Margot Taylor. Final

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Hughes avergonzado fue al vagón de fumadores. Pero ya estaba cerrado. Igual al coche comedor. Se dirigió a los vagones de segunda clase. Pero ya no había paso. No le quedaba más alternativa que dormir en el pasillo. Cavilaba qué mejor que entrar al camarote de Catalina era irse a dormir con los leones del circo. Estaría más seguro ahí. Es que tenía miedo. Mucho miedo de verla en cada instante, comprobar que no quería estar más ni un segundo sin su presencia y amarla ,y amarla con la pasión que ya lo desbordaba...

Esperaría que ella se durmiera. Entraría con cuidado al camarote y se acostaría en el piso. Cuando el amanecer estuviera cercano saldría a los pasillos.

Con cuidado abrió la puerta comprobando que todo estaba a oscuras. Se acostó en la alfombra a los pies de su dueña. Un exquisito aroma a selva fresca, a mujer joven, a belleza genuina lo durmió en el acto. Al amanecer despertó, sin poder evitarlo la contempló.

Catalina era preciosa despierta, enfurecida, triste, bailando, conversando, durmiendo. No había forma de verla diferente. El hombre se estremeció. Recordó su estadía en Singapur, donde los hechiceros en una cerrada noche de luna decían que había un momento mágico que cambiaba la vida de todo ser humano. Su momento mágico fue cuando esa noche de luna llena igual a aquella otrora, en aquella fiesta, en menos de un segundo, esa desconocida le robó el alma, para no devolvérsela jamás y él en medio de un miedo espantoso de ver esa realidad huyó, para llegar hoy a estar embelesado contemplando aquel portento a menos de un metro de él.

Ella dormía plácidamente, contraría a las costumbres inglesas no tenía gorro puesto. Su pelo negro visos azul estaba suelto, marcando un rostro que era ingles, español e indígena, que fue atrayéndolo inevitablemente a posar un leve beso en aquellos labios preciosos y divinos.

Salió silenciosamente ,Catalina volvió a poner la pistola en su lugar, suspiró y se saboreó los labios. Una sonrisa de felicidad la acompañó mientras nuevamente dormía en la fría mañana, arrullada por el bamboleo del tren..

XI

El Juez Colín Gubbins era un simpático viejito, medio sordo, muy delgado, acompañado de una prominente nariz inglesa. Vio a la pareja tras leer el alegato del joven abogado. La muchacha tenía un tipo para nada desconocido para él. Su tío Samuel Gubbins fue marino de Lord Cochrane en la guerra de independencia de Chile. Volvió a la patria con una joven de una belleza parecida a la de esta Srta. Fueron los padres de Rachel, su prima. Su único amor de primavera, que el viento y los años se llevó.

Esta pareja le causó gran simpatía. Desafiaban los prejuicios que una vez lo hizo víctima de ellos, no por ser su prima. Fue por la Por la raza y religión. Los mismos que toda su vida debió enfrentar su propio tío Samuel en cada instante obligándolo a devolverse a Chile y llevándose a Rachel para siempre.

--Presentó este recurso de casación ante su señoría, para resolver un grave fallo que llevó a una atroz injusticia. —dijo Hughes al ver que el juez terminó de leer a su vez el documento.

--He oído y leído el alegato. Es muy complejo en verdad. La víctima no está para retirar la denuncia. El mismo se expone a graves sanciones por perjurio. Existe una sentencia firme de otro tribunal. Debo hablar con el juez de la causa y él está en Londres. No puedo viajar allá y dudo que él quiera venir a explicarse. Sin embargo esta apelación por parte de un representante del acusador es muy notable de verdad. -- dijo el Juez sin ver a los ponentes.

--Su señoría. Los acusados son inocentes, el acusador nunca tuvo la intención de hacerlo, su nombre fue usurpado y un policía inepto no hizo bien su trabajo. --aclaró con respeto el abogado.

--Su señoría. Mi padre es tan víctima como la acusada. El espera una respuesta a una petición de la mano de ella—expres con una venia Catalina, irrumpiendo según su costumbre.

CONDESA Tamara Del Calvario del RioWhere stories live. Discover now