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Por la noche habían estado jugando a un juego de cartas los tres seminaristas y los ayudantes de campo. Todo por la celebración del compromiso de Alexander con Elizabeth. Al principio las chicas no jugaban con ellos pero una vez aventurada la noche decidieron unirse.

Alexander enseñó a John a jugar, él decía ser más de ajedrez y algún juego "sencillo". Para Alexsnder un juego simple de cartas era mucho más fácil que el ajedrez, pero bueno.

Según Lafayette estaban haciendo una fiesta para despedir la soltería de Alexander,  aunque no duró mucho porque el protagonista de la noche empezó a encontrarse mal. Por ello Lafayette juró que ya le haría una en condiciones.

El caribeño se fue a tumbarse en la cama porque estaba algo mareado y había devuelto la cena. John fue a verle, a asegurarse de que todo estaba bien. —¿Tienes fiebre?— Preguntó poniendo la mano en su frente. —Una poca... No tiene nada que ver con la herida, ¿no?

—No creo. Ya está cerrada del todo. Creo que solo son los nervios de pensar en la boda.

—Es muy posible— dijo John enderezándose. —Entonces me marcharé y te dejaré descansar.

—Jo...— murmuró Alexander.  —¿No te quedas para hacerme compañía mientras todos lo pasan bien en la sala?

—Bueno... puedo quedarme si quieres, pero creo que no soy la compañía más divertida— dijo sentándose en una silla al lado de la cama del pelirrojo. —Puedo quedarme y asegurarme de que estás bien.

—Sí eres una compañía divertida— dijo el más joven. —Me entretiene que me cuentes cosas.

—Me gratifica escuchar eso— aseguró tomando la mano. —Seguro mañana te encontrarás mejor.

—Si me encuentro mejor iré a rezar contigo a primera hora. Ahora mismo solo me duele un poco la cabeza.

—¿Quieres que traiga agua para mojarte un poco? Seguro te alivia— dijo poniéndose de pie antes de recibir una respuesta. Alexander le diría que no es necesario, que con su compañía se conforma, pero es John, tiene que cuidar a las personas.

No tarda en aparecer en la habitación nuevamente con una palangana de agua fría. Al principio
principio, Alexander se queja cuando empieza a mojarle el cabello porque él de por sí ya es muy helado como para mojarse en la noche y encima con aquella agua tan helada.

Justo mientras John estaba echándole agua sobre la frente y el cabello entra Elizabeth, venía a preguntar como se encontraba el hombre. —Gracias, John, por cuidarlo. Ya me quedo yo— dijo tomando la toalla que llevaba John en una de las manos para ir sacando un poco al joven.

—Por supuesto— dijo apartándose aunque en el fondo no estaba muy convencido. Si ella podía curar a Alexander y cuidarlo, podría haber ido desde un principio, pero no.

El pelirrojo hizo una pequeña mueca ante el gesto de la joven, pero cuando se sentó a su lado sonrió y John se marchó de allí. Se quedaron solos en la habitación del pelirrojo, él le dio un beso, al fin y al cabo era su prometida.

Estuvieron hablando hasta muy tarde, hasta que Elizabeth decidió que debía dejar al caribeño descansar. Por suerte, lo logró y pasó  una noche muy amena, tal vez su mente deseaba recuperarse para asistir a primera hora a la capilla.

John se alegró de verle tan bien. Conversaron un poco después de rezar, pero tampoco durante mucho tiempo porque tenían muchísimo trabajo. Entonces, Alexander fue al salón junto al resto de ayudantes y pasó el día como uno cualquiera.

Por la tarde, sobre las cinco y media salió muy dispuesto a dar un paseo al que Elizabeth insistió en acompañarle. —Pero ayer te encontrabas mal.

—Sí, Betsy, pero hoy estoy muy bien. Luego nos vemos, tengo ganas de despejarme. ¿Por qué no nos vemos en mi habitación después de la cena?

—Me parece bien— afirmó dejándole un beso en la mejilla.

Salió hacia el bosque esperando ver a John donde la otra vez. Tenía claro que debía estar allí porque si no estaba en su habitación, en la capilla o en el jardín no podía estar en otro sitio. Aquella vez ni siquiera le habló, solo se sentó algo escondido mientras pensaba y se inspiraba para escribir algo en su libreta.

Empezó a escribir algo cuando lo vio por primera vez allí y lo había continuado después de la comida, pero necesitaba nuevamente una fuente de inspiración. 

Después de un rato John se marchó ya con el cabello limpio y lo más decente posible y, para que nadie pensase que iban juntos o algo, Alexander regresó un cuarto de hora más tarde. A penas había entrado al jardín del seminario cuando le paró Lafayette. —Has estado desparecido— se quejó el francés. —¿Dónde has estado?

—Buscando inspiración en el bosque. Estoy escribiendo una cosa para Elizabeth.

—¿Me dejas leerlo?

—Cuando lo termine— añadió el pecoso mientras entraban al seminario y colgaban sus capas y sombreros. Alexander se quedó mirando a John que encendía una vela en la consola de la entrada con algo de dificultad. Había mucha corriente en el lugar, procedía de la chimenea del salón.

Lagayette se percató de cómo lo miraba y cuando estaban solos en la sala que usaban como despacho le llamó la atención por aquello. —Sólo lo he visto en el bosque hoy.

—Qué casualidad.

—La verdad es que no— confesó Alexander y Lafayette le miró.

—¿Has ido a cosa hecha?— Adivinó el pelirrojo. —Por Dios, Alex...

—¿Qué? Ya sabes que opino yo de la belleza masculina.

—Ya lo sé... ¿Eres consciente de que no te va a dar bola? No es como los demás que has logrado convencer y además estás a poco de casarte.

—Yo lo convenceré, Laff. Me ha caído especialmente bien.

—Ya se me hacía raro que tuvieses tanto interés en la religión.

—Oye, te estoy siendo honesto. En verdad me importa, es genuino todo esto.

—Lo único que pasa es que te has emperrado de otro hombre, como sales hacer. Luego se te pasa en muy poco tiempo.

—Tú lo has dicho, no es como los demás. Es bondadoso, le he tomado aprecio, es tierno... Realmente me agrada.

—Solo es otro de tus caprichos, Alexander. Te estás obsesionado porque no es algo que puedas tener.

—Yo siempre tengo lo que me propongo: André, Elizabeth...

—Hasta que un día no lo logres.

—Parece que no sabes con quien hablas. Soy todo un seductor— dijo a modo de broma. —Caerá en mis encantos y conseguiré traerlo a nuestro terreno.

—Bueno, veo que tú ya has caído en los suyos... De cualquier modo, no confundas la amabilidad de los hermanos con esas cosas, Alexander. Ya sabes que John es así con todo el mundo.

El Seminarista | LamsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora