CAPITULO 2

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Fernando se levantó temprano, como todos los días, para acompañar a su hermana Sarahí a la preparatoria. Aunque no era un estudiante sobresaliente, se las arreglaba para mantener un promedio decente. Destacaba en Historia, una materia que le apasionaba, pero era malísimo en Matemáticas, lo cual le frustraba bastante.

Fanático del rock, Fernando nunca salía de casa sin sus camisas de Metallica, Guns N' Roses y Nirvana. Su cabello un poco largo era su forma de rebelarse hasta donde se lo permitían sus padres: su papá, un burócrata estricto , y su madre, una ama de casa siempre preocupada por sus hijos.

Ese día, como de costumbre, Fernando dejó a Sarahí en su salón de clases. Al pasar, vio a Faby, una chica del primer semestre que siempre le había parecido bonita, aunque demasiado chica para su gusto. Buscaba a alguien más madura, más hecha. Su mejor amigo, Pablo, era el comediante del grupo, siempre con un chiste a flor de labios. Pablo tenía la suerte de tener un padre ligeramente rico que le daba todo lo que quería, incluyendo cualquier capricho que el le pedía  . También  estaba Alejandro, conocido como "el Mudo" en la preparatoria, era un chico alto y delgado, de cabello oscuro y ojos profundos. Su apodo se debía a su costumbre de hablar muy poco, prefiriendo observar y escuchar en lugar de participar activamente en las conversaciones. Siempre sentado en la última fila del salón, Alejandro destacaba por su inteligencia y su capacidad para notar detalles que otros pasaban por alto. Aunque tenía pocos amigos, era profundamente leal y un excelente oyente. Su mejor amigo, Pablo, apreciaba su naturaleza tranquila y reflexiva, que contrastaba con su propia energía extrovertida.

Al sonar el timbre del recreo, Fernando y su grupo de amigos, liderados por Pablo, se dirigieron a la cafetería. Justo en ese momento, Ludmila, la chica más popular de la preparatoria, tomó a Fernando del brazo y lo arrastró con ella. Aunque Fernando no estaba seguro de sus sentimientos hacia Ludmila, no podía negar que disfrutaba la atención y la imagen que proyectaban juntos.

A la entrada de la cafetería, Fernando vio a su hermana Sarahí y, junto a ella, a Faby, que lo miraba con ojitos de enamorada. Por un momento, Fernando se sintió incómodo. Se decía a sí mismo que Faby era una "niñita" y que se vería muy infantil a su lado.

—Está bonita la niñita —pensó Fernando—, pero yo me vería como un asaltacunas

Mientras Ludmila reía y hablaba sobre los planes para el fin de semana, Fernando no pudo evitar pensar en la diferencia entre Faby y Ludmila. Aunque Ludmila era alta, rubia y de ojos verdes, había algo en la autenticidad y sencillez de Faby que le resultaba intrigante, aunque no estaba dispuesto a admitirlo.

— ¿Qué te pasa, Fernando? —preguntó Ludmila, notando su distracción.

— Nada, solo estaba pensando en lo del próximo sábado  —respondió él, aunque su mente estaba en otro lado.

Dentro de la cafetería, Fernando y su grupo tomaron asiento en su mesa habitual. Pablo, siempre el alma de la fiesta, empezó a contar una de sus anécdotas graciosas, y todos se rieron, pero Fernando seguía distraído. De vez en cuando, sus ojos se dirigían involuntariamente hacia donde estaban Sarahí y Faby. Alejandro, el callado del grupo, observaba sin decir nada, y Francisco pidió su habitual botella de agua .

—Fernando, ¿en qué piensas? —insistió Pablo, dándole un codazo.

—En nada , brother en nada—dijo Fernando, intentando sonar despreocupado.

Mientras el recreo llegaba a su fin, Fernando se dio cuenta de que,  Ludmila y él formaban una pareja atractiva a los ojos de los demás, había algo que le faltaba. Algo que veía en la genuina sonrisa de Faby cada vez que se cruzaban en los pasillos.

Aquel día, mientras volvía a casa con Sarahí, no podía dejar de pensar en la mirada de Faby. Una parte de él se sentía halagada, pero otra parte, la que siempre buscaba la aprobación de sus amigos y de la imagen que proyectaba, se resistía a aceptar que una chica más joven y sencilla pudiera afectarlo tanto.

— ¿Cómo te fue hoy? —preguntó Sarahí, rompiendo el silencio.

— Me fue bien brujilla , como siempre —respondió Fernando, mirando por la ventana del coche.

Pero dentro de él, las cosas no eran tan simples. Algo había cambiado, y aunque no quería admitirlo, sabía que tendría que enfrentarlo tarde o temprano.

El siguiente día comenzó como cualquier otro, con el sol iluminando la ciudad. Faby se levantó temprano, llena de nervios y emoción. Al llegar a la escuela, se encontró con Sarahí, quien tenía una sonrisa cómplice en su rostro.

— Faby, ya tengo una idea para que pases más tiempo con Fernando —dijo Sarahí mientras caminaban hacia el salón de clases.

— ¿En serio? ¿Cuál es? —preguntó Faby, ansiosa.

— Píde al maestro  José Luis un tutor para historia, el estima mucho a  mi hermano y lo más seguro es que te lo envíe como tutor. Él es muy bueno en esa materia y te podría ayudar a mejorar tus calificaciones. Además, lo tendrás por lo menos media hora mas a la semana solo para ti. Ahí aplica tus técnicas, amiga, para que enamores a mi hermano —explicó Sarahí con entusiasmo.

Faby, llena de esperanza, decidió seguir el consejo de Sarahí. Al terminar la segunda clase, se dirigió a la oficina del maestro José Luis y solicitó un tutor para Historia. Para su sorpresa, el maestro aceptó rápidamente y le pidió a Fernando que fuera su tutor.

Esa misma tarde, Fernando y Faby se encontraron en un salón vacío de la escuela. Fernando, con sus libros y notas en la mano, estaba listo para comenzar. Faby, por su parte, apenas podía contener su nerviosismo.

—Hola, Faby —saludó Fernando, tratando de sonar amigable—. Vamos a empezar con la historia del Antiguo Egipto.

Fernando comenzó a explicar con pasión, hablando sobre faraones, pirámides y dioses. Pero Faby apenas escuchaba. Su mente estaba en otro lugar, imaginando cómo sería estar con Fernando, y veía corazones alrededor de él. Fernando, por otro lado, se daba cuenta de que Faby estaba distraída, pues ella lo miraba como ida.

—Niña, ¿vas a poner atención o quieres que el maestro te mande otro tutor? —dijo Fernando, visiblemente molesto.

Faby, sintiéndose avergonzada, bajó la mirada. —Lo siento, Fernando. Prometo que pondré más atención.

Fernando suspiró, tratando de calmarse, y continuó con la explicación. Sin embargo, minutos después, volvió a notar que Faby lo miraba fijamente, pero con la mirada perdida, claramente distraída.

—Faby, ¿me estás escuchando? —preguntó, ahora más impaciente.

Faby se sobresaltó, sacudida de su ensoñación. —Sí, sí, lo siento de nuevo. De verdad estoy tratando de concentrarme.

Pero el enojo de Fernando no disminuyó. Se levantó bruscamente y comenzó a recoger sus cosas.

—Esto me pasa por dar clases a niñitas mocosas —murmuró mientras salía del salón.

Faby se quedó sola, sintiendo una mezcla de tristeza y enojo. No sabía si había arruinado todo.

Sus palabras la habían herido, y ahora se preguntaba si alguna vez podría ganarse su atención y afecto.

Esa noche, en su habitación, Faby penso sobre lo sucedido. Sabía que tenía que cambiar su enfoque si quería tener alguna oportunidad con Fernando. Al día siguiente, se disculparía sinceramente y demostraría que estaba dispuesta a esforzarse tanto en Historia como en ganar su respeto.

Faby se fue a dormir, preparada para enfrentar el nuevo día.

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