2. Las piezas vuelven a encajar

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—Ban, frena... Frena... —suplicó entonces Elaine, jadeante, quitándose la tela del rostro un instante, para encararlo—. Diosas...

Él obedeció y se retiró unos centímetros, relamiéndose.

—¿Va todo bien? —ronroneó con media sonrisa.

Elaine, aún sin aliento, fue capaz de asentir en la penumbra e imitar su mueca, siguiéndole el juego.

—Creo que... A este paso voy a desmayarme —confesó ella, entrecortada—. Esto... Es demasiado bueno... Para ser cierto. Me encanta.

Ban rio y se incorporó.

—Bueno, pues he reservado lo mejor para el final.

Elaine ronroneó, dispuesta, antes de que él se adentrase con mimo infinito en su cuerpo; todo mientras ella se aferraba a su cuello con delicadeza y gemía con dulzura contra su piel. Sin necesidad de que ella le enviara sus pensamientos, el humano percibía cada gramo de su disfrute como sintiéndose en un sueño hecho realidad y solo podía besarla, acariciar su cuerpo con las yemas de los dedos y tratar de eternizar aquel instante.

En un momento dado, el hada alzó el cuerpo sobre el colchón y Ban pasó una suave mano por sus lumbares, para sostenerla contra sí, mientras su otro brazo se deslizaba debajo de la almohada y apoyaba su peso sobre la cama. Sin casi pretenderlo, las caderas de Ban incrementaron el ritmo y solo sus labios, al enlazarse con ansia, consiguieron disimular los intensos gemidos de placer que surgieron de sus respectivos cuerpos, justo a continuación.

Sin embargo, cuando Elaine pidió ser ella la que llevara la voz cantante, Ban no lo dudó ni un instante. En secreto, le encantaba ver cómo ella se ondulaba sobre su cuerpo; la cabeza echada hacia atrás, los ojos cerrados y las manos apoyadas sobre sus abdominales. Aquella hada, a pesar de su escasa experiencia, ya conseguía llevarlo a límites insospechados; pero el humano juraba que jamás se cansaría de ello. Así, cuando ambos acabaron, Elaine se derrumbó junto al hombretón; jadeando como si acabara de correr varios kilómetros de golpe, pero pletórica como nunca en su vida.

—Ban —suspiró, mientras ambos intentaban recuperar el aliento a duras penas—. Diosas. Estaba deseando que volvieras, aunque solo fuera para poder volver a hacer esto —murmuró entonces el hada contra su piel, dejándose acunar en su abrazo y acariciando acto seguido su tatuaje junto a la cadera izquierda—. Te quiero, Pecado del Zorro.

El rio, halagado. Estaba bien sentir, por primera vez, que alguien no utilizaba su mote para insultarlo o denigrarlo sino, por el contrario, para apreciarlo. Y, sin pretenderlo, algo en Ban decidió que jamás se iba a cansar de escuchar esas tres palabras; no si estaban en boca de Elaine.

—Lo único positivo de ser el Pecado de la Codicia ha sido, sin duda, poder robarte a ti de las garras de la Muerte —comentó él entonces, divertido.

Elaine sonrió antes de guiñarle un ojo.

—Creo que últimamente también te has llevado algo más —comentó con sorna, haciendo que él volviera a reír algo más avergonzado—. Aunque tú parecías casi más asustado que yo la primera vez...

Ban sintió sus mejillas arder con intensidad antes de girarse hacia el techo y pasar un brazo por detrás de su cabeza.

—¿Yo? No, qué va... Imaginaciones tuyas...

Elaine se rio de nuevo contra su piel, disfrutando de aquel placer secreto de chincharlo un poco.

—No hay nada de malo en admitirlo, ¿eh? —lo provocó, irónica, haciendo que él chasquease la lengua antes de soltar una nueva risita por lo bajo—. Además, puedes estar tranquilo —le aseguró—. Creo que me estoy empezando a acostumbrar a tener este disfrute de vez en cuando... Nunca pensé —admitió a continuación, algo más cohibida— que hacer el amor con alguien fuera... Bueno, así.

En tiempos de paz (SDS - Ban & Elaine)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora