Alexander había salido a pasear con Elizabeth por los jardines. John siempre los dejaba muy bonitos, incluso para ser invierno. —Esta noche, Eliza— dijo caminando apoyado un poco en ella y con algo de dificultad —pienso en comulgar por primera vez— afirmó. —El Padre White está de acuerdo, dice que bautizarme cuando estaba enfermo me ha salvado y mírame, aquí estoy— dijo señalándose.
—Eso es fantástico. Se lo diré a mis hermanas. ¿Te vas a poner guapo?
—El uniforme, querida. Lo de siempre— afirmó y le dió un breve beso. —Y después, le pediré a tu padre casarme contigo. Incluso podría casarnos el Padre Richard, ¿no sería fantástico?
—Sí, seguro que sí, Alex— dijo la joven contenta. Estaban saliendo hacia el bosque cuando Angélica llamó a Elizabeth, le pidió su presencia un minuto. —Espera, no tardo— afirmó la muchacha y Alexander, estuvo quieto como unos veinte segundos y después empezó a andar (despacio, pero andando). Claro, él era muy nervioso como para quedarse en un lugar. Vio una pendiente, no pensó en el estado de su pierna, solo que escuchaba un riachuelo y quería verlo.
Bajó, dándose un culazo en la nieve, pero llegó a su destino. Claro. Estaba sentado en el suelo, lleno de nieve y con dolor en la pierna por haberla forzado de más. Iba a quejarse o algo pero escuchó un ruido más abajo del río y se asomó.
Su sorpresa fue cuando vio a John allí, lavándose el cabello como si nada. Cómo si no hubiese nevado la noche anterior. Metido en el río como si fuese verano. Se le hizo raro verlo sin esa túnica negra. Llevaba un pantalón beige que dejaba ver sus pantorrillas y no llevaba camisa. Estaba junto los zapatos y las medias en la orilla del río. Pareció no haberse dado cuenta, tal vez porque ya había mucho ruido de por sí con las aguas del riachuelo.
Alexander estuvo observando en silencio, incluso juró escuchar a Elizabeth llamándole . Se levantó como pudo y se marchó a encontrarse con Elizabeth. Hubiese sido mucho más fácil si le hubiese dicho a John que le ayudase, que se había caído, pero le dió vergüenza lo que John podría pensar.
Siguió paseando con Elizabeth, que le preguntó por qué iba tan mojado y le tuvo que explicar que se resbaló. Por ello, decidió acortar el paseo y hacerle regresar a cambiarse y a ver qué la herida estaba bien. —No sé mucho de esto, pero creo que se te han soltado los puntos.
—Bueno, no pasa nada. Creo que ya se pueden quitar.
—¿Seguro? Iré a buscar a John y le preguntamos.
—Déjalo, debe estar ocupado— dijo Alexander pero Elizabeth hizo oídos sordos. De cualquier modo, pensaba que John no había llegado aún. De nuevo, su sorpresa fue cuando entró con la chica, ya vestido con su túnica y el cabello mojado. Debía de acabar de llegar.
Alexander se puso un poco rojo, sobretodo cuando John le preguntó qué le había pasado. —Me he resbalado en la nieve— afirmó y John le miró bien la pierna.
—Creo que, para tu fortuna, no debo volver a ponerlos. Sólo te apretaré más el vendaje— aseguró John volviendo a vendarle.
Después se marchó, porque tenía que preparar la misa y acabar de arreglarse el pelo. Alexander seguía con aquella imagen, la verdad es que tenía buenos brazos, seguro que en el ejército un hombre como él sería útil. Aunque también se preguntaba cómo era posible si su ejercicio era podar el jardín y su dieta era pan y agua. Quién sabe, tal vez podar el jardín era un buen entrenamiento.
Era casi la noche cuando Alexander se dirigió a la misa junto a la familia Schuyler, los religiosos y su familia militar. Estaba muy contento porque era la primera vez que hacía fila para comulgar. Desde luego no fue un acto especial ni mucho menos, pero para el marcó un algo.
Durante la cena, estuvo hablando con los seminaristas porque, ellos eran un poco especiales y no se sentaban en la mesa junto a las mujeres, por lo que Elizabeth quedó un poco en segundo plano aquella noche.
Estaban entablando una buena conversación, sin embargo el Padre White llamó a John un momento para que le enseñase unos dibujos a Washington y obviamente, Alexander dejó la mirada clavada en él. —Se nota que es el favorito, ¿verdad?— Dijo Francis llamando la atención de Alexander. —Se nota que es el que tiene más vocación.
—Pero es demasiado sensible— dijo Gabriel.
—¿Sensible?— Preguntó Alexander desconcertado.
—Sentimental— aclaró Francis. —De hecho estaba muy afectado cuando pensábamos que te iba a morir. No comió hasta que despertaste.
Tardó muy poco en regresar, de hecho, pareció darse cuenta que hablaban de él, pero no dijo nada hasta que estuvo hablando a solas con Alexander en la habitación. Iba, claramente a lavarle la herida. —¿Sentimental?— Dijo John con un tono burlón. —Un poco. Me lo dicen muy a menudo.
—Bueno, es bonito— dijo Alexander. —Más humano... Me han dicho que te afectó mi malestar.
—Oh— murmuró avergonzado. —Un poco. El Padre White me regaña porque la muerte es algo que es difícil para mí. Sé que la gente buena va al cielo, pero...
—Te entiendo. ¿Tú crees que mi madre está en el cielo? No era católica y solo soy un hijo bastardo.
—No lo sé, Alexander. Mi familia tampoco es católica y me gusta pensar que si irán al cielo— afirmó John. —Aunque sean protestantes y no abran los ojos... No sé, reza por tu misericordia y por la de todos— contestó. —Mi madre era la única católica que en paz descanse.
—¿Estás aquí por ella?
—No exactamente. Sí influenció, por supuesto— dijo. —Estoy tras la muerte de un hermano mío. Aún hago penitencia por él a ver si con suerte sirve de indulgencia.
—Lo siento— dijo el pelirrojo.
—No pasa nada. Ya hace años— murmuró. —Debo dejarte descansar.
—Y yo a ti, buenas noches.
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El Seminarista | Lams
FanfictionTengo un problema como una catedral... Me he enamorado de un seminarista. Acompañame en esta historia tan maravillosa!