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"Yo también te amo Bella, nunca lo olvides." Decía Dominick al teléfono y juraba que podía ver la sonrisa de la chica del otro lado de la línea. Ella lo había llamado minutos antes y ahora estaban terminando la llamada. El sol del atardecer estaba en su glorioso esplendor y ni siquiera las largas cortinas que caían sobre el ventanal del apartamento de Dominick permitían arruinar el espectáculo, la luz naranja y brillante estaba por todas partes.

El muchacho había estado el día sentado en su oficina; planificando clases y preparando un examen que sus alumnos deberían tomar en unos pocos días. La decisión de estar encerrado todo el día allí surgió poco después que Rose hubiese huido de él. Dominick juraba que después de la pequeña charla que habían tenido en el corredor del edificio ayudaría a que ella y el fueron un poco más cercanos, incluso para lograr entablar alguna clase de amistad...pero se equivocó. Él tenía su vida centrada en dos cosas, su trabajo y Bella, nada más, sin embargo desde que sus ojos encontraron aquel par de ojos grises y desconfiados, aunque completamente encantadores, sus pensamientos se habían alterado por completo y llegó a la conclusión de que estaba interesado en conocer a la pequeña artista que tenía como vecina.

Él no lo sabía y no entendía porque, pero Rose era el más precioso de los enigmas. Y estaba dispuesto a descubrirla por completo. Algo en la forma en la que ella parecía recelosa a cualquier persona que se le acercase, la manera en que su timidez arrogante lo dejaba sorprendido y cómo ella era ajena ante la verdad de que era una belleza, una verdadera belleza que se escondía en su apartamento con su cachorro y profesaba un amor profundo y significativo hacia el arte. Ella no sabía que él pensaba eso de ella, que era arte, en su más pura y adorable forma.

Dominick terminó por cerrar su laptop y mirar el cielo con sus colores cambiantes y su tranquilidad absoluta, el total opuesto a su vida que parecía tan sin color desde que había terminado la universidad hace un año atrás. Desde que el desastre y la traición habían arremetido contra el de forma dolorosa, dejándolo en una nube de depresión y alcohol, mucho, mucho alcohol. Gracias a sus padres y la cariñosa atención de Bella él había podido dar un gran paso y haber tomado la decisión de ir a clases de terapia y recuperación...pero cuando el creía que ya llevaba una semana siendo sobrio y falsamente feliz, terminaba por ahogar sus penas en el alcohol, terminando tirado en cualquier lugar recóndito de Nueva York, perdido en las notas tristes de su música.

Había algo de los atardeceres que lo hacía enfermo, el enojo se apoderaba de su mente y quería borrar todos los recuerdos de aquella tarde horrorosa, aquella tarde de pérdida y dolor, que lo acechaba en sus sueños todos los días y lo hacía temblar de miedo cada vez que veía dentro de los ojos de Bella, la única cosa que él había salvado de aquella horrible experiencia. Las ganas incontrolables de beber alcohol comenzaron a vagar en sus pensamientos y sus manos se cerraron en puños sobre la mesa de su escritorio. <<Se fuerte por Bella, ¡contrólate!>> se decía a sí mismo pero la voluntad inquebrantable de su alma por olvidar era más fuerte, un millón de veces más fuerte. Su corazón destrozado y sus esperanzas olvidadas le rogaban que se levantara y fuera a buscar el alcohol que tanto necesitaba, el único que lo hacía olvidar...excepto...aquellos ojos. Aquella mirada profunda y temerosa, aquellos universos tristes que reflejaban un pasado tan horrendo como el suyo, aquella mirada rota y avergonzada que brillaba frente a él cada vez que veía a Rose. Y entonces lo supo, ella también lo ayudaba a olvidar. ¿Qué era? ¿qué tenía de diferente?Quizás era el mismo miedo que el sentía, la misma ansiedad y las mismas pesadillas, de alguien que tenía un corazón roto que buscaba consuelo. Buscaba olvidar. Buscaba amor.

Un nudo estaba formado en su garganta y la necesidad de gritar se hizo más fuerte, no podía controlarse a sí mismo, no podía. Entonces su figura ahora oscura se movió hasta llegar al lugar donde el escondía sus botellas de whisky y ron, desesperado abrió la tapa de una y lo último que supo fue que los siete días de sobriedad que llevaba en su cuenta habían quedado olvidados en su memoria solitaria.

Corazón artista.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora