5. Siempre juntos

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El desayuno transcurrió, por tanto, sin más sobresaltos. Todos estaban felices, relajados y contentos; hablaban, charlaban, reían casi como si nada hubiera ocurrido. Merlín y Arturo ya habían partido hacia Camelot aquella mañana, urgidos por la necesidad de reconstruir el reino lo antes posible. Pero el resto de Siete Pecados trataban de mirar hacia delante con el optimismo que da saber que el mal ha quedado atrás.

—Oye. ¿Qué os parece si hoy pasamos el día fuera? —propuso entonces Meliodas con su eterna alegría—. Como en los viejos tiempos, cuando nos reencontramos.

—¡Me parece una idea genial! —corroboró Elisabeth—. Podemos ir al lago que hay al este de Liones, junto al bosque.

—¡Sí, vamos! —se emocionó Diane.

Ban y Elaine, por su parte, se limitaron a cruzar una mirada cómplice antes de asentir casi a la vez.

—Yo me ocupo de la comida, capi. No hay problema.

Ante aquella declaración, hasta a King le brillaron los ojos. Aunque fue Hawk el primero que expresó los pensamientos de todos en voz alta.

—¡Uy! ¡Si hay banquete preparado por Ban, entonces sí que no me resisto más!

El mercado de Liones, sobre todo a aquella hora tan tardía, era un verdadero hervidero de gente que hacía las últimas compras para el almuerzo y la cena del día. Ban, a pesar de devolver sin demasiadas ganas algunos saludos de caballeros sagrados y ciudadanos de a pie, todos emocionados por poder ver de cerca a uno de los legendarios héroes del reino, mantenía su atención clavada en lo que mostraba cada puesto. Por supuesto, le había dicho a Meliodas que, si quería algo medianamente aceptable, necesitaría suficiente dinero para comprarlo. Y, ¿qué había hecho Meliodas? Exacto. Pedírselo, a medias, a su futura familia política. Ban sacudió la cabeza, divertido.

«El capitán es y será siempre incorregible»

A la altura de su hombro, Ban escuchó entonces una risita y, sin casi pretenderlo, la coreó.

—Sal de mi cabeza, señorita —la reprendió con cariño—. O durante el viaje vas a arruinarme más de una sorpresa.

Elaine repitió aquel sonido, celestial a oídos de Ban, a modo de respuesta. Antes de soltarle el brazo, echar las manos detrás de la espalda con aire inocente y vocalizar:

—Sí, señor. Tú mandas.

Ban contuvo, de nuevo, su diversión a duras penas mientras sus ojos se posaban en unas verduras de aspecto no del todo aceptable.

—Diosas... ¿Es que no hay manera de encontrar nada decente en este mercado? —rezongó con cansancio.

—¿Qué ocurre, Ban? —quiso saber Elaine.

Él hizo un gesto elocuente hacia uno de los puestos, situado justo al lado del de las verduras.

—Si le llevo esto al capitán, me cocina él mismo a mí por no llevarle algo de calidad —se quejó el humano—. Deberíamos ser capaces de encontrar algo...

—Pst...

Ban y Elaine frenaron en seco y se giraron al tiempo, buscando la fuente de aquel sonido. Al cabo de un par de segundos, descubrieron a un tendero haciéndoles señas desde un puesto un poco apartado. Cautos, se aproximaron.

—¿Estáis buscando alimentos de calidad, mi señor?

Ban contuvo la necesidad de retorcerse ante aquel apelativo. Donde a otros hombres y caballeros les gustaban los apelativos pomposos, él los odiaba con todas sus fuerzas.

—¿Qué quieres y qué ofreces, vendedor? —preguntó el Pecado del Zorro con hastío.

Pero, para su sorpresa, el tendero solo sonrió con aire misterioso antes de hacerles una seña y, visto y no visto, desaparecer en el interior de la tienda. Al cabo de un minuto de tensión contenida, los dos amantes vieron cómo el vendedor salía con una caja llena de verduras de aspecto bastante más apetitoso que las que habían visto hasta el momento.

En tiempos de paz (SDS - Ban & Elaine)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora