18. Lancelot

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—Mira, ¿lo has visto?

—Sí... ¡Te ha vuelto a coger la mano!

Elaine y Ban se rieron a la vez mientras Lancelot seguía mirando todo a su alrededor con una extraña curiosidad pintada en sus ojos levemente rasgados, como los de Ban. Los dos padres se encontraban en tal estado de emoción que el mundo podía haberse derrumbado a su alrededor, dejándolos a ellos tres en su propio universo paralelo. Al menos, hasta que el pequeño empezó a sollozar de una manera que no habían escuchado hasta el momento. Elaine, como buena madre primeriza, se tensó de inmediato.

—¿Qué ocurre? ¿Por qué llora?

—Eh, no te preocupes —la tranquilizó Ban entonces, sin perder la calma, antes de acariciarle el pelo al pequeño—. Algo me dice que solo tiene hambre. ¿A que sí, campeón?

Elaine se giró hacia él, insegura.

—¿Hambre? —repitió—. Pero... ¿qué come un bebé... humano?

«O mestizo, en este caso», pensó, sin ser capaz de vocalizarlo.

Ban, por su parte, hizo una mueca socarrona antes de replicar:

—Pues, por mucha envidia que me pueda dar, creo que de algo que ahora tienes y antes no tenías... No tanto, al menos.

Al cabo de un segundo de extrañeza, Elaine lo entendió y se miró hacia abajo... Concretamente, hacia el pecho abultado. Como era de esperar, sus mejillas adquirieron un tono rojo nuclear en cuanto entendió, más o menos, lo que tenía que hacer.

—Ban... No estás de broma, ¿verdad?

Su hombre, para su alivio, mantuvo el gesto serio pero amable.

—No se me ocurriría bromear con el bienestar de mi propio hijo, ¿no crees? —susurró, antes de tenderle una mano—. Venga. ¿Quieres que te ayude... o prefieres que avise a Jericho y a Gerharde?

«Quizá entre mujeres le resulte menos violento», pensó el hombre, sin poder evitarlo.

Elaine, dentro de su vergüenza y, por supuesto, habiendo escuchado su pensamiento, mostró una pequeña sonrisa agradecida.

—Prefiero que me ayudes tú —declaró con suavidad, antes de bajar la vista hacia Lancelot, cuyos gemidos iban en aumento conforme pasaban los minutos—. Creo que... Intuyo que —se corrigió— esto es algo demasiado privado para pedírselo a otra persona, al menos de momento, ¿no crees?

Ban imitó su gesto.

—Desde luego.

Elaine asintió y se recostó un poco más sobre la rama que tenía detrás de la espalda, mientras Ban se aseguraba de sostener al bebé con una mano y le recomendaba a su mujer, con calma, que se bajara un poco el escote del vestido. Inspirando hondo y roja como la grana, Elaine obedeció y se destapó el torso muy despacio. Ban, sin hacer mueca alguna, se limitó a depositar al pequeño de nuevo en los brazos de su madre, cuidando en todo momento que la cabeza estuviera bien sujeta. Entonces, Elaine vio algo que jamás se borraría de su memoria. Al inclinar al bebé hacia la suave piel del pecho, este se giró como por inercia hacia ella y, en apenas dos segundos, encontró el alimento que buscaba tan desesperadamente. Elaine jadeó al notar el primer tirón, pero enseguida percibió que, dentro de ser con toda probabilidad la primera hada de la historia que amamantaba a un bebé, aquello le resultaba de lo más natural.

Cuando el pequeño terminó de comer, sus pequeños puñitos se alzaron en el aire al tiempo que bostezaba y se acurrucaba contra el cuerpo de su madre, ahíto y feliz. Elaine se recolocó entonces el vestido, sin dejar de sonreír, antes de dejarse acoger entre los brazos de Ban, relajada como nunca en su vida. Sin quererlo, notó cómo ambos comenzaban a caer en un dulce sueño mientras el sol comenzaba a aparecer por el horizonte. Cuando volvieron a abrir los ojos, el astro ya estaba alto en el cielo y Lancelot demandaba alimento de nuevo. Ya más entrenada, tras dar los buenos días a un Ban que no la había soltado de sus brazos en todo ese rato, Elaine se afanó en repetir el proceso de unas horas antes, con idéntico resultado.

En tiempos de paz (SDS - Ban & Elaine)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora