Capitulo 14

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JULIANA

—Entonces, así de sencillo, ¿estás divorciada? — preguntó Sofía, inclinada sobre la mesa del Hotel Gansevoort. Conté las baldosas blancas y negras por encima del hombro de Sofía desde nuestra mesa hasta la puerta. No quería pensar en lo que había pasado. De hecho, solo quería olvidarlo todo. Cuanto antes se hiciera oficial, mejor.

—Todavía falta el papeleo. —Lamentablemente, ya había empezado el proceso legal del divorcio. No llevaría demasiado tiempo, pero tampoco ocurriría de la noche a la mañana. Era mi segundo divorcio y no tenía ni treinta años. Si mi primer exmarido no me hubiera hecho sentir tan inútil y aburrida, probablemente ni siquiera tendría otra ex. Quería que fuera una aventura. En cambio, había sido un desastre.

—¿Y ella no lo mencionó? —insistió mi hermana.

—No, pero, como te he dicho, formaba parte del trato. Ha heredado la propiedad, y yo ya no le era útil.—Sofía negó con la cabeza.

—Eso no me encaja. Os vi muy felices juntas en Inglaterra. La forma en que os mirabais y os tocabais... Parecíais una pareja de verdad.

Prefería emborracharme a mantener esa conversación. Una de esas borracheras en las que no podías recordar ni tu propio nombre estaría bien. Cogí mi copa y di dos enormes tragos.

—¿Al menos te resulta agradable haber vuelto a tu apartamento? —Asentí, evitando la mirada de Sofía.

—Claro. —No había pisado mi apartamento desde que había aterrizado el día anterior. No podía soportarlo... Era el último recordatorio de que Valentina y yo no estábamos juntas. No quería estar sola en casa. Si hubiera podido mudarme de Nueva York, lo habría hecho. Manhattan parecía ser el centro de mi infelicidad. Me había mudado allí para demostrarle a mi ex que no necesitaba tener planeados los cuarenta próximos años de mi vida. Y volvía a estar allí en el momento en que todo había terminado con Valentina. Ese lugar representaba mis fracasos.

—Estoy preocupada por ti. Sé que te gustaba esa mujer, así que ¿por qué te comportas como si haber roto con ella no fuera para tanto? —preguntó Sofía. Suspiré y me recliné en el banco de cuero.

—¿Cuál es la alternativa? Estoy harta de sentirme mal. Llorar no me va a hacer feliz.

—Entonces, ¿admites que te duele?

—¿Es eso lo que quieres oír? ¿Quieres que me revuelque en lo horrible que es mi vida? —¿Es que mi hermana estaba tratando de torturarme?

—Sí, eso es lo que quiero..., que te sientas fatal. —Levanté la vista justo cuando ponía los ojos en blanco.—Estoy tratando de ayudarte. Solo sé sincera conmigo y dime qué ha pasado. Ya sabes lo que dicen: un problema compartido es un problema que se reduce a la mitad.

—Eres ridícula. Nadie dice eso.

—Compláceme. Soy tu hermana pequeña. Sabes que al final siempre me salgo con la mía, así que, si cedes ahora, es más fácil.

Por mucho que me estuviera quejando, no habría aceptado salir esa noche a menos que hubiera querido ver a Sofía. Me cubrí la cara con las manos cuando me empezaron a lagrimear los ojos.

—He sido una idiota, Sofía. —Me tragué las lágrimas.

El banco se hundió ligeramente a mi lado cuando Sofía se sentó y me pasó el brazo por los hombros para consolarme. ¿Cómo me había permitido tener sentimientos por una mujer que siempre había tenido muy claro lo que quería de mí: sexo y un anillo de boda? ¿Cómo había malinterpretado las señales tan mal?

—¿Puedes servirnos otras dos rondas? —le preguntó a un camarero que pasaba. No iba a decirle que no: el alcohol no podría empeorar las cosas. —Cuando la vea, voy a darle una buena patada en el trasero —murmuró Sofía. Su simpatía atravesó mi muro de indiferencia como una bola de demolición. Todavía no podía creer que después de todo lo que Valentina y yo habíamos compartido ni siquiera hubiera tenido el valor de entregarme los papeles ella misma.

Adaptación (LA DUQUESA DE MANHATTAN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora