estaba cansada, tan cansada que sentía que protegía una casa de cartas contra un huracán. No había manera de salvarla.

—Preguntale a mamá si quería cambiarme de colegio. ¿Alguna vez le importó? Mientras cuide a Matías está todo bien, ¿no? Mientras no me queje, está todo bien. Mientras haga lo que yo quiera, pero nadie se entere, ¡todo perfecto!

Subí las escaleras, empujando a Alana con el hombro. No me volteé a ver si estaba bien.

La puerta de la pieza de mamá estaba entreabierta.

Mi propósito en esta vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora