Esa misma tarde, Diego despierta en la habitación que Emir le ha acondicionado. Baja de la cama y observa a su alrededor; parece estar solo. La recámara cuenta con una cama con cabecera de diseños minimalistas, frente a esta, un armario de madera oscura con puertas corredizas y, a un costado, una mesa de trabajo con su silla reclinable. Diego no había dormido ahí antes; ya que a su llegada a la casa de Máximo, siempre estuvo en un cuarto relativamente más pequeño donde solo había una cama individual y una mesita de madera. Así que estar ahora en un lugar más amplio y amueblado le hace sentir una extraña felicidad; en la mañana llegó tan exhausto que no puso atención en los detalles.
El chico se pone de pie y camina admirando los cuadros que cuelgan en las paredes, los cuales consisten en fotografías de luchadores de distintas épocas inmortalizadas en elegantes marcos. Se acerca a uno que llama su atención muy en particular: una leyenda de todos los tiempos, El Santo “Enmascarado de Plata”. Diego aproxima su mano y toca el borde del marco. El ruido de la puerta al abrirse lo hace sobresaltarse y voltear de inmediato.
—Finalmente despertaste, el más fuerte de mis muchachos —comenta Máximo recargado en el borde de la puerta mientras observa a Diego con una sonrisa. El CEO lleva el brazo derecho vendado.
—¡Hola, Máx! ¿Cómo te sientes? —responde acercándose al hombre.
—Ya estoy bien; no fue nada grave. Por fortuna, la bala no tocó ninguna vena y el médico hizo muy bien su trabajo.
—Me da mucho gusto; temía que fuera grave. ¿Tony y Emir? ¿Cómo se encuentran?
—Emir está bien; solo fue una ligera contusión. Le sacaron radiografías del cráneo y no encontraron nada anormal. ¿Sabes algo? Ese tipo tiene la cabeza dura como piedra. El que llevó las de perder fue Tony —Máximo entra al fin, se sienta en la silla reclinable y enciende un cigarrillo. —Tiene que permanecer en el hospital algunas semanas por unos huesos rotos, pero se va a recuperar el canijo; ya lo verás —lanza una fumarola al aire.
—Eso espero —Diego se sienta en la orilla de la cama y suspira—. Pero no entiendo, ¿por qué nos atacaron?
—Ellos querían robarnos la limusina; intentamos evitarlo y fue cuando nos atacaron. Al final lograron su objetivo pero por fortuna no pasó a mayores; aquí seguimos y eso te lo debemos a ti, campeón —expone Máximo con un falaz argumento dando una palmada al chico.
—Yo solo hice lo que creí correcto; ustedes me han ayudado mucho y no podía permitir que esos sujetos les hicieran más daño. Admito que estaba aterrado, pero saqué valor quién sabe de dónde —comenta el muchacho recordando el suceso; en su mente se dibuja su silueta sosteniendo el shinai mientras su respiración es agitada y se prepara para atacar.
—Dime algo… Me gustaría saber ¿dónde aprendiste a dominar el shinai? El kendo no es una disciplina nada sencilla de aprender —El hombre hace una pausa y mira a Diego a los ojos—. Mira, nos conocemos desde hace algunas semanas; lamentablemente no me he dado el tiempo suficiente para charlar contigo. Lo único que sé de ti es que tu padre te abandonó hace algunos años; eso porque escuché cuando lo platicaste con Emir —Máximo toma al chico del hombro.
Diego baja la mirada tras las palabras del CEO; palabras que le recuerdan su triste pasado. Medita por unos instantes y luego vuelve a hacer contacto visual con el hombre.
—Mi mamá murió cuando yo era muy chico; ni siquiera la recuerdo. Desde los primeros años, estar con mi padre siempre fue un martirio. Él no superaba la muerte de mi mamá y todos los días llegaba tomado. Nunca me llevó a la escuela y me tenía encerrado en casa, aislado del mundo.
»Un día descubrí en su cuarto un sobre que contenía un polvo extraño; yo tenía solo seis años. Mi papá llegó en ese preciso momento y me golpeó, me pateó. Yo solo me refugié debajo de la mesa, pero parecía que estuviera peleando con un hombre como él; estaba fuera de sí y no pude defenderme. Grité pidiendo auxilio y un vecino llegó para detenerlo. Ese buen hombre habló con mi padre y le sugirió ir al psicólogo. Él aceptó y, luego de un tiempo, cambió un poco el trato; empezó a ir al gimnasio y dejó los vicios, pero aún así era un padre ausente.
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Irascible ©
ActionLa vida es una lucha constante entre el estoicismo y el egoísmo de nuestro ser, cada persona elige cuál de estos dirigirá el rumbo de su existencia, aunque no siempre llega a ser así; en ocasiones alguien más es el encargado de escribir el guión de...