🌼CAPÍTULO 20🌼

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Hero

7 días para la boda.

Michael había tenido que irse a Los Ángeles hace tres días por un asunto urgente de su empresa. Acabábamos de llegar a casa de ese viaje a South Beach y me estaba ayudando con las decoraciones de la boda de su hermana, cuando recibió la llamada. No puedo negar la decepción que me recorrió el cuerpo al saber que tenía que irse y que no iba a estar rondando a mi alrededor todo el tiempo, pero cuando se disculpó por tener que irse me dijo que me lo compensaría cuando volviese. Aún no había vuelto y ya habían pasado tres días. Tres días en los que había podido despejar mi cabeza y llegar a preguntarme qué diablos estaba haciendo.

Esta mañana me había empezado a sentir fatigada y con ganas de vomitar al levantarme y lo enlace con un problema de cervicales, porque me había despertado con un dolor terrible en el cuello por haber estado tres días dirigiendo a los organizadores y ayudándolos de aquí para allá trasladando pesadas cajas donde habían guardado material de la boda.

Me di una ducha rápida y decidí salir a comprar. Le pedí a Reid que me acercase al supermercado más cercano.

—Puedes pedírselo a Carmelita, ella es la que se encarga de las compras de la casa de papá. —me dijo mientras nos subíamos al coche.

Carmelita era una trabajadora colombiana que tenía contratada mi padre para que hiciera la comida, limpiara la mansión e hiciera la compra. A veces traía con ella a su hija de nueve años y la dejaba corretear por ahí y bañarse en la piscina después de que Ximena le hubiera dado permiso de hacer lo que quisiera. Carmelita era una mujer muy noble y hacía todo lo que se le pedía sin rechistar, aunque yo no había tenido ocasión de hablar muy a menudo con ella.

—Prefiero no molestar a nadie para que me haga mis propias compras, apúntatelo como consejo. Además así hacemos algo que llevas desaparecido unos días.

El supermercado estaba a menos de cinco kilómetros, y de haberlo sabido podría haber ido yo sola caminando.

—Para tu información, a mí nadie me hace la compra. Me las hago yo mismo.

—Me alegro de oír eso, de verdad que sí. ¿Y se puede saber dónde has estado metido estos días? ¿Y por qué estás tan callado?

Reid me miró al estacionar el coche y suspiró.

—¿Te estás viendo muy a menudo con Michael, no?

Fruncí el ceño. Ah, amigo. Ahí estaba el problema.

—Bueno, lo normal si estoy siempre encerrada en casa y él se está quedando ahí.

Me apresuré en salir del coche y cerrar detrás de mí.

—Ya, pero, más de lo normal, ¿no crees? —escuché que me preguntaba y cerraba el coche. Se puso a mi lado mientras caminaba hacia el supermercado.

—¿Te molesta? ¿No fuiste tú quien me dijo que debía darle una oportunidad?

—Eso fue antes de saber que... bueno, hablaba mal de ti y de mamá.

—Oh, por Dios, eso ya está superado. Se ha disculpado conmigo mil veces.

—Ya, pero conmigo no.

—No seas infantil. No tiene porqué disculparse contigo, solo habló mal de mi.

Reid no dijo nada más al entrar por las puertas del supermercado y coger un carrito.

—Entonces, ¿vas a decirme dónde has estado o voy a tener que sonsacártelo?

Empecé por el primer pasillo para ir recorriéndolos hasta el pasillo del lado contrario. Fui cogiendo varios productos que me hacían falta y Reid también cogió algunos chocolates para, según él, quitarse el mono de dulce, mientras llegábamos rápido hasta el último pasillo donde estaban los productos de higiene corporal.

Ni un beso más de ti [#2] © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora