Alexander pensaba que la había liado. Aquel beso le hizo arrepentirse al instante, pero vio a John sonreír y reírse delicadamente. —Yo...— dijo Alexander avergonzado. —Lo siento mucho... No quería hacerlo.
—Nunca nadie me había dado un beso— aseguró.
—Lo lamento.
—No importa— respondió y Alexander se sorprendió por aquella respuesta.
—¿No te parece mal?— Preguntó extrañado. —¿Entonces te puedo dar otro?
—Si quieres sí... eres mi amigo— respondió John. Entendía que Alexander lo había hecho desde todo su cariño y preocupación. Alexander sonrió feliz, no solo le había besado, además era su primer beso.
A la mañana siguiente fue con Lafayette a por pan y le contó lo del beso. Lo extraño que fue y como reaccionó. —Qué raro. Tal vez le ha sentado mal pero es muy amable para decirte.
—Se rió en mi cara— aseguró el pelirrojo mientras esperaban que Fairfax hiciese el pan y una vez listo fueron en búsqueda de John.
—Y por eso es que yo te digo que deberías comer má. Buena suerte con él. Me voy a hablar con el general— dijo Lafayette. Él no tenía tanta confianza con John. Es decir, si confiaba en él, pero para contarle asuntos propios para la iglesia, no como un amigo.
—John, te traigo pan recién hecho y agua— afirmó Alexander entrando a la habitación con prisa y se percató que acababa de molestar a John orando como si no estuviese enfermo.
—Alexander...
—Lo lamento— Últimamente solo hacia que pedir disculpas. —Pensaba que debías estar en reposo.
—Lo he estado toda la noche, Alexander— aseguró dejando el rosario en su bolsillo. —Solo he estado escuchando a algunos hombres que necesitaban consuelo y atendiendo a algunos pacientes.
—¿Y tú? ¿Cuándo te atiendes a ti mismo?— Dijo dejando la bandeja en la mesa. —Ahora puedes comer.
—Está bien, gracias. Terminaré de rezar y comeré.
—Ni siquiera te mantienes de pie— aseguró Alexander viendo a John sujetarse de una silla.
—Solo estoy cansado.
Alexander esperó ni más ni menos que veinticinco minutos hasta que terminase y una vez lo hizo se sentó en la cama al lado del pelirrojo. Nuevamente estaba agotado, el simple hecho de estar de pie le mareaba. —Come.
—No tengo mucha hambre— murmuró. Tantos días que ya ignoraba aquella sensación.
—Un poco solo— dijo y al final consiguió convencerle de comer algo. Tampoco mucho por si le sentaba mal.
Después estuvieron hablando hasta que John se durmió pensando que el día siguiente sería mejor, pero no en muy poco tiempo se levantó vomitando y con muchos dolores y mareos. Ahora su cuerpo no quería hacer la digestión. —John— dijo Alexander preocupado de nuevo sujetando a su amigo. Meade le dijo que hubiese sido más prudente romper el ayuno con verduras hervidas y que por su salud debería hacer eso y tomar caldos. El pan era demasiado difícil de digerir.
—Nunca he tenido problemas con mi dieta— afirmó tumbandose de nuevo.
—Ahora sí... Al menos moja el pan con leche antes de comer a ver si eso funciona.
—No— respondió y Alexander le miró triste. Seguro la próxima ingesta de comida sería algo mejor. —¿Me acompañas a las tiendas?— Preguntó John y Alexander le dijo que no, que le tocaba descansar. —Pero es hora de acompañar a la gente a rezar.
—Estás muy enfermo. Mañana si te sienta bien la comida.
—Está bien— batallaría con Alexander pero en verdad estaba muy cansado. El pelirrojo se quedó sentado a su lado en la cama mientras dormía y le acariciaba el cabello. Estaba muy tierno. Solo se hizo una pequeña siesta y se dispuso a cenar un poco más a ver si no le sentaba mal.
Después de la cena de John estuvieron juntos hablando en la habitación y entre una cosa y otra Alexander se atrevió a decirle una cosa. —Quiero confesarte algo.
—¿Confesarme?— Rió John. —No soy sacerdote.
—Cómo persona.
—Lo sé, solo bromeaba. Dime— dijo viendo al pelirrojo a su lado.
—Me he enamorado de ti— aseguró algo avergonzado pero miraba a John de cualquier modo.
—Es fácil enamorarse de la figura del sacerdote o de monaguillos, seminaristas, porque, “trata bien y cariñosamente a los demás”, “escucha y no juzga, “consuela y acompaña”, “me entiende”, hay muchas cosas de este tipo que atraen. Nunca había escuchado eso venir de un hombre, pero puedo entender lo que sientes. Igual, no estás enamorado de mí, Alexander, es de lo que represento. Amas a Dios sobre todas las cosas.
Alexander se paró a pensar. Podía ser eso. —¿Y tú? ¿No te atraigo? ¿Te gusto?
—Te amo, Alex— dijo tranquilo. —Más que a los demás aunque no sea justo. Te demuestro mi amor cada día.
—Creo que hablamos de cosas distintas...— dijo más avergonzado aún. —Me refiero a que me gustas como pareja.
—Yo también— añadió John —pero pienso que un amor verdadero se demuestra a través del espíritu. No necesito ni una acción ni palabra para saber que me amas.
—¿Ni un beso?
—Los besos no son muestra de amor.
—Pero se sienten especiales.
—Pero no demuestran nada. Si en verdad me amas, hazme compañía espiritual.
—¿Cómo hago eso?— Preguntó algo confuso. Todo eso era nuevo para él.
—Tenme presente en tus oraciones, desea el bien y ama a Dios. Confía en tu deber.
Quien le diría a Alexander que aquello terminaría así. John lo había aceptado perfectamente y se puede decir que eran algo. Claro, lo había conseguido, no exactamente como tenía pensado, pero sí estaba feliz. John era su amigo especial, aunque no hacían todas esas cosas que Alexander había deseado hacer tanto con él. Ni siquiera volvió a besarle.
—El seductor ha sido seducido— dijo Lafayette viendo como Alexander hacia las maletas. —No puedo creerlo.
Alexander estaba tan enamorado de John que lo iba a dejar todo atrás por estar con él y alcanzar la revelación divina. Se iba al seminario, le había escrito una carta a Elisabeth. Ahora iba a dedicar su vida a Dios y al sacerdotico junto a su mejor amigo. —Amén, Alexander— dijo John en el seminario antes de salir de la capilla.
—¿Te vas ya a dormir?
—A mí habitación a rezar, ¿vienes?— John iba a convertirse en sacerdote la semana próxima. Había logrado aquello que tanto deseaba.
Alexander le miraba deseoso mientras camminaba, y quien le diría que esas noches "pasionales" que buscaba convencer a John fueron cambiadas por noches enteras rezando hasta el amanecer y que su amor le había convencido de cambiar el rumbo de su vida. Eso sí, a veces John le daba un toque de atención, sobretodo cuando leyó ciertas cartas antiguas escritas a Elizabeth de cierto chico que una vez le dijo que NUNCA se había acostado con ella.
—En mí defensa— dijo Alexnader. —Se lo confesé al padre White y ya no lo he vuelto a hacer.—John sonrió ante eso, su Alexander había cambiado mucho. —Eres mi amor platónico.
—Qué ahí quede, Alex— afirmó el rubio. Cuando Lafayette iba de visita, que difícil se la hacía imaginar que Alexander podía aguantar sin haber tocado a ese hombre ni una sola vez. Demonios, era Alexander, debía estar muy enamorado.
FIN
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El Seminarista | Lams
FanfictionTengo un problema como una catedral... Me he enamorado de un seminarista. Acompañame en esta historia tan maravillosa!