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Empezó a pasar más tiempo con John. Parte de su tiempo libre lo invirtió en ayudarle con el jardín y mantenía conversaciones ligeras con él. Eso cambió un poco cuando empezó a estar más ocupado con asuntos del cuartel. A penas lo veía más que en las misas y las comidas. Eso sí su paseo "casual" de las tardes no se lo perdía y ahí es donde conseguía la inspiración para escribir todas aquellas cartas románticas que le dio a Elizabeth antes de marcharse.

Ella estaba muy emocionada por todo lo que Alexander le escribía, a veces le compartía a sus hermanas y otras prefería no hacerlo porque eran demasiado personales. Cuando se marchó, cada semana Alexander volvía a escribirle. Le contaba cuanto la deseaba y como quería volver a tenerla como hacía menos de un mes.

Hacia un rato había hablado con Lafayette. Habían tenido una pelea. —¿Y si le convences? ¿Le vas a arruinar la vida por un calentón?— Preguntó Lafayette.  Se había enterado que.Alexander regresaba de otro de sus paseos. —Él solo te trata bien, como a todos.

—Escúchame de verdad lo amo. Estas últimas semanas han sido una locura— dijo el pecoso. —Nunca había sentido esto. Incluso escucho, le dejo hablar y me enseña cosas. Es un hombre perfecto, muy bondadoso y...

—Bien, pero no puedes estar enamorado de él. No te corresponde.

—¿Por? ¿Crees que mi amor no es sincero?

—No es eso. Lo primero, es un hombre y te aprecio como para que te cuelguen por tus tontas ganas de fornicar; después estás prometido co. Elizabeth y en tercer lugar John quiere ser sacerdote. ¿Sabes lo que implicaría estar contigo una sola noche?

—Nadie debe saberlo.

—Alexander, no funciona así.

Al final no pido hacerle entrar en razón y estuvieron el resto del día sin hablarse. Era evidente para los.otroa ayudantes que algo había pasado.

—¿Necesitas algo?— Preguntó John viendo a Alexander que llevaba muchísimo rato en la capilla pensando.

—Un poco de consuelo— añadió.

—¿Quieres contarme? Estamos aquí para escucharos— a eso se dedicaba John. A escuchar lo que la gente tenía que decir, sus preocupaciones... Ya lo había hecho varias veces con Lafayette que pedía consejo porque se encontraba intranquilo tan alejado de su esposa y sus hijos. Sobretodo porque su hija estaba molesta con él por haber marchado a la guerra.

—Últimamente... no me siento preparado para casarme.

—¿Por qué? ¿Miedo a la responsabilidad del matrimonio?

—Algo. No sé si soy capaz de mantener una familia. No quiero que nada cambie entre Elizabeth y yo.

—Lo que une Dios difícilmente se puede separar.

—Conozco tantos matrimonios infelices.

—Porque no han seguido la santa alianza al pie de la letra. Créeme que si vas por el buen camino solo debes dejarte fluir. ¿Hay algo que crees que carga tu consciencia? Tal vez debes hablarlo con el padre White.

—Gracias, John, pero no creo que sea eso— aseguró levantándose y se marchó.  John quedó algo desconcertado, al parecer no estaba haciendo bien su trabajo de apoyar a la gente. Se lo contó a Francis pirque estaba un poco decepcionado de no haber logrado atender el problema de Alexander y Francis solo le dijo que los militares eran un poco extraños y tenían la cabeza en las nubes.

Durante la cena se carcomió un poco la cabeza hasta que Lafayette le pidió hablar después en su habitación a solas. Esperaba serle útil aunque sea al marqués.

El Seminarista | LamsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora