La Prueba del Amor

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Los días en la finca de Iguro transcurrían en una calma rutinaria, marcada por entrenamientos matutinos y momentos de ternura compartida. Sanemi e Iguro habían encontrado un equilibrio en su relación, un refugio de paz en medio de la tormenta que era su vida como cazadores de demonios. Pero esa calma estaba a punto de ser interrumpida por una misión que pondría a prueba no solo sus habilidades, sino también su amor.

Una mañana, mientras desayunaban juntos, el cuervo de Sanemi llegó con un mensaje urgente.

—Sanemi, Iguro —dijo el cuervo—. ¡Una misión de alto riesgo en las montañas del norte! ¡Una luna creciente ha sido avistada!

Sanemi y Iguro se miraron, sabiendo que no podían ignorar una amenaza de tal magnitud.

—Tenemos que ir —dijo Sanemi, su expresión seria.

—Lo sé —respondió Iguro, aunque su corazón se encogía con la idea de enfrentarse a una luna creciente—. Prométeme que tendremos cuidado.

—Lo prometo —dijo Sanemi, apretando su mano y besándolo suavemente—. Volveremos juntos.

El viaje a las montañas del norte fue largo y agotador. La tensión en el aire era palpable mientras se acercaban al lugar donde se había visto a la luna creciente. Sabían que este demonio sería más fuerte y peligroso que cualquier otro al que se hubieran enfrentado antes.

Finalmente, llegaron a un claro en el bosque donde sintieron una presencia abrumadora. La luna creciente apareció ante ellos, su aura oscura y poderosa.

—Bienvenidos, cazadores —dijo el demonio con una sonrisa cruel—. ¿Están listos para morir?

—Nunca —respondió Sanemi, desenfundando su espada—. Vamos a acabar contigo.

La batalla fue feroz. El demonio era rápido y fuerte, sus ataques letales. Sanemi e Iguro luchaban codo a codo, sus movimientos sincronizados a la perfección. Pero a pesar de su habilidad y determinación, el demonio logró herirlos gravemente.

Sanemi sintió una punzada de dolor en su costado al recibir un golpe del demonio, pero se mantuvo firme. Iguro, a su lado, también estaba herido, pero seguía luchando con una ferocidad inquebrantable.

Finalmente, después de una intensa batalla, lograron derrotar al demonio. Con un último golpe, Sanemi decapitó a la luna creciente, poniendo fin a la amenaza.

—Lo logramos —dijo Iguro, respirando con dificultad mientras caía de rodillas, agotado y herido.

—Sí, lo hicimos —respondió Sanemi, apoyándose en su espada para mantenerse en pie.

Se ayudaron mutuamente a levantarse y comenzaron el arduo camino de regreso a la finca. Cada paso era un recordatorio de su dolor y sus heridas, pero también de su victoria y su amor.

Pasaron meses recuperándose de sus heridas. Cada día, Iguro cuidaba de Sanemi y viceversa, su amor fortaleciéndose aún más con cada gesto de cuidado y ternura. El tiempo que pasaron juntos, sanando y apoyándose, les recordó lo importante que eran el uno para el otro.

Finalmente, una noche, mientras estaban sentados juntos en el jardín bajo el cielo estrellado, Sanemi tomó la mano de Iguro y la apretó.

—Iguro —dijo Sanemi, sus ojos reflejando la luz de las estrellas—, hay algo que quiero preguntarte.

Iguro lo miró con curiosidad.

—¿Qué es, Sanemi?

Sanemi se puso de pie y, con una mirada decidida, se arrodilló frente a Iguro. Sacó un pequeño anillo de su bolsillo, su mano temblando ligeramente.

—Iguro, te amo más de lo que las palabras pueden expresar. Has sido mi compañero, mi amante, mi todo. No puedo imaginar mi vida sin ti. ¿Te casarías conmigo?

Iguro sintió sus ojos llenarse de lágrimas de felicidad. No había esperado esta propuesta, pero su corazón sabía la respuesta desde el principio.

—Sí, Sanemi —respondió Iguro, su voz temblando de emoción—. Sí, quiero casarme contigo.

Sanemi sonrió y deslizó el anillo en el dedo de Iguro. Se abrazaron con fuerza, sintiendo la calidez de su amor y la promesa de un futuro juntos.

La boda fue sencilla, pero llena de amor. Sus amigos más cercanos y compañeros cazadores estuvieron presentes para celebrar su unión. Fue un día de alegría y promesas, un día que marcó el comienzo de una nueva etapa en sus vidas.

Después de la boda, regresaron a su finca, listos para enfrentar el futuro juntos. Cada día que pasaba, su amor se fortalecía, y sabían que, sin importar los desafíos que enfrentaran, siempre estarían juntos.

Sanemi e Iguro vivieron felices el resto de sus vidas, enfrentando cada batalla y desafío con el mismo amor y determinación que los había unido en primer lugar. Su historia de amor fue un testimonio de su fuerza y devoción, y su legado perduraría para siempre.

 Su historia de amor fue un testimonio de su fuerza y devoción, y su legado perduraría para siempre

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Este es el final de esta historia🩷
Espero y les haya gustado

Batalla & Deseo (Saneoba) (Sanemi x Obanai)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora