VALENTINA
Todo era mejor en un avión privado, pero volar en un avión privado no era algo que hiciera la aristocracia británica. Mi familia lo consideraría demasiado frívolo, y así lo describían.No era la primera ni la última cosa en la que mi familia y yo estábamos en desacuerdo, aunque a mí me encantaba todo lo relacionado con la experiencia. Desde la forma en que los asientos de cuero me abrazaban el trasero hasta el hecho de que las faldas de las azafatas fueran más cortas y sus piernas más largas que en un vuelo de pasaje. Incluso sus atenciones parecían más insinuantes.
La belleza rubia asignada a este vuelo se inclinó para servirme agua, y le lancé una mirada que bajó desde el cuello de su blusa a sus altos y redondos pechos.
Ella apreció la cortesía.
Si hubiera vuelto a Londres en mejores circunstancias, habría considerado averiguar si su atención a los detalles se extendía hasta el dormitorio. Me gustaban mucho las mamadas, y tenía la sensación de que Melanie se sentiría feliz de hacerla durar tanto como yo quisiera.
Pero ni siquiera agarrar a esa hermosa mujer por el cuello mientras ella enterraba la cara en mi regazo iba a conseguir que el día mejorara.
Eché un vistazo al reloj.
—Faltan treinta minutos para el aterrizaje, señorita —dijo Melanie servicialmente. Era una pena que no pudiera catarla. Normalmente no me privaba de cosas así, pero no tenía la cabeza para ello—. ¿Puedo ofrecerle algo más?
—No. Voy a hacer una llamada rápida. —Era necesario que le dijera a mi hermana que estaba a una hora de distancia.
Solté el suave y cremoso cuero del brazo del asiento. Habían pasado seis horas desde que me enteré de la caída de mi abuelo. No echaba de menos a menudo estar en Londres, pero en momentos como ese deseaba que Nueva York estuviera a cuarenta y cinco minutos en coche de mi familia.
Tenía que seguir diciéndome a mí misma que no había nada que pudiera hacer por mi abuelo, tanto si estuviera sentada a su lado junto a la cama como si estaba allí en el aire.
—¿Has aterrizado ya? —preguntó Eva al responder a mi llamada.
—Faltan treinta minutos.
—Así que estarás aquí en poco más de una hora. Envíame un mensaje justo antes de que llegues y bajaré a buscarte.
—¿Por qué? ¿Acaso me estás ocultando algo? —¿Se habría deteriorado el estado de mi abuelo desde la última vez que hablé con ella?
—No, pero el hospital es un poco lioso. — Sonaba cansada, como si hubiera estado despierta toda la noche. Mi llegada aliviaría un poco la presión a la que estaba sometida.
—¿Está consciente? —pregunté, aún no convencida de que me estuviera contando toda la verdad.
—Sí. Dice que nunca se ha sentido mejor, pero claramente romperte la cadera a los ochenta y dos años no es bueno. —Su voz era firme. Se mantenía entera, pero supe que se estaba mordiendo el labio superior.
—Va a ponerse bien. —Esta vez—. ¿Ya se conocen los resultados de la radiografía?
—No. Sabes que les llevó un par de horas convencerlo de que se la hiciera. — Las comisuras de mi boca trazaron una sonrisa sin mi permiso. Eva notó la diversión en mi voz y se enfureció conmigo por ponerme de su lado.
El abuelo era un personaje indomable y nadie podía persuadirlo de hacer algo si no quería. Y viceversa: cuando la gente le decía que no podía hacer algo, encontraba la forma de salirse con la suya. En ese aspecto éramos muy parecidos. Había sido mi héroe cuando era joven. Y se había comportado como un padre para Eva y para mí, mucho más que nuestros irresponsables padres. Nuestro padre se había escapado con una camarera antes de que yo tuviera conciencia de las cosas y nuestra madre nunca se había recuperado de ello, por lo que se pasaba la mayor parte del tiempo buscando la iluminación espiritual en varios lugares de Asia. El abuelo era el hombre que nos había calmado cuando estábamos disgustadas, que había venido a las obras de teatro del colegio, a quien todavía acudíamos para pedirle consejo.
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Adaptación (LA DUQUESA DE MANHATTAN)
ספרות חובביםSin descripción. Todos los derechos reservados a su autora. Yo no escribo, solo realizó la adaptación Juliantina