Park Sunghoon nació destinado a ser el mago que salvaría a las seis naciones que conforman Nevaeh del golpe de los rebeldes y aquel que por fin detendría la catastrófica guerra mágica.
Ha pasado años entrenando para ese momento y cada mago tiene su...
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Ambos caminan sumidos en un completo silencio. Jake echa vistazos de vez en cuando a Sunghoon, quien aprieta sus puños y murmura cosas que se obliga a no escuchar para no invadir su privacidad. A veces, maldice su oído tan fino.
Entonces, sus piernas tiemblan y termina cayendo de rodillas. Se apresura a ir a levantarlo, por desgracia, Sunghoon se encoge en su lugar y se abraza a sí mismo impidiéndole acercarse.
—Fui un idiota —musita.
—Hoon —lo llama algo inquieto, buscando tomar sus mejillas aunque él se rehúsa.
—Fui un idiota —repitió, parecía hallarse en un transe repleto de pesimismo. De sus manos tensas comenzaron a brotar chispazos de energía, los cuales le dieron fuerza a la suave brisa hasta convertirla en un ventarrón.
Jake no podía ver con claridad. El aroma tan dulce en Sunghoon estaba impregnado de amargura, seña de mucho enojo y tristeza llevándolo a arrugar la nariz.
—¡Hoon! ¡Basta! —Gritó. El viento lo empujó provocando su caída, pero no se rindió. Tenía que ayudar a Sunghoon a volver a la realidad y lo haría aún si debía arrastrarse.
—¡Soy un idiota!
Desesperado, se lanzó sobre él.
—¡No lo eres! —Sunghoon pareció confundido en los primeros instantes. Jake lo apretaba con fuerza, lo estaba abrazando para contenerlo, algo que nunca había experimentado antes. —No lo eres —repitió.
