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—¿Dónde está John? Necesito que me ayude a llevar una caja — dijo Francis.

—Fuera, con Alexander. Jugando como críos— aseguró dejando de lado la pluma y fue a ayudar a Francis. Se puede decir que John y Alexander eran inseparables, mejores amigos.

—Oye, Jack, deberíamos entrar, hace frío— aseguró el pelirrojo sacudiendo la nieve que llevaba por la casaca.

—Oh, vale— dijo John. —Sabes, me han mandado que vaya con vosotros como misionero el mes que viene— dijo John y Alexander sonrió.  Menos mal, porque él ya pensaba que se estaba quedando sin tiempo.

—¿Entonces pasaras con nosotros todo el verano?

—Eso parece— dijo el carolino y Alexander sonrió. Era una gran noticia. —Así me aseguro de que sigues con tus labores de cristiano— bromeó John.

Por otro lado, Elizabeth estba ansiosa por casarse. No dejaba de insistir en poner fecha para la boda. Alexander trataba de evitar aquel tema para darse algo más de tiempo y encontró la excusa más perfectamente imperfecta y mal traída de la historia: "John me cae bien, ¿por qué no esperamos unos meses hasta que sea sacerdote y nos casa? Seremos su primer matrimonio". Él lo veía como una brillante idea, eso o lo invitaba a la noche de bodas.

Alexander y John pasaban horas hablando por las noches, eran aficionados a ello y cuando menos se dieron cuenta estaban listos para marcharse del seminario Al día siguiente con la llegada de la primavera. —No sé si quiero irme— murmuró John. Ya lo había hablado con el padre White.

—Verás que estás bien en la sede. Además me tienes para lo que necesites.

John sonrió.  Nadie imaginaba que feliz estaba de tener un amigo como Alexander.

De buena mañana partieron y a mediodía descansaron juntos bajo la sombra de un árbol. Por la noche se quedaron en la casa del General Schuyler donde Alexander pudo volver a encontrarse con su querida Elizabeth.  —Betsy— dijo recibiendo a la joven en un tierno abrazo y con un beso.

—Alex— regañó John.

—¿Qué?— Dijo el pelirrojo. Tal vez ponerlo un poco celoso podía funcionar.

—No estamos en la casa del Señor— respondió Elizabeth. John suspiró y siguió a lo suyo. Le escribió una carta al Padre White, a Kinloch y a Gabriel. Estaba contando como había sido el primer día. Toda la tarde Alexander estuvo desaparecido. Eso se le hizo extraño a John, porque los últimos meses eran uña y carne. Supuso lo que debía estar haciendo por lo que tampoco lo buscó. En el fondo confiaba en que era un hombre responsable. Antes de la cena estuvo asentándose y cuando salió a dejar la zafa vio a Alexander y Elizabeth salir de la habitación de Alexander. Por fin aparecían en toda la tarde.

—Hola, Jack— dijo Alexander poniéndose la chaqueta del uniforme. —¿Vienes de bañarte?— Preguntó viendo el pelo húmedo del hombre. —¿Vamos a cenar?

—De hecho, iba a rezar, no me encuentro especialmente bien— aseguró y Alexander se mostró preocupado.

—¿Qué sucede? ¿Ha sido el viaje?— habían estado unas ocho horas seguidas bajo el sol. Era bastante probable. —¿La cabeza?

—Malestar general. Solo es falta de descansar— afirmó y el pelirrojo asintió e insistió en acompañarle hasta que fuese la hora de la cena.Después de rezar John se acostó y Alexander estaba sentado a su lado mirándolo. Quería preguntarle algo. —No habrás cometido ni guna atrocidad, ¿cierto?

—¿Qué? ¿A qué te refieres?

—Con Elizabeth. Las mujeres en casa son un peligro— aseguró John y a Alexander le entró la risa.

—Por supuesto que no, Jack. Estoy comprometido con los pasos a seguir en un buen matrimonio. Nunca lo hice.

John sintió un alivio, como si la presión de su pecho hubiese desaparecido. Más tarde, el pecoso fue a cenar y John se quedó a intentar dormir, estaba mucho más tranquilo hasta que sobre las doce y media de la noche juró escuchar a Alexander y a Elizabeth cuchichear en la habitación de enfrente. Cosas de enamorados, supuso.

Al día siguiente marcharon hasta su destino.  Fueron casi diez horas y llegaron tarde, tan tarde que ni deshicieron el equipaje. Todos estaban durmiendo, menos Alexander que estaba tendido en la cama de John llorando porque echaba de menos a Elizabeth. 

John daba circulitosen su espalda mientras lo consolaba y le rodeaba con sus brazos. Puede que no era muy profesional, pero John en ese momento era su amigo, lo que Alexander necesitaba, no la iglesia. —Pronto os veréis de nuevo...

—Eres bueno haciendo sentir bien a los demás— aseguró el pelirrojo secándose las lágrimas y vio como la mano de su amigo comenzaba a acariciar su cabello.

—El Padre White dice que debo ser más distante. Tiene razón, debería saber apoyar solo con mis palabras.

—Sabes hacerlo, Jack.

El Seminarista | LamsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora