—Buenos días, perdón, traigo velas— dijo John irrumpiendo en la habitación de Alexander. —¿Dónde las dejo?— Preguntó con la caja entre las manos y Alexander señaló la mesita. —El Padre White me dice que os ofrezca mi ayuda si es bienvenida en alguna tarea— dijo John y Alexander la rechazó aunque le dio las gracias. Por la mañana debían partir a unos kilómetros al norte para librar una de esas batallitas. —Entonces seguiré rezando por vuestra causa— dijo antes de marcharse.
Alexander le escribió una carta a Elizabeth. Le dijo que estaba aprendiendo cosas e incluso iba a misa todos los días. Esos tres seminaristas eran agradables: John, Francis y Gabriel. Entablaban buenas conversaciones en la cena. Sobretodo en aquella ya que estaban algo nerviosos por el día siguiente.
—¿No comes nada más?— Le preguntó Alexander a John que negó.
—Solo come pan y agua desde hace seis años— dijo Francis. —Y se mantiene bien, míralo.
—¿Por qué?— Preguntó desde el desconocimiento.
—Penitencia, Alexander, ya harás alguna— respondió John. —¿Mañana partireis temprano?
—Sí, y regresaremos pronto— dijo Lafayette. —Después se unirá a nosotros el General Schuyler.
—¿Qué?— Dijo Alexander sorprendido. —¿Y sus hijas?
—Supongo que sí— dijo Lafayette y Alexander sonrió.
—¿Mujeres?— Preguntó John.
—Sí, son hermosas— aseguró Alexander.
—Perdónalo— dijo Gabriel—hace años que no ve a una mujer.
—No es eso, Gabri, aquí no pintan nada. Esto es un seminario y...— intentó continuar John. —Hay mujeres demasiado ostentosas que no pueden venir a la casa del señor con esas...
—Ostentoso, mira quién habla— dijo Francis. —No pasa nada, es una situación especial. Aunque tampoco te esperes que lleven hábito o algo así. Sabemos que tú eres muy correcto y puritano, pero no pasa nada porque vengan— dijo Francis. —Nadie va a sucumbir a las pasiones.
—Qué Dios no lo vea— respondió John echándose las manos a la cabeza.
—¿Tanto te preocupa?— Preguntó Lafayette. —No son tan malas. Mi mujer es excelente.
—Nadie ha dicho lo contrario— dijo John bebiendo agua. —Francis, esta noche vienes a rezar, ¿verdad?
—Por supuesto.
—¿Y tú?— Le preguntó a Gabriel y asintió. Los tres quedaban en la habitación de alguno de vez en cuando para ello. —Para traerles la gracia de Dios en la batalla.
Alexander fue a dormir bastante tranquilo, tal vez por la botella de vino que había "desaparecido" en la mesa. Incluso al día siguiente Lafayette tuvo que levantarlo para partir. Cuando fue a por los caballos vio que John ya estaba arreglando el jardín. Lo saludó, se desearon un buen día y Alexander se marchó.
Washington siempre le dejaba a cargo de la artillería, aunque prefería ir con el caballo de un lado a otro como solía hacer Lafayette estaba orgulloso de su pelotón. Aunque de vez en cuando habían accidentes como el de aquel día que le cayó una bola de cañón en la pierna justo cuando los britanicos estaban por retirarse.
—Joder, Gilbert— dijo Alexander sentado en el suelo sosteniéndose la pierna. —¿Por qué a mí? ¡MALDICIÓN!— Gritó. A Alexander le mareaba ver la sangre, él siempre decía que era un hombre de leyes y no estaba hecho para la guerra.
—Venga, ponte de pie, demonios. No puedo cargarte hasta el seminario— dijo Lafayette levantándolo. —Tienes una pésima suerte.
—Qué sea eso lo único que puedas decirme mientras me desangro es puto insoportable— dijo agarrándose de su amigo para caminar. Por suerte estaban cerca.
El seminario estaba lleno de heridos desesperados por ser atendidos. —¡¿A caso no hay un médico?!— Gritó Lafayette dejando a Alexander en el pasillo donde estaban los otros hombres.
—No, hacemos lo que podemos— dijo Francis que estaba curando una herida a un hombre.
—¿Y dónde está el médico?— Preguntó Lafayette.
—Muerto— aseguró Francis. —¿Qué tiene?— Dijo acercándose a Alexander y le miró la pierna para después seguir con otro hombre.
—¿No vas a hacer nada?— Preguntó Lafayette. Claramente la gravedad de Alexander era mucho mayor.
—No soy cirujano, no tengo ni puta idea— afirmó. —¿Qué quieres que haga? No he visto una herida así en mi vida.
—Laff, me estoy mareando— dijo Alexander. La pérdida de sangre, la angustia... Todo era un mar de emociones.
—Buscad a John a ver si está libre para hacer algo— dijo Francis y Lafayette corrió por todos los pasillos y habitaciones hasta encontrar al hombre. Estaba curando a un joven que había recibido un tiro.—Alexander necesita tú ayuda— dijo Lafayette.
—¿Dónde está?
—En el pasillo.
—Quédate aquí y cura lo que queda— dijo John y fue a buscar a cierto pelirrojo que destacaba entre todos los soldados que le pedían ayuda. —Oh, Dios santo— murmuró al ver el charco de Sangre y entonces tomó a Alexander y lo entró a una habitación, donde lo dejó tumbado en una mesa. Por suerte, los pacientes graves habían sido atendidos más o menos. Aún quedaban algunos con un brazo roto o cortes, nada demasiado grave que debía ser atendido de inmediato.
—¿Sabes lo que estás haciendo?— Preguntó Alexander mientras veía como John cortaba su uniforme.
—Creo que sí— dijo viendo la herida y se marchó para regresar con alcohol, vino y algunas gasas, vendas y una caja. Le limpió como pudo y de la caja sacó una aguja para coserle la herida. —¿Quieres vino?— Preguntó sirviendo en una copa. Recordaba haber visto esa botella en algún lado... En la misa.
—¿Ahora es vino y no la sangre de cristo?
—Oh, venga, es vino. No está bendecido— dijo acercándosela a los labios y prácticamente le obligó a beber.
Empezó a coserle y fue lo ultimo que Alexander recordaba. Cuando despertó, estaba en su habitación acompañando de Lafayette que se veía animado por haberle visto despertar. —Has tenido mucha fiebre— aseguró el francés. —Pero dice que parece que tienes suerte.
—¿Quién?— Preguntó confuso.
—John. Dice que no te ha tocado ningún nervio— explicó. —Ha estado aquí toda la noche. Se ha ido a revisar como está el resto de pacientes.
—¿Cuántos hay?
—Anoche cincuenta y hoy sólo quedan veinte. No han pasado la noche. Creo que nadie ha podido dormir hoy aquí.
—¿Qué dice el General?
—Que solo hacemos que fracasar, Alexander— murmuró Lafayette. —Esta revolución está siendo una estupidez, mon ami.
—No lo creo— dijo el pecoso. —Solo una mala racha.
—Buenos días— dijo John entrando a la habitación. —¿Cómo te encuentras?— Preguntó John.
—Bien.— John se acercó y destapó la herida. Estaba bastante bien. —¿Cómo está?
—No parece muy infectada— aseguró. —Aunque aún no es seguro.
—¿Y si se infecta?— Preguntó preocupado, ya se veía en el lecho de muerte sin haber conseguido dejar huella en la historia.
—O se te pasa, o te amputo o mueres. Sencillo.
—¿Cómo que me amputas?— Preguntó Alexander alarmado. —Con tanta naturaleza lo dices, me arruinaría la vida.
—Ni siquiera está infectada— dijo Lafayette. —Deja de hacer drama.
—Ayer amputamos a tres y dos siguen vivos— dijo John. —Debes estar tranquilo, será lo que Dios quiera.
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El Seminarista | Lams
FanfictionTengo un problema como una catedral... Me he enamorado de un seminarista. Acompañame en esta historia tan maravillosa!