🪄 Capítulo 1 🪄

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Bajo el imponente sol del mediodía yacía mí cuerpo atado a un cepo, mientras la bestia de Mercedes, me golpea  látigo en mano una y otra vez. Está bestia de mujer a la que llamo madre a sido mí maldito infierno; no recuerdo una sola caricia suya, ni un beso de buenas noches y mucho menos un te quiero. Su único deleite ha sido este, golpearme y humillarme delante de todos.

A pesar de ser hija de una de las familias más poderosas y adineradas de Campo Florido, mí vida no ha sido para nada fácil. Es cierto que he crecido rodeada de lujos y de esclavos que atienden todas mis necesidades, nunca me ha faltado nada. Bueno sí me ha faltado algo, el amor de una madre. Porque la que tengo nunca me ha querido. Es el latigazo número cincuenta y ya mí cuerpo se está rindiendo, siento un grito atroz pero no proviene de mí, ya no puedo más, me desvanezco.

Despierto y me encuentro rodeada de edredones y almohadas. El negro Tomás besa mí mano, y observa con ojos cariñosos, provocando que me ruborice. Intento mover los labios pero solo consigo un puchero. Coloca un dedo en mís labios en señal de silencio. Me retuerzo por la ardentía de la piel, la cabeza quiere desprenderse de esta bola de fuego. La respiración se me agita, intento huir de mí propio cuerpo, por el látigo destruido.

—No se esfuerce señorita Elizabeth —me exige Tomás, temiendo por mí salud—. Está muy débil, dice mí abuela Tomasa que tiene lesiones profundas.

— E-ese d-demonio escarl-lata p-piensa q-que p-puede conmigo. E-ella no sabe de lo que soy capaz —balbuceo, apenas en un susurro.

— Apenas puedes hablar, no gastes energías —me regaña.

—¿Como se encuentra la señorita? — le pregunta la esclava Rosario a Tomás.

—Con deseos de seguir siendo golpeada porque continua invocando a la señora Mercedes —contesta y le lanzo una mirada feroz.

— A-aún p-puedo hablar Rosario —susurro mientras hago una mueca de dolor.

— Todo esto por mí culpa. Usted no debió meterse en ese lío. Era yo la que tenía que recibir esos golpes —. Se queja la mulata.

— L-la culpa no es tuya, e-ella solo busca cualquier pretexto para castigarme. Ll-llevás días enferma y aún así te vez obligada a trabajar, la bandeja del desayuno se te cayó porque ella te empujó. Le molestan los esclavos a su alrededor, no considera en lo más mínimo que todo lo que tiene es gracias al trabajo de ustedes. Por eso le canté sus verdades y lo volvería hacer mil veces más  —. Aprieto los puños, y la mandíbula. No puedo con tanto odio.

— Voy a buscar a mi abuela para que te haga dormir con sus pociones. Enseguida regreso —. Sale Tomás, dejándome sola con Rosario.

— Solo quiero... que estés bien. No me importa más nada...

—Señorita..., no soy digna de semejante sacrificio  —me dice sentada a mí lado.

— ¿Por qué?

— Porque hay errores que se pagan caros y este es uno de ellos señorita —insinuó  tocándose el vientre.

— No te entiendo —digo con curiosidad.

— Algún día lo entenderá señorita —contesta apartando la mirada.

—¿Qué tengo que entender? — curioseo.

— Las cosas que se hacen por amor —soltó entre sollozos.

— ¿Estás enferma por amor? Ahora entiendo menos  —declaro llena de dudas, pero respira hondo y me cambia el tema.

—¡Ese Tomás es de almas tomar! Tomó el látigo para golpear a la señora Mercedes..., al ver que era usted quien estaba siendo golpeada... ¡Perdió los estribos! —me cuenta Rosario y no puedo creerle. Abro los ojos, y la boca de manera desmesurada, nunca imaginé que Tomás fuera capaz de semejante acción.

Amor esclavo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora