La discusión pacífica con mi mamá había dejado sus secuelas. La mañana siguiente, la casa amaneció en absoluto silencio. Supuse que mamá había tenido su descargo con mis hermanos en lugar de conmigo; aunque esperaba que me dijera algo más al respecto.
Además, aquel día sería la cita con Santiago. A pesar de haberme sentido en las nubes antes de regresar a casa, ahora no me sentía del todo contenta. ¿Estaba bien lo que hacía? ¿Podía estar con Santiago y concentrarme en Josefina al mismo tiempo? Ahora que estaba más cerca de Josefina, ¿debía buscarla una vez más o darle su espacio?
Miré el reloj. Era la hora de la cita. Ya estaba lista, de igual manera. Así que tomé mis llaves y salí.
—Perdón por llegar tarde.
Santiago miró el reloj sobre la puerta de la biblioteca.
—Fueron solo cinco minutos.
Claro que fueron solo cinco minutos porque salí de casa a los tropezones para llegar. Aún me faltaba el aire.
Santiago buscó en el bolsillo de su campera y me mostró dos tickets. Reconocí las entradas blancas con el logo del cine Bristol en la parte superior.
—¿Vamos al cine? —pregunté como si la respuesta no estuviera frente a mis ojos.
—A ver "Un lugar en el mundo".
Desconocía de qué iba la película, tampoco era mi prioridad. El simple hecho de pasar tiempo a solas con Santiago era suficiente para que el nudo en mi estómago se transformara en una sonrisa en mi rostro.
El Cine Bristol quedaba a unas cuadras de la biblioteca. Caminamos uno al lado del otro, sin separarnos demasiado a pesar de las anchas veredas.
—¿Tuviste algún problema para venir? —preguntó Santiago.
Sacudí la cabeza.
—Ah. Como llegaste tarde pensé que había pasado algo.
—Para nada. ¿Vos?
Me sentía mal por mentirle, pero traer a colación lo que había pasado con mamá no era la mejor idea. Me pondría de malhumor, y lo que menos deseaba era pasar un mal rato en ese momento.
Santiago prosiguió a contarme lo que había hecho en la mañana, lo que no era nada de otro mundo, pero para mí era como oír la narración de un cuento. Me sorprendí al sentirme tan cómoda de este lado de la vereda: escuchando más y hablando menos. No estaba acostumbrada a cumplir ese rol y, lo más sorpresivo, parecía natural.
Llegamos al cine a tiempo, cuando ingresamos a las alfombras rojas y aroma a pochoclos en el ambiente cálido, nos acercamos a comprar una bolsa mediana con gaseosas.
Había varias personas esperando para entrar, algunas familias y otros amigos. Era un día soleado en Mar del Plata, pero el frío invernal invitaba a las actividades bajo techo.
Los asientos estaban ubicados al fondo y Santiago me permitió sentarme del lado del pasillo.
—¿Te gustó?
Dando pasos largos, llegué hasta la baranda y me apoyé de espaldas. Encontré, entre la gente que paseaba en la Rambla, algunos rostros que había visto en el cine. También había varios turistas, aquellos que les desagrada la idea de visitar la playa en verano con la muchedumbre. A mí, me parecía que este lugar era un encanto en cualquier momento del año.
—Sí, ¿a vos?
Noté que Santiago se acomodó frente a mí con los pies a ambos lados de los míos. Me aceleró el pulso.
—Estuvo buena —dijo, agarrando los pochoclos que habían sobrado de la bolsa, distraído—. Un poco triste. No consiguen lo que quieren.
—Pero tratan.
Mis palabras sonaban un poco vacías, al menos para mí. Tomé aire, sin querer moverme mucho en caso de que Santiago se alejara.
—Yo tampoco encontré mi lugar —dije, rememorando el final de la película—. Y creo que no tengo a quién preguntarle cómo se hace. Para saber cuándo un lugar es tuyo, viste. Como Ernesto.
Santiago mantenía su atención en mí, sin desviar su mirada, como si cada palabra que dijera tuviera un significado incierto detrás y no fueran de una chica de diecisiete años tratando de expresarse ocultando sus nervios.
—Todavía tenés tiempo. Como Ernesto.
—¿Vos lo encontraste? Tu lugar en el mundo.
—Creo que sé hacia dónde quiero ir.
—Los Juegos Olímpicos, ¿no? ¿Y después?
Santiago se encogió de hombros, casi desaparece en el cuello alto de la campera.
—No sé, ¿tengo que saberlo?
Negué con la cabeza.
—Está bueno aprovechar el momento.
—¿Vos estás aprovechando el presente?
Me detuve. En mi mente, el mundo que me rodeaba comenzó a tomar forma. Lo sentí en la piel: el viento salado, el mar ondeando, los pájaros playeros graznando, y el sol invernal iluminando el rostro de Santiago, quien no se veía afectado por los rayos, como yo por él.
—Creo que sí.
La sonrisa de Santiago me contagió.
Tomé aire y bajé la mirada, rompiendo el momento mágico que habíamos creado, pero esperando desde ese instante poder repetirlo.
—Me tengo que ir —dije—. A mí mamá no le gustó nada que dejara la municipalidad el otro día.
—¿Qué te dijo? —preguntó con cierta preocupación, tal vez sintiéndose culpable.
—Nada —mentí—. Pero no le gustó.
—¿Y no lo podés dejar?
—No. Por mi mamá —expliqué, adelantándome a su pregunta.
Santiago asintió con los labios apretados, él comprendía la situación.
—¿Te puedo acompañar?
Su pregunta me tomó desprevenida, pero fue aún mejor, porque no me dio tiempo a pensar la respuesta.
—Sí.
Santiago dio un paso atrás y al instante me arrepentí de haber dicho que tenía que irme. No quería que se alejara. Sin embargo, estiró su mano hacia mí, con los dedos extendidos.
En mi interior, sonreí. Tomé su mano y él entrelazó los dedos.
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Mi propósito en esta vida
Teen FictionEn el agitado Mar del Plata de 1992, Moira enfrenta su último año de secundaria con una carga única: un propósito en la vida que aún no comprende. En su nuevo colegio, descubre que Josefina, una compañera reservada y brillante que se prepara para la...