Capitulo 4

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VALENTINA 

Me acerqué a mi escritorio, tratando de dar con la manera de contarle a Juliana mi plan sin asustarla. El día anterior la había llamado tan pronto como Luis salió de mi despacho. No le había contado nada de mi dilema, pero la esperanza que escuché en su voz me había relajado y me había dado razones para pensar que podría convencerla de llegar a un acuerdo que fuera adecuado para ambas. Sonó el teléfono de sobremesa.

—Juliana Valdés está en la recepción para verte —dijo mi secretaria cuando respondí.

Ya era hora.

—Hazla pasar —indiqué. Me puse la chaqueta justo antes de que Juliana entrara en mi oficina. —Juliana, me alegro de verte de nuevo.

Ella frunció el ceño y yo le hice una seña en dirección a los dos sofás grises que había en la zona de estar del despacho. Era evidente que tenía sospechas sobre el encuentro. Había intentado que le revelara más datos por teléfono, pero me había negado. Nunca había sostenido una conversación sobre el matrimonio, pero estaba segura de que era mejor hacerlo cara a cara.

Iba vestida de negro, y su pelo se confundía con la tela de su vestido. Me fijé en la aparatosa pulsera plateada que adornaba su muñeca izquierda y en que no llevaba consigo ningún tipo de bolso o cuaderno.

Se sentó y yo me acomodé enfrente de ella. Luego retiré los últimos ejemplares de Forbes, The Economist y Rolling Stone de la mesita de centro que nos separaba. Mi secretaria aparecería con un té en cuestión de segundos.

—Gracias por recibirme. Sé que debes de estar ocupada —dije, y ella se estiró la tela de la falda y se la remetió por debajo de las piernas.

—Has dicho que tenías una posible solución a nuestro problema —comentó. Había olvidado lo sexy que era. Y la confianza en sí misma con la que se comportaba. Había sido un auténtico subidón para mí ver que se desnudaba y abría las piernas cuando se lo ordenaba. No esperaba su conformidad, pero sí que lo hiciera. Había descubierto que las mujeres más desafiantes e inteligentes, las que se comían a los hombres vivos en la sala de juntas, eran las más dóciles en el dormitorio. Como si se sintieran desesperadas por renunciar a parte del poder que ejercían durante el día y quisieran deshacerse de la presión y que fuera otro el que decidiera cómo debían obtener su placer por la noche. Juliana no había sido diferente en eso: solo había sido mejor que todas las demás.

Necesitaba detener el flujo de sangre que bajaba a mi polla.

—Gracias —le dije a mi secretaria, realmente agradecida de que hubiera llegado con el té. Ella asintió y nos dejó solas. Cogí la tetera. Puse el colador sobre la taza más alejada de mí y le serví una taza a Juliana.

—No bebo té —apuntó.

—Este te gustará. Es lo mejor por las mañanas. —Por la mañana yo siempre tomaba Lemongrass. Guardaba el Lapsang Souchong para las tardes y nunca se lo ofrecía a mis invitados. Era demasiado valioso para que la mayoría de la gente supiera apreciarlo.

—No bebo té —repitió.

Moví el colador a mi taza y la llené. Cuando levanté la vista, me encontré a Juliana observándome. Dejé la tetera a un lado, cogí el plato y me senté. Ella seguía mirándome, esperando que yo hablara. Tenía los labios ligeramente separados y sus ojos bailaban entre mi boca y mis ojos.

—Bébete el té, Juliana. Te va a gustar.— Movió la cabeza como si quisiera salir de un ensimismamiento.

—No quiero té.

Estaba tan decidida a no seguir mis deseos que pensar en ella desnuda, con las rodillas separadas por sus propias manos, me resultó aún más fascinante. Era muy diferente allí en el despacho.

Adaptación (LA DUQUESA DE MANHATTAN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora