XVI

3 0 0
                                    

Caleb

Nunca había visto volar a Ara, se elevaba hasta que apenas era distinguible desde el suelo y luego se dejaba caer en picada para volver a retomar su altura, era magnífico ver cómo se extendían sus alas al planear y revolotear como una mariposa despreocupada. Aunque no era divertido hacer lo que ella hacía, cuando Kenzo me dijo de acompañarla e intentarlo creí que lo haríamos desde el grifo o que simplemente serían carreras y lo hice a pesar de las advertencias de mi hermana y me di cuenta porque lo hizo, era doloroso el palpitar del corazón por la adrenalina.

Luego de que me recompuse Ara volvió a los cielos con su hermano, ahora sí haciendo competencias de quién era mejor jinete o de quién alcanzaría a quien, ganando Ara en esa última.

– Parecen llevarse bien a pesar de sus peleas– comenté con mi hermana, ambos viéndolos, ella asintió con una sonrisa.

Luego de minutos de un cómodo silencio en los cuales observamos el jugueteo de los seres en el cielo, tomé aire para preguntarle algo que me había estado martillando en la cabeza.

  – ¿Cómo lograste soportar todo este mundo?

Pareció pensarlo por minutos antes de responder – Nunca lo haces, no se trata de soportar, en algún momento lo asimilas. Nos criaron pensando que son monstruos, las historias, las heridas que veíamos causadas por ellos pero... somos lo mismo para ellos – al verme al rostro, siguió – cuando llegue aquí la mayoría se alejaba al verme, sabían que era de una familia de cazadores, me temían. Cambiaron al verme aquí  – señalo a su alrededor donde algunos animales reposaban en el césped o a la sombra de los árboles – ellos me entendieron y yo los entendí, también los crían para temernos o al menos tener precaución con nosotros.

– No respondiste mi pregunta.

– No necesito soportarlo Cal – estiro sus piernas para luego volver a cruzarlas – cada día descubro algo nuevo que me hace seguir queriendo vivir aquí.

– Así que no solo fue por el ángel pelinegro – dije intentando ser gracioso.

– No, para nada. Cuando desperté parecían preocupados por mi – sonrió ante sus recuerdos – son gente como nosotros, y cuando salí y empecé a convivir con ellos... la mayoría eran tan amables, les gusta mostrar las maravillas que ocultan.

– Todo sería mal fácil si las compartieran – me gire para verla, su expresión cambio sus ojos fijos en el cielo pensativa.

– Caleb, si me hubieran dejado en ese bosque luego del ataque, si me hubieras visto morir por la gravedad de las heridas... ¿que habrías hecho?

– Matarlos – respondí con seguridad.

– No me viste morir y lo hiciste. – sus ojos y los míos se conectaron, sus ojos lucían culpables –  y lo has hecho mientras intentan compartir un poco de sus maravillas, los he llegado a comprender.

– Lo que te hicieron lo han hecho con cientos más, son simples bestias Renata. – exclamé con resentimiento – no puedo simplemente dejar de verlos así.

Renata no respondió por varios minutos, sentía una barrera creándose entre ambos.

– Tu segunda cacería ¿la recuerdas? – asentí con confusión – tenías 11 o 12 años y debíamos ir a un pequeño grupo de sátiros a las afueras de la ciudad, ¿recuerdas que hicimos?

– Incendiamos su campamento.

– ¿Por qué lo hicimos? – levanté los hombros al no saber la razón – debes saberlo, nos lo dijeron antes de salir con las antorchas. – no podía recordar, recuerdo las llamas, las armas, recuerdo a mi padre hablarme al llegar a casa, pero no las palabras.

Susurros de LuciérnagasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora