3. Un dulce placer

20 2 0
                                    

Elaine se despertó a la mañana siguiente sintiendo todo el cuerpo dolorido, pero no era algo molesto. Al contrario: era un picor dulce, como si hubiera hecho demasiado ejercicio físico. Y el motivo de ello roncaba plácidamente al otro lado de la enorme cama.

Elaine suspiró y se estiró como un gato, casi imitando a como era su amante todas las mañanas; antes de incorporarse y acercarse a la ventana, sin vestirse, para asomarse a un día que lucía perfecto.

Su amado había llegado agotado de pelear contra el Caos; aunque, por suerte, parecía que la pelea le había despejado casi del todo la borrachera. Pero, cuando los dos amantes habían vuelto por fin a casa de Elaine, solo una mirada había bastado para diluir todo lo demás a su alrededor. Tras cerrar de un portazo a su espalda, entre jadeos entrecortados y casi sin hablar, Ban y Elaine se habían arrancado la ropa el uno al otro antes de dedicarse a gozar de su amor hasta la salida del sol. El sexo había sido tierno como nunca y los interludios, donde hablaron de todo lo que podría depararles un futuro juntos, dulces y perfectos mientras recobraban las fuerzas entre las sábanas. Antes de, unos minutos más tarde, retomar la actividad física como si fuera la primera ronda. Y Elaine sentía un agradable aleteo en el estómago cada vez que pensaba en el plan que habían trazado para su futuro inmediato.

—Vaya, vaya...

Elaine se giró como si la hubieran pinchado y casi se tapó con las manos por instinto. Ban la observaba desde la cama, con un brazo por detrás de la cabeza y una expresión en el rostro tan cargada de intenciones que casi hizo enrojecer al hada.

—No esperaba que te despertaras tan pronto —comentó ella, disimulando su azoramiento como pudo—. Estabas dormido como un tronco.

Ban sonrió aún más, casi con expresión lobuna.

—Vamos, Elaine. Con semejante vista disponible, cualquier se queda durmiendo...

La aludida soltó una risita y se pasó el pelo por detrás de las orejas, sintiendo las mejillas arder, antes de acercarse caminando despacio y sentarse en el borde de la cama, tomando los dedos de él en cuanto lo hizo.

—Anoche fue genial, ¿verdad? —susurró la joven.

Ban soltó una risita elocuente.

—Desde luego. No recuerdo haber tenido una noche tan movida en mucho tiempo —bromeó, haciendo que Elaine sonriera de nuevo—. La única pega es que creo que hoy no me podré mover apenas de la cama —agregó él, acto seguido, estirándose entre las sábanas—. Pero mereció la pena cada segundo, estoy de acuerdo.

Elaine sonrió aún más antes de que su cuerpo se inclinara, como por voluntad propia, para besarlo. Ban se incorporó unos centímetros, apoyándose sobre un codo, mientras el otro brazo rodeaba la cintura de avispa de la joven y la atraía hacia sí. Sus labios se unieron sin prisa, reconociendo cada centímetro de piel del otro como si fuera la primera vez. Las caricias entre ambos se volvían menos inocentes con el paso de los segundos, por encima y por debajo de las sábanas. Ban, sin embargo, fue el primero que se decidió a dar un paso más allá. Cuando el humano deslizó una mano cuidadosa entre sus piernas, Elaine suspiró y se acomodó para dejarle margen de maniobra. En ocasiones, la diferencia de tamaño entre ellos era un pequeño inconveniente a la hora de probar ciertos trucos amatorios. Pero, en este caso, más bien era todo lo contrario. Su roce experto arrancó a Elaine un gañido ansioso que resonó entre sus labios entrelazados. Pero él se negó a parar hasta que no escuchó ese otro gemido, intenso y celestial, junto a su oído; aquel que le indicaba que su amante había llegado al paraíso de buena mañana. Elaine, por su parte, tras recobrar a duras penas la cordura, alzó la cabeza para encararlo, derrotada y jadeante.

—Vaya, Ban... Veo que estás en plena forma, ¿eh?

El humano, por su parte, contuvo una mueca de oscura lujuria mientras alzaba la mano que rodeaba su cintura y la depositaba en su mejilla, apartando el pelo rubio con mimo.

—Bueno, no podía dejar pasar esta oportunidad tal y como te has colocado... Y tú tampoco aguantas nada mal.

El hada hizo una mueca divertida. Hacía no demasiado que se había empezado a acostumbrar a ese tipo de juegos, pero le encantaban. Por ello, solo mostró media sonrisa, esa que reservaba en exclusiva para él en la intimidad, como primera respuesta ante su provocación.

—¿Quieres saber cuánto soy capaz de aguantar, entonces? —inquirió después, retadora y juguetona.

Ban la miró, incrédulo, antes de soltar una carcajada corta. Tocado y hundido.

—Vaya, vaya. Ya veo que esta mañana va a ser interesante...

Elaine, por su parte, no mudó el gesto mientras, con agilidad, levantaba las sábanas y se escondía debajo antes de que Ban pudiera retenerla. Encantado y curioso a la vez, su amante siguió riendo entre dientes hasta que un gemido ronco, seguido de una fuerte maldición, escapó de su garganta sin remedio, consecuencia de los besos ya expertos de Elaine. Ban cerró los ojos, creyéndose incapaz de aguantar. Pero su amante empezaba a saber bien lo que hacía y eso lo demostró su ligera risita bajo las sábanas. Ante su dulzura, el humano optó por rendirse. Aquello era tan maravilloso que parecía mentira. Además, ¿dónde había aprendido Elaine tanto sobre hacer el amor?

Cuando la joven salió de debajo de las sábanas unos minutos después, habiendo completado su labor y dejado a Ban jadeando como un caballo de carreras, este siseó algo muy malsonante, la atrajo de inmediato hacia sí y la besó con rudeza, recorriendo cada rincón de su boca con ansia. Sabía a él. Y eso lo volvía loco. Si no acabaran de amarse, el humano juraba que hubiera recomenzado el ciclo sin pensárselo dos veces, hasta caer ambos derrotados sobre las sábanas.

—¿Cuándo has dicho que vas a hacer eso? —preguntó entonces Elaine, curiosa.

Pillado por sorpresa, Ban maldijo para sus adentros, aunque no dejó de reír, mientras tanto. Así que ella había oído lo que tenía en mente.

—Oye, señorita, no tengas tanta prisa —ronroneó, acariciando su barbilla con un dedo mientras ella sonreía, coqueta—. Déjame respirar...

Elaine, por su parte, solo se rio con evidente diversión antes de, obediente, bajar de su cuerpo y tenderse sobre las sábanas, a su lado. Como si fuera una coreografía, Ban giró a su vez y la rodeó con un brazo mimoso.

—Elaine. Eres increíble.

Ella sonrió, volviendo a parecer de golpe más el hada inocente que era de cara a la galería.

—No es nada. Solo... Me gusta hacerte feliz —susurró ella—. Y, respecto a tu pregunta de antes... —La muchacha le señaló la frente—. Creo que alguien tiene pensamientos interesantes cuando cree que yo no miro. ¿No es así?

Pillado de nuevo en la trampa, Ban no pudo menos que soltar una fuerte carcajada. No se le había pasado por la cabeza, claro.

—Bueno, agradezco que me conozcas tan bien; aunque no siempre tenemos que hacerlo porque yo quiera o lo imagine, ¿lo sabes?

Elaine asintió con una risita.

—Sí, claro que lo sé. Pero... También sé que no querrías hacer nada que me pusiera en riesgo. Y —La joven se encogió de hombros— quiero aprender. Quiero saber hacerte disfrutar y quiero que los dos hagamos de estos momentos algo mágico. ¿No fuiste tú el que me dijo hace unos días que otras parejas caen en la rutina y, a veces, las mujeres solo se acuestan por compromiso y para tener hijos?

Ban esbozó media sonrisa triste.

—Sí, eso pasa bastante a menudo.

Elaine le besó la mejilla.

—Bueno, pues yo me he prometido a mí misma que no quiero que eso pase entre nosotros — Sonrió como solo ella sabía hacerlo—. ¿Qué opinas?

Ban imitó su gesto, emocionado, antes de abrazarla y solo responder en su mente, para ella.

«Lo mismo digo, mi amor. De hoy para siempre»


En tiempos de paz (SDS - Ban & Elaine)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora