XI

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Conforme avanzamos el bosque brillante fue cambiando, los árboles llenos de frutas y flores, de troncos gruesos y con ramas que se extendían fueron quedandose atrás para dar paso a pinos, la temperatura empezó a bajar  y una brisa fría erizando mi piel, después de la pelea con Ara ninguno de los dos volvió a hablar, ella parecía concentrada en el camino y no quería perturbarla más. Unas torres empezaron a ser visibles, tenían distintas enredaderas cubriendo las paredes, conforme avanzamos un castillo quedo a la vista, rodeado de pinos, de grandes torres que lo protegían, al acercarnos fuimos pasando distintos arcos cubiertos de la naturaleza. Empecé a sentir una mirada sobre mí al ver a mi alrededor noté un par de lobos enormes, vigilando mis pasos. Los lobos tenían el pelaje más oscuro que había visto, unos ojos igual de negros que apenas eran notables, pero lo que me daba un escalofrío era su gran tamaño, con solo una pata podrían aplastar me fácilmente.

– Solo vigilan, no te harán daño a menos que los ataques – ella parecía tranquila con las miradas – solo las mantícoras atacan.

– Creí que ya no existían – ella negó viendo el castillo – solo vi una de niño.

– Son animales, evitamos que crucen los límites para cuidarlos – se acercó a un lobo y levantó su mano para acariciarlo, el lobo pareció comprender su señal y se colocó a su altura para recibir una caricia, como si fuera un pequeño cachorro que quiere atención – solo tienen sus instintos, dejarlos ir significaría que serían fáciles de matar como a cualquier animal.

– Estos son enormes, no creo que pueda ser fácil – ella siguió acariciando la cabeza del lobo  ignorandome.

– Créeme que lo son, una simple cortada podría matar a este pequeño, ellos no conocen la violencia, solo matan para comer, no sabrían defenderse de armas, el bosque en el que viven es tranquilo.– Dejo de tocar al animal el cual dio un último empujón a su cuerpo, como agradeciendo el toque y volvió con los otros lobos para internarse en el bosque, unos aullidos de escucharon luego de un rato. – Ya dieron aviso de que estamos aquí, debemos entrar.

Caminamos por los arcos hasta llegar a unas grandes puertas, donde un Minotauro la abrió, murmuró un "señorita" al ver a Ara entrar, bajo su cabeza con respeto, caminamos por un enorme pasillo decorado con enormes cuadros con pinturas de bestias de Faverden, los enormes lobos, venados y alces con cuernos que parecían pesar más que ellos, mantícoras, grifos, aves que me eran desconocidas y dragones. Giramos hacia la derecha donde se redujo el pasillohasta llegar a una puerta al final de este, Ara la tocó con fuerza hasta escuchar un Adelante.

Abrió la puerta dejándonos pasar, en la habitación habían otros dos lobos durmiendo al lado de una chimenea, en el costado de uno de los lobos estaba un hombre recostado leyendo, levantó su vista del libro en nuestra dirección al verme su mirada se endureció.

– Ara – el hombre se levantó, dejando el libro sobre su escritorio – da gusto ver qué ahora traes otra criatura para investigar.

– Deja tu sarcasmo, Kenzo – respondió  Ara enfurruñada – no es un gusto tener que venir aquí.

El hombre, que ahora sabía se llamaba Kenzo, era un hombre alto, de cabello negro con algunas ondulaciones que caía casi a sus hombros, tenía un rostro con expresión seria, tenía una mandíbula marcada, y unos ojos afilados de color dorado como los de Ara.

– Sin embargo aquí estás y por lo que imagino necesitando ayuda – dijo con una sonrisa burlona – es bueno que nadie alla informado sobre tu...problema.

– Un joven, escuché a unos guardias decir que Nasima estaba con un joven humano cerca del hogar de las driadas.

El hombre silbó con sorpresa – Vaya, cuando el Concejo se enteré que hay dos humanos aquí, me preguntó que harán al que dejó que entrarán. – el hombre volvió a su posición recostado en el lobo, que siguió durmiendo con tranquilidad.

Susurros de LuciérnagasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora