Capitulo12

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—Llámanos si decides alargar el viaje —dije a Guillermo frente a las puertas del ascensor mientras estas se cerraban. No había perdido la oportunidad de rellenar el vino de Guillermo durante toda la noche. Se había ido bien cenado, un poco borracho y esperaba que convencido de que Valentina y yo éramos una pareja de verdad.

—Pues yo espero que no lo haga —murmuró Valentina cuando el ascensor empezó a bajar y yo me di la vuelta para volver al salón.

—¿Crees que esto ha sido una prueba? — pregunté.

—Por supuesto que ha sido una prueba. Mi primo solo ha estado en Nueva York una vez en su vida y de repente viene por "negocios". —Enfatizó la palabra como si fuera la cosa más ridícula que hubiera escuchado nunca. Pero no parecía tan imposible. Estaba segura de que Guillermo podría haber contratado a un investigador privado.

La puerta se cerró a nuestra espalda. Tan pronto como entré en el salón y sentí los ojos de Valentina sobre mí, cualquier resolución que hubiera hecho de mantener las emociones alejadas de ella comenzó a tambalearse. Cuando estábamos juntas y a solas, era fácil dejarse llevar por la vida de casada o por ese mundo de fantasía en el que no estábamos fingiendo.

¿Cómo había dejado que las cosas llegaran tan lejos? ¿Por qué me había permitido querer algo más de esta mujer? Lo sabía. La había echado de menos la noche pasada, y no tenía derecho a hacerlo. Y esa era la razón por la que necesitaba alejarme un poco.

—Debería irme —dije, dirigiéndome a mi dormitorio.

—¿Irte? —preguntó; su voz me siguió por el pasillo—. ¿Adónde?

—Te dije que me iba a quedar en mi apartamento esta noche.—Me agarró de la muñeca y me apartó de la entrada del dormitorio.

—Juliana... —dijo, frunciendo el ceño. Clavé los ojos en mis pies. Valentina me miraba como si realmente quisiera que me quedara, no por nuestro acuerdo ni porque Guillermo acabara de irse. Y eso me hacía muy fácil pensar que todo era real.

—Siento que he hecho algo malo, pero no sé qué. Por favor, dímelo. Déjame arreglarlo.

Respiré profundamente. No se trataba de algo que hubiera hecho. Valentina solo había sido amable conmigo. Quizá demasiado amable.

—No. No es eso.—Intenté liberar la muñeca, pero ella me la apretó con más fuerza.

—Y entonces, ¿qué? —preguntó—. Te he echado de menos.

Negué con la cabeza. Era que me dijera cosas como esa lo que hacía que fuera tan fácil engañarme a mí misma y pensar que aquello era algo que no era.

—¿Juliana? ¿Ha pasado algo en el trabajo? ¿O con tu ex?

Levanté la vista y me encontré a Valentina estudiando mi cara como si estuviera buscando pistas.

—No, no es nada de eso —respondí—. Solo estoy cansada.

—¿Demasiado cansada para hablar?

—¿Hablar? —Presumiblemente sería un eufemismo para el sexo—. Sí, he tenido un día muy ocupado.

—Pues no vayas a tu apartamento —dijo—. No quiero pasar dos noches sin ti en mi cama.

Y ahí estaba otra vez, ese aleteo que aparecía en mi estómago con esas palabras y que disolvía los muros que había creado alrededor de mi corazón. Exactamente lo que no debía sentir. Porque no debía sentir nada. Pero su cercanía hacía que no quisiera luchar contra ella, y Valentina debió de sentirlo también. Me soltó la muñeca, pero fue solo para envolverme entre sus brazos.

Adaptación (LA DUQUESA DE MANHATTAN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora