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"¿Otra vez Dominick? Hijo, dime, ¿hasta cuando dejarás que el alcohol controle tu vida?" La voz triste y afligida de una madre sonaba a través de toda la habitación. Dominick estaba frente a ella, sus ojos fijos en el suelo, avergonzado y furioso consigo mismo.

"Dominick, mírame...por favor." Le pidió ella, apretando su mano con delicadeza. El hijo no tuvo otra opción que levantar su cabeza y mirarla. Allí estaba su madre, elegante como siempre, serena y tolerante frente a cada una de sus equivocaciones. Así era Elizabeth Ford, una madre ejemplar que a pesar del sufrimiento que había experimentado durante mucho tiempo, nunca dejó que ese mismo dolor le prohibiera cuidar de su amado y perdido hijo.

Sus miradas se encontraron y Elizabeth sintió como su corazón se apretaba al verlos ojos rojos y desolados de su hijo menor. Una madre no debería ver jamás ese tipo de sufrimiento en los ojos de su hijo, era algo tan difícil que soportar, casi imposible. Sus ojos verdes y brillantes que la enamoraron desde un principio ahora eran de un color apagado, revelando el pesar de aquella alma tan afligida. La alma de un ser maravilloso, talentoso y encantador que llevaba consigo una culpa inmensa. Recuerdos que jamás desaparecerían de su mente, porque aquella persona que los dos tanto amaron y amaban...ya no estaba. Y Dominick sabía que la culpa era suya.

"No puedo olvidarlo mamá...Lo veo todo una y otra vez. Me está matando." Su voz ronca apenas susurraba las palabras que al salir de su garganta lastimaban un poco más. Elizabeth no pudo contener sus lágrimas y miro a su hijo con una inmensa tristeza tatuada en su faz.

"Ella siempre estará con nosotros, pero no puedes culparte por lo que pasó. Dominick, no fue tu culpa cariño. Tu papá y yo lo sabemos, te amamos hijo." Le aseguró con una voz amorosa y tierna, a pesar de sus lágrimas.

"¡Pero yo no puedo hacerlo mamá! Y lo único que me hace olvidar es el alcohol y..."Ella. Las palabras se apresuraron a salir pero las detuvo, iba a decir su nombre. Sus pensamientos de los últimos días saliendo a luz de forma inesperada, sorprendiéndolo. Él más que nadie sabía que aquella joven tan adorable que vivía a una pared de distancia, tenía un gran efecto sobre él. No sólo lo sabía, lo sentía deforma latente en su interior. Quizás era solo una inocente curiosidad y fascinación por aquel rostro tan lozano, por aquella actitud tan dulce y tímida, tan recelosa y temeraria. Quizás era solo un deseo de descubrirla y perderse en las infinidades de aquella mente que parecía ser tan magnífica. ¡No la conocía en absoluto! Pero él sabía que así era, lo sentía. Y ojalá ella también lo hiciera.

Su mamá ahora lo observaba con cierta fascinación, conocía su hijo a la perfección y no había pasado desapercibido a sus ojos lo que su hijo trataba de ocultar. Sus ojos verdes y tristes habían cambiado por apenas unos segundos, dejando que un brillo de ¿esperanza, quizás? La cegara por completo. Ella no lo sabía, pero sintió una increíble curiosidad. Quizás su hijo había encontrado una forma nueva de desahogar sus penas, una forma más saludable que estar sumergido en el abismo que era el alcoholismo.

"¿Dominick?" Preguntó ella, sus lágrimas y dolor olvidadas por un segundo. Él supo en aquel momento que no podía ocultarlo más, pero aún no estaba listo para admitir en voz alta las descabelladas vías de su mente y su corazón.

"Aún es muy temprano para hablar sobre eso, ¿sí?" Le dijo, su voz cambiando aun tono más tranquilo. Elizabeth asintió con una pequeña sonrisa en sus labios.

"Está bien. Estoy preocupada por ti, pero confío en que saldrás de esto." Dijo emocionada, mirándolo con un amor incondicional. Dominick como un niño pequeño se acercó y dejó que los brazos de su madre alejaran sus preocupaciones, aunque sea por un instante.

Corazón artista.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora